29.- Pidiendo disculpas

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No sabía como afrontar esa tarde.
Aún no me hablaba con Esther y tendría que pasar toda la tarde cerca de Ana. El hecho de que estuviese allí toda la clase me tranquilizaba porque la obligaría a no prestarme atención pero ¿y yo? ¿Yo no le iba a prestar atención? Porque no lo tenía muy claro.

-Muchas gracias por venir a todas y a todos -nos dijo Ana cuando ya estábamos todos- Hay bastantes cosas que hacer así que podéis empezar por donde queráis.
Y así lo hice. Comencé a introducir unas banderas en un trozo de hilo para después colgarlas. Mientras los hacía Ana estaba subida a unas escaleras poniendo un par de tornillos en la pared donde colgarían dichas banderas.
Mis ojos se iban a ella sin darme cuenta. No lo podía evitar.

Los últimos compañeros ya se estaban yendo hasta que llego en el momento en el que solo me quedé yo. Yo y Ana.
-Paula ya te puedes ir. Acabo yo.
-Termino esto y ya.
Comencé a recoger junto a Ana.

-Pues ya está todo listo.
-Eso parece -le contesté.
Ya estábamos fuera del centro y entonces me preguntó lo que me temía pero que por otro lado deseaba.
-¿Te llevo a casa?
-No -dije rápidamente- No... No es necesario.
-De verdad, no me importa -se aproximó a su coche y abrió la puerta- Sube.
No me lo pensé, por desgracia, y subí.

Íbamos a medio camino y para mi sorpresa se pasó el desvío para entrar a mi casa.
-Era por ahí, ¿no te acuerdas?
-Sí, claro que me acuerdo. Quiero hablar.
-¿A dónde vamos?
-A mi casa.
-Esto es un secuestro.
En ese momento para el coche.
-Tienes razón y perdona. ¿Quieres ir a mi casa? -me preguntó.
-¿Qué pasa si te digo que no?
-Que daré la vuelta y te dejaré en tu casa.
-Genial.
-¿Entonces? -preguntó.
-Vamos a tu casa.
Pude percibir una pequeña sonrisa en su cara. Poco a poco se instaló otra en la mía.

-Puedes pasar y ponerte cómoda.
Así lo hice. Minutos más tarde salió Ana de la cocina con algo de comida.
-Hemos estado toda la tarde trabajando y supuse que tendrías hambre.
-Has supuesto bien.
Me recliné para coger una galleta.
-Quiero pedirte perdón.
Deje de masticar y trague apresuradamente.
-¿Qué?
-Que lo siento. Siento haber sido tan políticamente correcta y creer que la edad era un problema.
-¿Por qué no lo es? -le pregunté nerviosa.
-Para el mundo sí pero, después de mucho pensarlo, me di cuenta de que para nosotras no lo es. Con esto no quiero que me perdones. Haz lo que creas conveniente pero solo quería disculparme porque te he hecho daño, me he hechos daño; nos he hecho daño.
-Ana, ¿qué quieres decir?
Me miro durante unos segundos y sonrió.
-Que te quiero.
Mi corazón empezó a ir muy rápido y una sonrisa se hizo evidente en mi cara.
-Que te quiero y que lo siento muchísimo.
Tapé mi cara con mis manos.
-Entiendo que no seas capaz de perdonarme. Además, me he enterado que te has peleado con Esther porque en el colegio se sabe todo -hablaba nerviosa- Solo quería que supieras esto y que si decides perdonarme que no volveré a ser una idiota.
Destapé mi cara y la miré.
-¿No volverás a recordarme la tontería de la edad?
-Nunca -afirmó muy convencida.
-Genial.
Su cara era un completo interrogante.
-¿Entonces...?
-¿Entonces qué? -pregunté haciéndome la inocente.
-¡Paula! ¡Por lo que más quieras! -grito desesperada.
-A ti.
Me tiré encima de ella y la besé. Segundos después ella se unió al beso. ¿Ahora cómo seguiría esto?

Alcanzar la felicidadTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon