Experimento #666: Beatríz

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Estaba ahí, corriendo como si el diablo se llevara mi alma sin saber en realidad lo que estaba haciendo. Seguía al grupo. Corría junto a la corriente como si mi vida dependiera de eso.

Y así era.

La Guerra había comenzado y habíamos atravesado aquella escalera de cristal helado que nos conectaba con la seguridad de la nave principal. Éramos nosotros contra la aldea de la Plata, nosotros contra Jonia y contra el mundo. Solos. Solos y acompañados al mismo tiempo. O al memos eso sentía.

Pisamos tierra Jónica cerca de la playa. Katarina y Talon se encargaron del par de soldados que protegían aquella pequeña muralla que escalaba los riscos de piedra como si les costara el esfuerzo de respirar y nos dieron la señal para atravesar los túneles hacia lo alto de la montaña. Sólo se oían respiraciones silenciosas, húmedas pisadas sobre la piedra y el roce de las armas contra las rojas ropas de luna de sangre. Kai trotaba a mi lado, Basho, Riven, Ekko, Hida y Asano iban a la delantera junto a Talon, Darius y Katarina, y Yuki estaba delante de mí junto a un par de magos, esperando al igual que yo aquella señal de Talon que indicaría la formación de parejas y el sigilo.

De entre la oscuridad surgió su mano. Habíamos iniciado, habíamos atravesado los pasillos jónicos, y ahora nos habíamos detenido bajo las órdenes del soldado noxiano. Me aferré a Yuki, y guardamos silencio. Nos congelamos por completo. No se oía siquiera el sonido del pestañeo ni los dientes de los asustados y nerviosos. Y ahí estaba la otra señal.

Salimos del túnel rápidamente y nos dejamos ver bajo la sangre ardiente de la luna. El pueblo estaba rodeado de plantaciones de caña de azúcar y riachuelos que atravesaban de lado a lado los campos mientras separaban los terrenos y las casas. El viento soplaba ocultando nuestros pasos mientras las gotas de sudor comenzaban a resbalar por los rostros junto al rocío de la noche y todos nuestros miedos y dudas. Se tensó el ambiente y se cortaron las respiraciones, y al cabo de un segundo había pateado la primera puerta.

Comenzaron a borrarse las imágenes como cuando intentas enfocar el lente de una cámara y me dolió la cabeza mientras todo se volvía rojo. Volví al pasado, a aquella noche en Piltóver, viviendo de nuevo todos aquellos momentos que había olvidado, viendo rojo, rojo, rojo sangre, por todas partes. Vi demasiados cadáveres, niños y niñas, madres, bebés. Todo aquello bueno de Piltóver que se ocultaba tras los egocéntricos Piltis de alta sociedad, había sido exterminado por mí. Y lo había ignorado todo este tiempo.

Intenté respirar, pero por dentro sentía que mi cuerpo y mi mente colapsaban el uno con la otra, sin remedio alguno.

-Jinx... Jinx...- oía a lo lejos mientras disparaba la ultima bala de la noche de gracia- ¡Detente!-.

Volví dentro de mi y noté lo acelerado que estaba mi corazón, como de costumbre. Aunque... El resto de las cosas no parecían nada normales.

-¡Ya basta!- gritó la mujer al ver que tenía mi mano dentro del pecho de su esposo, sujetando el corazón que agonizante bombeaba el último disparo de sangre sobre mí.

Me di cuenta de que estaba riendo de tal forma que asustaba a Yuki, y de que todo estaba teñido del rojo de la sangre del hombre. Había enterrado mi mano en el pecho de un hombre, en frente de su familia, frente a una pequeña niña. El corazón dejó de latir aplastado, asfixiado por mi mano y mi pulso. Y así murió.

Fue tan rápido... Ver cómo se corta el hilo de una vida, ver como de un segundo a otro se terminan todas las posibilidades, ver como se acaba todo, así como así, sin vuelta atrás.

-Lo... Lo mataste- susurró Yuki contra la pared tan impactada como se podía estar en ese momento, con los gritos de una esposa enviudada y las manchas de sangre de un hombre asesinado.

La bala perdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora