Mi historia

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Capítulo 11: Mi historia

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Aunque suene como una versión masculina de Rayita, me desperté a en la mañana con los rayos de sol que entraban por la ventana y el canto de los pajarillos matutinos. Me hubiera levantado y cantado un tema de la película Frozen, sin embargo, no soy Rayita. Por otra parte, mi garganta me dolía lo mismo que un costado de mi lengua.

Hailey no se encontraba a mi lado, sin embargo, no tuve que preguntarme por su ausencia, justo en ese momento ingresaba a la habitación.

―Buen día. Menos mal que es feriado y mis padres dormirán hasta tarde. Lo mejor es partir temprano, así no habrá mucho personal en el hospital para amigos.

―Buen día, tienes razón, mejor pongámonos en marcha.

Tal vez fuera el hecho que estos días me la pasaba caminando como un zombi, pero sentía que me dolía la rodilla derecha, algo así jamás me sucedió en la vida.

Traté de alejar el dolor y el cansancio pensando en otras cosas y en efecto, llegué más pronto de lo que esperaba al hospital por "piloto automático". A diferencia de la última vez que estuve aquí, no ingresé por la puerta principal, mi amiga me llevó a dar un rodeo y llegamos a una de las puertas traseras del centro médico.

Puso la palma de su mano sobre una especie de panel y luego sus ojos dejaron de enfocar al frente. De alguna forma estaba hackeando el sistema de seguridad de la puerta.

―Listo, ya podemos entrar.

Nuestro objetivo era encontrar una máquina de escaneo bioneuronal para averiguar lo que me estaba pasando. Era primordial tener cuidado para que los doctores o demás personal, no descubriran nuestra presencia.

―Estoy viendo el mapa en este momento ―me dijo mirándome directo al rostro. Como ella me lo explicó antes, su cerebro era una computadora y sus ojos operaban como un monitor.

»Debemos subir al tercer piso e ir a la sala de radiología.

Como nuestro objetivo era no ser descubiertos, no fuimos por los pasillos y escaleras de tráfico normal. En cambio, fuimos por las escaleras de emergencia y así llegamos a nuestro destino.

―Es aquí, entremos.

―¿Segura?, aquí no hay ningún cartel que diga que es la sala de radiología.

―Sí, estoy segura ―me confirmó, y luego volvió a hackear el sistema de seguridad de la puerta.

Apenas ingresamos y me di cuenta que no podía ser una sala de máquinas médicas, más bien un depósito de drogas limpio y catalogado en sus repisas.

―Esta no puede ser la sala que buscamos.

―Ya lo sé, pero de seguro en la sala de radiología veremos al doctor y en este lugar podré encontrar un dispositivo de rastreo bioneuronal. No da un escaneo tan completo como quisiera, pero podemos empezar por allí.

Me pidió que me sentara mirando a la puerta y que estuviera atento por si viniera un enfermero.

Así lo hice, estaba tentado a voltear y ver a mi amiga, pero en eso escuché un par de pasos que se acercaban por el pasillo. Dos hombres se acercaban a la puerta. Pese a lo tenso de la situación mi corazón estaba calmado, como si no latiera en absoluto.

Los sujetos entraron a la habitación del frente.

―Eso estuvo cerca... ―dije. Hailey no esperaba que me diera la vuelta. Una aguja hipodérmica de un tamaño enorme se dirigía a mí yugular.

Puso toda su fuerza en inyectarme con Dios sabe qué, pero yo sujeté su brazo con fuerza para impedirle continuar.

―¿Qué demonios? Hailey...

No se rindió, en un rápido movimiento, su brazo libre evitó ser agarrado y me arañó el rostro.

Debido a mi posición incómoda, ambos caímos al suelo, no obstante, el forcejeo no acabó en lo más mínimo.

Pese a ser un soldado, no podía sacarmela de encima. Al ver sus ojos lo comprendí.

Las pupilas de Hailey estaban muy dilatadas, cantidades anormales de adrenalina corrían por su cuerpo.

―Hailey... ¿Qué te pasa? ¡Detente!

En el forcejeó ambos pateamos los estantes y varias muestras médicas y drogas varias cayeron en el piso haciendo mucho ruido. Esto, sin embargo, no mermaba el deseo mortal de atacarme.

Cuando la punta de la aguja penetraba en mi garganta, la puerta se abrió y los dos enfermeros, alertados por el ruido, procedieron a sujetar a Hailey.

―¡No!, ¡no me alejen de nuevo de mi querido!

Más enfermeros llegaron y sujetando con fuerza a mi amiga, que vociferaba, se la llevaron lejos de mí.

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Los padres de Hailey llegaron y me enteré de toda la verdad. Ella sufría un tipo de esquizofrenia, esa era la razón de que no quería que sus progenitores supieran de mi presencia. Ella creía que yo era real..., una persona real.

¿Recuerdan lo que les dije acerca de que los zombis son conscientes de cierta manera respecto a su entorno? Pues es eso justo lo que me pasó a mí al relatar la presente historia. Yo soy un zombi y fui antes un soldado, eso y todas las películas de ficción como Terminator y Mi novio es un zombi, crearon una especie de "realidad" que vino a llenar los vacíos de mi mente con respecto a la percepción de la realidad circundante.

Tengo más de cien años y no me descompongo, ¿la razón? Pues todo se remonta a la Tercera Guerra Mundial de la cual hablé al principio. La radiación que se esparcía por todo el globo, amenazó la existencia de la raza humana. Sin embargo, se encontró una solución: nanomáquinas que podían absorber la radiación.

La atmosfera fue purificada, pero la mayoría de la población mundial ya estaba muriendo de cáncer, por lo que se aprobó el uso de nanomáquinas en los seres humanos.

Las nanomáquinas hicieron lo que pudieron, de hecho, en la actualidad siguen batallando para limpiar de radiación nuestros cuerpos. Regeneran de forma constante las células cada día, sin embargo, no tienen tanta efectividad a la hora de regenerar las neuronas.

Eso somos los zombis. Las personas comunes y corrientes del siglo XX, personas que ya no leían más el periódico, que creían a pie y juntillas en las noticias falsas del internet; personas que no escuchaban buena música, por el contrario, se dedicaban a escuchar el perreo, hip hop, reguetón o cumbias villeras argentinas.

Sí, esos somos los amigos, personas obsesionadas con mirar las veinticuatro horas del día la pantalla del celular o tomarse selfies; personas que mascullamos contra el gobierno, pero que no tenemos el coraje de sacar a las patadas a aquellos que nos gobiernan.

Mario Vargas Llosa dijo que vivimos en la "civilización del espectáculo", esto también nos lleva a vivir en la cultura de la indiferencia y esperar que venga un mesías a salvarnos, cuando somos nosotros mismos, los que siempre hemos tenido el poder para cambiar el mundo para mejor.

Muy pocas personas fueron las que se salvaron del apocalipsis radiactivo, sus descendientes forman la población de gente normal del planeta.

Ya vienen los doctores a examinarme, evaluarán todo el daño que Hailey hizo a mi mente. No le guardo rencor pese a las drogas o manipulación con el VR May. Solo espero que este bien y su vida recupere un curso normal.

Me llamó..., llamaba, Vladimir. Me despido, espero que todos en el fondo de sus corazones, me consideren su amigo.

FIN


Un zombi en el siglo 23 (de Bolivia para el mundo)Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang