Capítulo 5: Fiesta.

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Me obligaron a volver como residente al Capitolio. Sé los planes que tendrían para mí: Me convertiría en una de sus prostitutas ahora que tenía suficiente edad. Y no tenía opción porque si me negaba, matarían a mi familia y no iba a permitir que pagaran todos mis errores con su vida. Ellos tuvieron que quedarse en el distrito 8, no dejaron que vinieran conmigo; lo único bueno, es que ellos vivirían en la Aldea de los Vencedores y sé que allí estarán seguros.


Cada semana debía estar con un hombre diferente, era algo asqueroso, me sentía un objeto. Todos ellos me hacían regalos lujosos y caros, aun así,  jamás establecí ningún tipo de vínculo afectivo con ninguno de esos hombres. Solo satisfacía su apetito sexual, aceptaba sus regalos -obligatoriamente-, cumplía el tiempo y listo. Sé que no soy la única prostituta del Capitolio, hay varias muchachas además de mí, y según me enteré, también varios jóvenes pero solo uno de ellos era el más solicitado y popular como lo era yo.

~

La Gira de la Victoria está pronta a comenzar. Este año, el presidente decidió que se harían  dos celebraciones por ello: una antes de comenzar y una al finalizar. Estas fiestas siempre suelen realizarse en la mansión del presidente, a ellas asisten una gran cantidad de invitados del Capitolio. Lo normal para mí siempre fue asistir como invitada gracias al trabajo de mis padres; esta vez, la fiesta giraría en torno a mí. Todos estarían hablando de mí, de lo que hice en la arena, de lo que hago ahora en el Capitolio y no me extrañaría que alguno de los muchos hombres invitados quisiera tenerme cuando regrese de la gira, después de todo ese era mi trabajo.

Faltaban cuatro días para la primera fiesta. En estos días previos no podría estar con ningún hombre ya que debía prepararme para la gran celebración. Debían preparar mi vestuario.

Mi estilista, Uma, fue la encargada de diseñar y confeccionar mi vestido. Ella me contó que la fiesta sería temática y todos los invitados debían llevar máscaras puestas además de lujosos y llamativos atuendos -nada fuera de lo común-. Como si fuera poco, había otro código de vestimenta: las mujeres debían vestir de rojo y los hombres de negro. El presidente Snow pidió que solo yo fuera la única vestida en un color diferente. Una forma más de resaltar entre todos y ser el centro de atención - de humillación mejor dicho-. Por esta razón, Uma me aconsejó que no use colores llamativos, sino discretos; decidí hacerle caso y pedí que mi vestido fuera de un tono crema, tirando a blanco. Ya en sí al ir vestida diferente no pasaría desapercibida, pero no quería usar colores chillones ni oscuros.

Al cabo de dos días, mi vestido estaba listo: tenía un corsé de satén de seda color crema con flores doradas bordadas en él y un poco de encaje; éste estilizaba mi figura y resaltaba mis senos, la falda, de otra tela, era larga y caía delicadamente hasta el suelo, era del mismo color y sin ningún detalle, solo varias capas de tela para evitar transparencias. Del corsé salían unas delicadas mangas casquillo que se sostenían perfectamente de mis hombros, hechas de la misma tela que la falda. Al probármelo me sentí una princesa y cuando me vi en el espejo lo confirmé: parecía una. Mientras me observaba, Uma se acercó con una pequeña caja entre sus manos y de ella sacó un antifaz del mismo color que el vestido y con detalles dorados.


Ya me había puesto mi vestido junto con el antifaz, si no fuera porque soy la única que utiliza un color de vestido diferente, sería irreconocible. Antes de entrar en la mansión de Snow, Grant me detuvo y me colocó una corona de flores blancas en la cabeza, haciendo juego con mi vestuario.

— Así estás mejor —mostró su gran y radiante sonrisa.

Le devolví la sonrisa e ingresamos en la mansión, como era de esperarse, todas las miradas cayeron en mí.


La fiesta era muy aburrida, no podía estar tranquila ni un segundo porque siempre se acercaba alguien a hablar conmigo, a preguntar sobre mí, a insinuar cosas fuera de contexto, entre otras cosas que no me interesaban. Por un momento me alejé del aglomerado de personas, prácticamente me recosté sobre un barandal y solo miré el cielo. ¡Cómo extrañaba a mis padres!
La tranquilidad no me duró mucho. Un hombre apareció detrás de mí y me asustó, como si fuera una clase de broma. Me di vuelta con cara de pocos amigos y lo vi: era alto y, a pesar de su traje negro, parecía musculoso. Sus cabellos color bronce caían apenas por su frente; no pude distinguir sus facciones pero si pude ver sus ojos, eran verdes como el mar. Con lo poco que vi de él, deduje que tendría unos veinte años.

— ¿Te asusté asesina?  —su voz era como un suave y seductor ronroneo.

— ¿Perdón? ¿Quién te crees que…..? —me interrumpió.

— Mucho gusto, soy Finnick Odair —mostró su impecable dentadura al esbozar una gran sonrisa— Y pagaría mucho por estar contigo.

Everything changes {Finnick Odair y tú}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora