[1] Melodías

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Faltan cinco minutos para las 11 de la noche.

El teléfono de Jungkook vibra con el recordatorio diario y él desactiva la alarma, dejándose caer silenciosamente en su cama, esperando.

Son las 11 de la noche y el chico de la habitación contigua comienza a tararear.

La primera vez que Jungkook llegó a la residencia y lo escuchó tararear por la noche, se preguntó si él era consciente de lo delgadas que eran las paredes; lo suficientes para ser capaz de oír incluso aquel suave murmullo. Y hubiese pasado aquello por alto, de no ser porque la acción se repitió cada día después de eso, siempre a la misma hora.

No le molestaba. Muy por el contrario, escuchar aquella voz se había vuelto casi una necesidad. Porque Taehyung, el residente de la habitación de al lado, poseía una voz potente, profunda. Y sus melodías, aquellas malditas melodías, eran las entonaciones más tristes que Jungkook en su vida había sido capaz de escuchar.

La curiosidad lo carcomía cada día, preguntándose el porqué de su manía, cuestionándose por qué parecía tan desolado. No obstante, cuando lo escuchaba tararear, no había ni un solo pensamiento que asaltara su mente. Porque la voz de Taehyung, baja y rasposa, era casi como una droga que te hacía perder la consciencia, que te llevaba al más exquisito éxtasis en el cual preferirías volverte loco antes de renunciar a ello.

Y Jeon Jungkook se había viciado; se había viciado por completo con aquella voz.

Por eso cada noche, 5 minutos antes de las 11, él abandonaba lo que hacía para recostarse en su cama y esperar. Y cuando llegaba, cuando su respiración se cortaba y sus latidos se volvían tortuosos debido a las bajas y sufridas tonalidades de aquella deliciosa voz, sólo se hundía más en el colchón, sintiéndose desfallecer. Porque Jungkook sabía que los vicios eran malos. Y la voz de Taehyung era capaz de infundirte dolor, terror y desesperación más que cualquier droga existente.

Así era cada noche para ambos chicos, para Taehyung y Jungkook.

Taehyung, quien durante una hora no dejaba de tararear en voz baja melodías desgarradoras.

Jungkook, quien durante una hora permitía a su alma marchitarse y su corazón ser destruido sin piedad.

Mientras que lo único que tenían en común, era que ambos vivían en el estrecho tercer piso de esa antigua residencia de estudiantes. En esas pequeñas habitaciones con piso de madera y la pintura de las paredes gastadas. En esos cuartos que, por un hecho casi mágico, estaban conectados por un balcón con vista al jardín. Un balcón que parecía ser el sitio favorito de Taehyung después de tararear. Un balcón al que Jungkook jamás se había atrevido a salir.


Thin walls [KTH + JJK]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora