Capítulo 22

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Pocas personas saben lo que es ver su propio fin a un par de minutos de ellos, que dependa de otras personas que sigan con vida o mueran. O que sea esa misma gente la que va a acabar con ellas por diversas razones, esas que quizá ni siquiera conozcan. Y esa es mi situación ahora mismo, la cual he experimentado otra vez unos minutos antes de esta. Y, ahora que sé lo que se siente, quiero deciros una cosa:

Si habéis experimentado esto alguna vez pero habéis conseguido salir, me alegro infinitamente, y siento que hayáis tenido que pasar por eso; os aseguro que puedo ponerme en vuestro lugar perfectamente. Si conocéis a alguien que haya sufrido de esta forma, ojalá y pillen a los individuos que se lo han hecho. Y, si no habéis sabido de ello hasta este momento, mejor; espero que siga así el resto de vuestras vidas. Pero, si alguien os lo desea, denunciadlo ya mismo, porque está cometiendo un delito y ese personaje está atentando contra vosotros, vuestra vida y vuestra autoestima; no hacen falta armas para hacer daño, porque unas palabras bastan.

En este caso, aunque no sé si es suerte o desgracia que me encuentre en esta situación, estoy sufriendo la desesperación de ver una vida pasar por delante de mis ojos. No de forma literal, pero sí imágenes, recuerdos de otra persona. Y en prácticamente todos sale la niña de la ventana, de la casa, de la fotografía; mi madre.

En ellos está jugando conmigo, en el jardín de la vivienda en la que me colé, meciéndola en unos columpios, peinándola de mil formas distintas, ayudándole con los deberes de dibujo o contándole algún cuento antes de dormir. Y está adorable, encantadora, preciosa, con un toque inocente que cualquiera envidiaría.

Aunque en otros también aparece el hombre que vi en aquel lugar, el que me llamó princesa y me miraba con un amor fraternal, como lo hace mi padre. Y también con una señora que se parece a mi madre y a mí, salvo que con el pelo rubio y los ojos más oscuros que yo, semejantes a un pozo al que lanzas una piedra y no alcanzas a escuchar el sonido del chocar contra el agua solo porque no tiene fondo, como si te pudieras perder en su mirada y no volver a salir. Pero es bonita y profunda, algo que me parece reconfortante.

Después, los recuerdos se tornan en unos similares a las del sueño en el que me comía el gusano, solo que parece que han sucedido durante toda una vida, donde los cuatro individuos cambian de estatura y un poco sus rasgos físicos. Pero, de todas formas, se les puede seguir identificando. Y, lo peor de todo, es que la chica es forzada a cosas todavía más desagradables si cabe, esas que hasta soy incapaz de describir con palabras normales; hay que verlos para saber a lo que me refiero.

Las imágenes se repiten una y otra vez y me revuelven el estómago, llegando a producirme arcadas y un llanto silencioso. Quiero que acaben. Ambas queremos que cesen de una vez por todas, aunque sea porque vamos a morir. No puedo soportar más insultos, gritos, miedo, huidas fracasadas, fisuras en el corazón, dolor, acoso; ella, tampoco. Por desgracia, yo también lo he vivido en mi piel, salvo que a mí dejaron de hacérmelo y ella los padeció hasta el final de sus días. Es triste que tuviera que sufrir tanto sin razón aparente.

Pero, de pronto, una sombra que camina delante de mí me despierta del trance en el que estoy, de los recuerdos en los que estoy absorta. Igualmente, no alcanzo a identificarla porque las lágrimas me han nublado la vista. Pero consigo deducir de quién se trata por su forma, su tamaño, y su manera de caminar, y es el pequeño que ha dado la voz de alarma cuando he intentado escapar. Quizá ahora consiga acercarme a él y ganarme la confianza necesaria para salir de aquí con vida.

—Oye, ¿te importaría hacerme un favor? —le pregunto después de aspirar por la nariz.

No dice nada, ni siquiera advierto que llegue a girarse para mirarme a la cara. Así que decido secarme las gotitas que desprenden mis ojos con las manos para poder verlo mejor, pero es imposible; estoy atada en una silla. Lo que no sé es cómo no me he dado cuenta después de haber estado lo que parecen minutos en esta postura. Y lo único que hago es probar a deshacerme de las cuerdas de una forma sutil y silenciosa para no llamar la atención de todos, pero no funciona. Solo me queda seguir intentándolo con el niño.

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