39.- Instalándose

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Narra Ana

Acababa de terminar de colocar la última de caja que Paula me había traído de mi casa después de ofrecerse para ir a buscarla y de ofrecerme su casa para quedarme. Me había instalado en un sótano transformado en apartamento que aún no estaba del todo terminado pero para mí estaba más que genial.

Golpearon la puerta mientras me encargaba de darle el último toque a todo antes de que Paula llegase con las cosas y papeles de mi despacho.

-¡Adelante? –dije.

-¿Se puede? ¿Cómo lo llevas? –me dijo desde la puerta Sandra, la madre de Paula.

-Por supuesto, pasa. Es tu casa –reímos por la obviedad de la frase- La verdad que está genial todo. Muchísimas gracias.

-No tienes nada que agradecer –me dijo con una cálida sonrisa.

Sandra era una mujer muy atractiva. Tenía el pelo corto, marrón y unos ojos color miel, algo más oscuros que los de Paula. Tenía una altura media y una forma física estándar. Muy parecida a Paula.

Me parecía bastante raro que se mostrase tan amable conmigo y no me hubiese dicho absolutamente nada en cuanto a la relación que mantenía con su hija. Temía que en cualquier momento me echase algo en cara.

Se acercó al pequeño sofá de dos plazas y se sentó mientras miraba un punto fijo en alguna parte y mantenía los brazos cruzados bajo el pecho. De pronto desvió su mirada hacia mí.

-No soy capaz de comprenderlo.

Ahí estaba. Seguro que ahora llegaría el momento en el que me diría cualquier cosa; que soy una enferma, que como se ocurre salir con una niña, que yo misma podría ser su madre... Me esperaba cualquier cosa.

-¿Perdona? –le pregunté aún de pie delante de ella.

-No soy capaz de entender como tu marido pudo hacerte todo lo que te hizo.

No fue para nada lo que me imaginé que me diría. Me senté a su lado y ella se giró un poco para quedar cara a cara y yo la imité.

-Hay hombres que se creen que tienen algún tipo de derecho sobre nosotras o que somos de su propiedad. Obviamente no todo empieza con esto –dije señalando mis morados- Si lo primero que hiciera fuese pegarte un guantazo saldrías corriendo. Pero van poco a poco, e incluso, al principio, son personas maravillosas.

-¿Y cómo se da todo la vuelta? –me preguntó

Tenía su codo apoyado en el respaldo del sofá y su cabeza descansaba sobre su mano mientras me escuchaba atentamente.

-Pues un día te regala algo de ropa, por ejemplo. Al principio piensas que no tiene nada de malo pero esa camiseta no es de tu estilo. Tú te la pondrías más corta, más escotada o más ajustada. Aun así, piensa "Joder, es un regalo. No le hagas el feo" y te lo pones. Pero cuando vuelves a ponerte tu ropa ves como su cara cambia; caras de asco, de enfado, etc. y para evitar eso vuelves a ponerte lo que él te regala.

-¿Y cuándo te das cuenta de que realmente es posesivo?

-Pues cuando ya estás tan hundida que piensas que no vales nada y que sin él no eres nada porque así lo ha querido él. Ha querido que pensaras justo así.

Sandra cambió su postura y resopló. Me resultaba algo extraña la situación de hablar con la madre de la mujer con la que estaba y que esta fuese más joven que yo.

-¿Cómo conseguiste salir de todo eso?

Reí sarcásticamente. Aquí se complicaba el asunto. ¿Qué le iba a decir? ¿Cómo le explica que su hija me había hecho sentir una persona nueva, me había recordado lo que valía y me daba la felicidad que jamás nadie me dio?

-Lo siento –se disculpó- Esto debe ser muy difícil para ti y yo no hago más que preguntar.

-No, no. No es eso. Es que me da mucha vergüenza responder a esa pregunta –le confesé.

Me miro extrañada y respiré hondo.

-La respuesta a esa última pregunta es tu hija.

Volvió a repetir la acción de antes de acomodarse en el sofá y retomó su postura inicial.

-¿Mi hija?

-Sí. Tu hija me ayudo y me dio y me hizo sentir lo que nunca había sentido –me callé un momento a ver si ella decía algo- Y esto me resulta muy embarazoso –dije mientras reía nerviosa.

-No tienes que avergonzarte de nada mujer. Es precioso. Además, tú a ella también la haces muy feliz. Desde que está contigo tiene una luz especial y espero que no la pierda nunca.

Ambas sonreímos y escuchamos la puerta abriéndose y entraban Paula con su padre. Discutiendo como sobre entrarían mejor las cajas.

-Paula, cógela al revés. No seas difícil que así no va a entrar.

-Que sí, que entra.

Paula intento entrar y la caja quedo encajada en la puerta.

-Pues no. No entra –dijo al ver allí la caja.

Sandra y yo reímos mientras su padre le decía "Te lo dije"

-Me da a mí que vais a necesitar algo de ayuda –dijo Sandra mientras nos acercábamos a ellos.

Estaba terminando de colocar los papeles de las últimas cajas. La puerta sonó otra vez y abrieron. Era Paula.

-¿Necesitas ayuda?

-No. Ya está todo listo.

-¿Y tú?

La miré y vi que su cara denotaba una preocupación que ni quería que sintiera.

-Estoy bien Paula. Te lo prometo.

-¿Seguro?

-Ven conmigo.

Tomé su mano y la guie hasta al sofá.

-Este ha sido un punto y final en mi vida. Su paliza no significó nada. No me dolió. Él no es nadie para mí. Ahora solo quiero que lo pillen y lo encierren o se muera, me da igual. Soy feliz y eso me encanta. Y lo soy contigo.

Me sonrió y me dieron unas ganas inmensas de besarla. Y como si me hubiese leído el pensamiento se acercó a la puerta del sótano y paso la llave. Volvió a mí y me beso. Yo seguí su beso. Se sentó sobre mí y continuó besándome mientras sus dedos se perdían entre mi pelo y mi manos sujetaban su cara.

-Espera Paula –le dije separándome- Estamos en casa de tus padres.

-¿Y por eso no vamos a follar?

-¡Paula! –le reprendí riendo-

-Uy, disculpe. Que se escandaliza la señora. ¿Hacer el amor está mejor?

-Cállate.

Volví a atraerla hacia mí para besarla. La cogí por el culo y la llevé en brazos hasta la cama. Cuando estuvimos en ella yo continuaba besándola mientras Paula recorría con sus manos todo mi cuerpo. La levanté y ambas quedamos sentadas con nuestras piernas enredadas. Los besos continuaban hasta que Paula los detuvo para centrarse en desabrochar cada botón de mi blusa. Cuando finalizó su tarea se quedó observándome. Yo le fui a quitar su camiseta y me detuvo.

-¿Puedes ponerte en pie? –me pidió.

Así lo hice. Ella se puso delante de mí y me desabrochó el botón del pantalón para después quitármelo. Me sentía compungida al estar allí así y Paula lo sabía.

-Eres preciosa –dijo mientras acariciaba mi cuerpo con una delicadeza inmensa.

Comenzó a besar mi cuello. Siguió bajando hasta que llegó a mis pechos que aún estaban protegidos por mi sujetador. Llevo sus manos a mi espalda y se deshizo de él. Recogió mis pechos en sus manos y empezó a dejar besos en ambos. Continuó bajando y noté como quitaba la única prenda que aún protegía algo de mí. Lo que sentí después fue mi espalda chocar con el colchón y la lengua de Paula encargándose de darme todo el placer.

Alcanzar la felicidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora