He decidido que lo mejor quizás sea releer la historia antes de intentar darle un final, solo por si se me ha escapado algo. Honestamente, llevo tanto tiempo con este libro que casi ni me acuerdo de cómo es. Al principio, lo revisaba constantemente pero cuando consideré que era aceptable y empecé a atascarme en el final, dejé de hacerlo. Y ahora casi solo puedo recordar el principio de la historia, las líneas generales.

Una chica llega a Greenwood y descubre cosas extrañas.

Pero, ¿qué descubría? ¿Cómo lo hacía? No consigo recordarlo. Qué vergüenza, una escritora que no recuerda su propia historia. Me encojo ante tal hecho, de verdad que me avergüenza. Enfoco el archivo, saltándome el prólogo, lo dejaré para el final, para cuando tenga el libro completo.

Comienzo a leer las primeras líneas, concentrándome, intentando hacer trabajar la memoria para recordar cada palabra que he escrito. Estoy inmersa en mis propias palabras, frunciendo el ceño cada vez que veo algo que no termina de convencerme con el ceño fruncido inconscientemente. Y tanta concentración es lo que hace que me pille totalmente desprevenida cuando una voz rasgada y profunda habla a mi lado.

-¿Escribes sobre Greenwood?

Doy un respingo que no puedo disimular y, por unos instantes, solo escucho los latidos de mi corazón, como si se me fuera a salir del pecho.

Este pueblo me va a costar un infarto.

Lo miro estupefacta. ¿Greenwood? Llevo mi mirada hasta el portátil y comprendo su pregunta, el archivo tiene el mismo nombre que el pueblo. Esbozo una pequeña sonrisa de alivio. Ya estaba empezando a pensar que su rareza se debía a que es adivino o algo así.

-No. – Contesto sin mirarle directamente, cogiendo mi taza para disimular cuál es realmente el problema: que me intimida. – Escogí el nombre por casualidad.

Cuando me atrevo a mirarlo veo que tiene una ceja enarcada, desconfiando claramente de lo que digo. Aun así, decido no añadir nada más.

-¿También estás aquí por casualidad? – Esboza una sonrisa, pero no una amable sino una irónica y afilada que hace que se me erice el vello de la nuca. Trago saliva, preparada para contestarle pero entonces suelta una especie de bandeja y se sienta a mi lado. Se enciende un cigarro y se queda unos instantes así, en silencio, dedicándose a expulsar el humo e ignorando mi presencia. – Mary ha insistido en que te traiga esto, para darte la bienvenida. – Hace una pausa y murmura algo como "otra vez". – Son magdalenas. Le encanta cocinar y hacer dulces. – Qué tópico. Vivo al lado de una mujer mayor a la que le gusta hacer tartas y magdalenas. Si al final resulta en una psicópata, me encontraría dentro de cualquier película de terror.

-Gracias. – Murmuro sin demasiado entusiasmo. Ya se lo agradeceré a ella en otra ocasión. No dice nada, se queda mirando al infinito, expulsando el humo de la segunda calada. Y yo tampoco hago un esfuerzo por romper la tensión que nos separa.

Puede que yo tenga demasiada imaginación pero es innegable que hay algo que no cuadra en este chico.

No se va. ¿Por qué demonios no se va? ¿Debería echarlo educadamente? Viendo la actitud que tiene conmigo, lo normal hubiera sido que se hubiera huido en cuanto me dejara la bandeja, o que me la hubiera tirado a la cara. Me impaciento. Llevo con la mirada fija en la pantalla unos minutos pero no estoy haciendo nada, no puedo concentrarme en leer con él aquí.

-¿Y qué te parece el pueblo? – Su pregunta tan trivial me sorprende tanto que no puedo evitar mirarlo como a un bicho raro. En circunstancias normales, pensaría que está intentando ser amable pero algo en sus ojos verdes me dice que su fin no es ser cordial con la nueva del pueblo.

El Secreto de GreenwoodWhere stories live. Discover now