Aaron sonrió y asintió.

-¿Entonces... estamos bien? -preguntó él mordiendo su labio inferior con nerviosismo.

Ese vacío en mi pecho fue desapareciendo y fue reemplazado por un inmenso calor.

-Estamos bien-dije sonriente.

Aaron sonrió de oreja a oreja, sonrió como un niño que obtiene lo que quiere en navidad.

Él dio un paso hacia mi y por consiguiente yo di un paso hacia él.

La tensión iba siendo reemplazada por emoción, emoción de besar sus labios nuevamente.

Finalmente estábamos lo suficientemente cerca como para mezclar nuestras respiraciones, mi pulso era acelerado al igual que mi respiración. Sus labios rozaban los míos llevándome al borde del deseo, él me llevaba al límite y eso me encantaba. Finalmente, Aaron comenzó a unir sus labios con los míos llenándome de alivio. Alivio era la palabra más adecuada para describir lo que mi cuerpo experimentó cuando Aaron me besó. Sus labios se movían dulcemente sobre los míos, sus manos acariciaban mi rostro suavemente. Al fin las cosas estaban en su lugar.

(...)

-¿Adonde me llevas? -pregunté emocionada.

-Si te lo dijera ya no sería una sorpresa-dijo Aaron emocionado con sus ojos fijos en la carretera.

Aaron y yo íbamos en su auto dirigiéndonos a solo Dios sabe donde. Aaron planeó una cita de reconciliación y no quiso decirme adonde íbamos, ni que haríamos, solo me había informado que me vistiera elegante, lo cual incrementó mis expectativas.

-Déjame decirte que ese vestido negro te queda espectacular-dijo Aaron en un tono aterciopelado sacándome de mis pensamientos.

Un calor se instaló en mis mejillas tiñéndolas de un color carmesí.

-Gracias-dije nerviosa mientras alisaba la falda del vestido.

Era increíble que después de casi ocho meses de relación, Aaron siguiera produciendo este efecto en mi, con una simple mirada suya, él podía mandar a volar mi autocontrol.

-¿Ya llegamos? -pregunté como una impaciente niña pequeña.

-Que no-dijo Aaron sonriendo de lado a lado.

Yo sonreí y asentí.

(...)

-Oh.Mi.Dios.-dije pausadamente-¿todo esto es solo para nosotros? -pregunté anonadada.

Aaron me había traído a uno de los mejores restaurantes de Manhattan y lo mejor de todo era que el sitio estaba solamente reservado para nosotros dos.

-Si, amorcito-dijo Aaron mientras colocaba sus manos sobre mis caderas y apoyaba su mentón en el hueco de mi cuello.

Me era imposible borrar la sonrisa de mi rostro.

El lugar tenía una mesa principal decorada con margaritas, la iluminación de el lugar era tenue, ya que, solo lo iluminaba unas velas, una de las paredes del restaurante estaba totalmente cubierta de césped y plantas dandole un toque único y para terminar de decorar el lugar, había un gran piano. El lugar era simplemente hermoso.

-Te amo, ¿lo sabías? -dije girando mi rostro hacia el suyo.

Aaron sonrió y asintió.

-Yo también te amo-dijo él complacido.

Compartimos un tierno beso y luego tomamos nuestro lugar en la mesa.

(...)

-¿Sabes tocar? -le pregunté a Aaron mientras tocaba una que otra tecla del piano.

-Por supuesto que se tocar-dijo Aaron en un tono picaro mientras acariciaba mi espalda baja.

Mis mejillas ardieron instantáneamente.

-Eso lo se-dije riendo nerviosa-pero me refería al piano.

Aaron arrugó su nariz.

¿Mencioné que Aaron se veía tremendamente tierno cuando hacía ese gesto?

-No se hacerlo, ¿tú sabes como hacerlo? -inquirió él curioso.

-No-dije negando con mi cabeza-solo se tocar Estrellita donde estas.

Aaron rió.

-Quiero oírla-dijo él animado.

Suspiré pesadamente.

-Esta bien-dije tímida mientras me sentaba en el banco del piano.

Examiné durante unos segundos las teclas y luego cuando sentí seguridad, comencé a tocar la tonada infantil.

Aaron estaba parado detrás de mi y me era imposible verlo pero estaba casi segura que me observaba con una sonrisa en su rostro.

De repente sentí como los labios de Aaron tocaban mi cuello haciéndome erizar de los pies a la cabeza.

-Definitivamente sabes tocar-dijo Aaron con su aliento rozando mi cuello, en un tono coqueto.

Sonreí tímida, giré mi rostro y lo besé.

Aaron me arrinconó colocando sus brazos a cada lado de mi cabeza. Sus labios sabían al champagne que momentos antes habíamos bebido, nuestros labios se movían con agilidad pero con coordinación. Sus labios me hacían estremecer, eran el mejor lugar del mundo. Gradualmente la pasión fue incrementándose, era evidente como iban a terminar las cosas y eso era lo que yo deseaba.

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Dile adiós a la inocenciaWhere stories live. Discover now