Capítulo 2. Risas.

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Draco.

- Yo la llevaré. – Dijo el rubio, quien no pudo evitar sonreír. Parecía que la había dado un síncope, la maga más lista de Hogwarts sin palabras. Y es que no era común ver como Hermione Granger se quedaba sin habla. Y menos común aún que él se ofreciese a ayudarla, pero algo le intrigaba de la morena y quería averiguar qué era.

Hermione Granger, muggle, lo que viene a ser una sangre sucia, le intrigaba. Cuando Pansy le hizo la zancadilla en los pasillos se esperaba la rabia de la chica y que fuese a decírselo corriendo a Dumbledore, a algún profesor, o que saliese disparada a llamar a sus queridos Potter y Weasly. Pero no, ni siquiera se dignó a sacar su varita, le había sorprendido su indiferencia, como si no valiesen nada, su mirada transmitía fuerza, superioridad, poder, algo que nunca antes había visto en ella, o no había querido ver. Y cuando se le quedó mirando fijamente no vio humillación o temor en sus ojos como otras veces, lo que vio le gustó, no sabía bien qué era, pero le gustó. Pocas personas se atrevían a mantenerle la mirada sin temer una mala reacción por su parte y ella lo había hecho.

La chica se había convertido en un misterio para él desde que en el baile de navidad apareciese con un vestido sugerente y el pelo liso, siempre lo llevaba enmarañado y estropajoso. Ahí descubrió lo que con tanto celo guardaba la morena, que era bonita, no como Pansy, de una belleza fría, más bien lo suyo era una belleza cálida, natural, sin retoques ni artificios. Estaba seguro de que se ocultaba detrás de faldas largas, pantalones sin forma y blusas demasiado anchas, y también estaba seguro de que él era el único que lo sabía.

Cuando el dragón del gigante barbudo se dejó acariciar por ella, pensó que seria otra patética criatura del “brillante” profesor, otra insignificante hora de clase perdida para nada. Pero cuando se puso delante de ella para protegerla dispuesto a atacar, eso le sorprendió.

Los dragones eran los seres mágicos más leales y protectores que existían y en tan solo unos minutos la morena consiguió su lealtad y devoción. El cómo, ni idea.

La bestia seguía ahí, mirándole con unos ojos negros que parecían invitarle a que se acercara para poder ser devorado. No es que él le tuviese miedo, pero no era estúpido.

Hermione apartó sus ojos chocolate de los de él y comenzó a reírse. La bestia le estaba lamiendo el tobillo herido y al parecer le hacía cosquillas. Tenía una risa limpia, sincera, no recordaba la última vez que oyó reírse a alguien así. En su mundo nadie era sincero, las risas eran falsas, ácidas y cuanto menos venenosas. Y de repente sintió la terrible necesidad de ser él quien provocara esa risa.

¿Pero en qué estaba pensando? Él, un Malfoy, queriendo hacer reír a una sangre sucia, era patético.

- ¿No te importa, Hermione? – Contestó el gigante – La verdad es que me vendría bien que el señor Malfoy te acompañase, tengo que guardar a Ridgeback y darle de comer, aún tardaré un rato.

Ella se giró nuevamente hacia él, como esperando a que se retractase. Eso no iba a pasar, Draco Malfoy no se retractaba ante nadie, porque retractarse significaba que había cometido un error, y él no cometía errores. Sabía muy bien lo que hacía ofreciéndose a llevarla a la enfermería.

- ¿Y bien, Hermione? – Preguntó el barbudo. – ¿Dejarás que el señor Malfoy te acompañe?

Ella giró la cabeza hacia Hagrid componiendo una dulce sonrisa

- Claro Hagrid, ve tranquilo a ocuparte de Ridgeback. El “señor” Malfoy me acompañará – dijo la morena, y aunque el gigante no notó su ironía al llamarle “señor”, él sí.

- Bien, bien, gracias a los dos. Nos vemos en la próxima clase. Hasta luego chicos – se despidió Hagrid llevándose a un no muy cooperador Ridgeback.

La Heredera De La Antigua Magia (Draco y Hermione)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora