Capítulo VIII

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Capítulo VIII
Sueños

Samantha

Sonrío algo incómoda al espejo, puedo ver mi reflejo en él mientras estoy luciendo un vestido rosa con flores en los bordes de la falda. Los vestidos nunca han sido mi prenda favorita, pero ver a mi madre con esa hermosa sonrisa de orgullo en los labios lo compensa. Hoy estoy cumpliendo 13 años y es extraña la sensación de sentir que mi vida empezó solo hace dos años y medio, pero me he acostumbrado a esta nueva vida, si es que se puede llamar así… 

Mi madre cada día se empeña en decirme lo inteligente y hermosa que soy, sé que para ella también ha sido difícil adaptarse a esta nueva realidad y enseñarme desde cero a vivir sin recuerdos, pero sobre todas las cosas, sé que ella está orgullosa de mí por ser una luchadora, porque me gusta enfrentar la vida con una sonrisa a pesar de lo que pueda estar pasando.

—¿Me veo bien, mami? —Pregunto, mientras doy una vuelta para que me observé mejor. Ella se encuentra sentada al borde de mi cama y sonríe con ese amor infinito, ese que no se ha cansado de darme desde el primer segundo que abrí los ojos aquella vez.

Mi madre se levanta con calma y camina hacia donde estoy y, con cariño me rodea con sus brazos, dándome uno de esos abrazos reconfortantes que me dejan sintiendo en paz. Siempre lo hace y no me quejo, para ella es como un método de comprobación para certificar que sigo acá con ella, que no ha vivido estos últimos dos años en un sueño. 

Aunque no me lo dice, sé que esas semanas que pasé en cama sin saber qué sería de mí fueron las peores para ella, no hace mucho había perdido a papá y en ese momento parecía que también me iba a perder a mí; para una madre debe ser la peor sensación del mundo.

—Pareces una princesa, mi amor —Me dice mientras siento mis mejillas arder por la vergüenza.

Para mi madre aún soy una niña, le es difícil dejarme crecer. Me gusta ser consentida, aunque a veces me dé pena con mis compañeros de clases, pero a pesar de la vergüenza inicial, sus palabras me hacen sentir como la chica más hermosa del mundo. Ese es el poder de mamá; hacerte creer cosas imposibles. 

Según dicta la costumbre, en mi cumpleaños vamos a visitar a mi padre. Mi mamá me prometió que luego de ir al cementerio me llevaría al cine con Adrián, un amigo del colegio y eso me tiene emocionada.

Siendo sincera, no es divertido ir al cementerio, pero mi mamá dice que no podemos dejar solo a papá y que debemos ir cada cierto tiempo, así él ve cómo voy creciendo y se pone feliz. Honestamente, creo que él desde el cielo puede verme y es feliz con solo saber que yo lo soy, pero a mamá le hace ilusión ir hasta allá, se nota que ella lo extraña mucho.

Mamá me contó que antes de que pasara mi accidente, papá se enfermó mucho de cáncer y por un tiempo estuvo en el hospital, pero finalmente no resistió más y se fue al cielo con los ángeles. No entiendo muy bien qué es el cáncer ni cómo se origina, lo que sí entendí es que puede ser muy malo, porque mi padre era muy fuerte —según las fotos que he visto— y aun así no pudo con él. Me hubiese gustado poder recordarlo.

Me veo nuevamente al espejo y a través del reflejo mi madre me está sonriendo, ella se agacha un poco y me da un beso en la frente y me suelta.

—Es hora de irnos. —dice mientras alisa unas arrugas invisibles en su camisa.

Yo asiento y mirándome por última vez doy media vuelta y la sigo para salir de casa.

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