X

24 1 0
                                    

Sentado en una banca, el mundo le era diferente, raro, especial. Empezaba a entender muchas cosas, o al menos eso quería creer. Miró a todas las personas con las que alguna vez compartió un momento. Tenía muchos recuerdos sobre ellos. Los amigos de la escuela eran quienes componían el grupo más grande, seguidos por los del trabajo.

Ahora que los miraba a todos reunidos, se preguntó si ellos lo recordarían también. Conocía muy bien como solían ser, y por ende no estaba seguro de que todos lo recordaran, inclusive creía que muchos ya lo habían olvidado. Estando en estos pensamientos le llegó una idea. Quizá él estaba equivocado, quizá todo lo que sentía no era más que un malentendido, algo que malinterpretó. La realidad es que sería muy difícil poder decir qué había causado su estado de ánimo en primer lugar. Durante mucho tiempo lo atribuyó a la separación con Patricia y a no poder ver a sus hijas, pero ahora que lo pensaba, podría ser algo que comenzó mucho tiempo atrás.

Bruno nunca había sido exactamente lo que se dice una persona común. Siempre había sido definido como raro, pero no prestaba atención a esos comentarios, al menos no de manera consciente.

―¿Qué has averiguado hasta ahora? ―preguntó una voz desconocida.

Bruno alzó la vista y vio un doble suyo. No le resultó raro, en esos momentos nada estaba fuera de sitio.

―No mucho, a decir verdad.

―¿Estás seguro?

―Ya deberías saberlo.

―Sé solo lo que tú sabes.

Bruno siguió sentado en la banca del parque. A la distancia veía pasar a todos sus conocidos, incluyendo a sus hijas y su ex-mujer.

―¿Por qué no vas a verlas? ―dijo su doble señalando a sus hijas.

―No puedo, me está prohibido.

―Sabes muy bien que puedes, no pasa nada si te las encuentras por casualidad y conversan un rato.

―¿Tú crees?

―Anda y compruébalo.

Bruno se levantó y al instante se encontraba frente a una iglesia. Su hija mayor, Alicia, estaba dentro con su novio. Los valores de la religión habían sido bien alimentados por Patricia, y ahora ella estaba haciendo lo mismo con su novio.

Bruno entró dudoso, no quería interrumpir, así que avanzó con cautela hasta la banca donde se encontraban.

―Solo hazlo ―le insistió su viva imagen.

Cuando estuvo a punto de tocar el hombro de su hija, se echó para atrás. No podía hacerlo, no estaba listo para un encuentro así.




Los doctores revisaban los signos vitales con cierta frecuencia del paciente que acababan de recibir. Al parecer ya se encontraba fuera de peligro, lo que significaba que podrían sacarlo del hospital y dar ese lugar que estaba ocupando a alguien que en realidad lo necesitase, o a quien pudiera pagarlo.

El doctor Salvatierrra, quien fuere el director del hospital, solía ver a los pacientes internados, no tanto porque estuviera preocupado por ellos, sino más bien porque se aburría de estar en la oficina atiborrado de papeles. Por alguna extraña razón, se fijó en en este extraño hombre. Vio que estaba estable y que solo era cuestión de tiempo para darle el alta y pudiera salir por su propio pie. Revisó los datos que hasta el momento tenían de él, los cuales en realidad eran muy pocos. Se le quedó viendo fijamente y pareció recordarlo de algún lugar, pero sin saber de dónde. Trató de recordarlo, pero al final lo dejó, no lograba identificarlo en sus memorias.

Camino a su oficina, recordó cuando buscaba información sobre Rodrigo Morian. «¿Será posible que sea el vecino?», se preguntó. No lo creía, o más bien no lo recordaba. Al final le resultó igual, cada día veía cientos de pacientes, y si no podía recordar a uno, entonces significaba que no era importante, o al menos de eso se convencía siempre.

NihilismoWhere stories live. Discover now