IX

32 1 0
                                    

Acababa de hablar con sus hijos, sabía de antemano que no lo visitarían en esta ocasión. «Tal vez es mejor así», pensó Thomas. Se dirigió al baño y tomó una ducha. Al terminar, abrió el botiquín que tenía cerca y cogió sus pastillas.

―Ya estás viejo ―se dijo viéndose al espejo.

Su cuerpo empezaba a fallarle, tenía temblores recurrentes, y en ocasiones, sentía una oleada de calor recorrerlo de pies a cabeza. No hacía mucho le habían diagnosticado principios de alzhéimer. Se la vivía tomando pastillas y ya no quería seguir haciéndolo.





Bruno no sabía nada de lo que había ocurrido. Su conciencia estaba perdida. Vagaba entre sus recuerdos, intentando encontrar sentido alguno a su existencia. En tal estado, aún podía escuchar, como si de un eco distante se tratara lo que se decía fuera, pero no era capaz de entenderlo. Todo su ser permanecía en un limbo.





―¿Quién es ese amigo de tu padre? ―preguntó Kenia.

―Se llama Thomas Hart. Hasta donde sé ya vive retirado.

―¿Y cómo lo conociste?

―Por mi padre, tenían una foto juntos.

―¿Eso fue mientras estábamos en la universidad?

―Eres muy curiosa, ¿lo sabías?

―Pero así te gusto ―dijo Kenia lanzándole un beso.

De a poco, Michel se convencía de que formar un futuro con Kenia era lo mejor. Ahora solo quería terminar cuanto antes la búsqueda de Patrick para poder dedicarse a ella. Le había dicho que vería a Thomas para preguntarle si sabía algo sobre su padre, lo cual era cierto en modo alguno.

Salió a las cuatro de la tarde, conocía la dirección de Thomas, lo tomaría por sorpresa. «Esa será mi mejor arma, el factor sorpresa», pensó. No le llevó ni media hora llegar a la casa de Thomas. Pensó en cuál sería la mejor forma de confrontarlo. Podría tocar a su puerta y convencerlo de recibirlo, o podría entrar de forma ilegal a su hogar y ahí empezar el interrogatorio. "Hay que cuidar las apariencias ―le hubiera dicho Patrick―. Las personas pueden ofrecerte más de lo que esperas si te presentas de la manera correcta."

Suspirando, se acercó a la entrada de la casa y llamó. Para su suerte no había vecinos afuera, por lo tanto, no habría testigos si algo salía mal. Eso le agradó. Volvió a llamar a la puerta, en esta ocasión Thomas acudió.

―Buenas tardes señor. Vengo investigando un caso de desaparición de una niña de este barrio. Usted comprenderá que es de vital importancia hablar con todos los vecinos para establecer las mejores líneas de investigación. Si no le es molestia, quisiera pasar a hacerle unas preguntas.

―¿Es usted policía? ―preguntó Thomas cauteloso.

―Soy investigador privado ―contestó Michel enseñando su identificación de Inglaterra lo más rápido posible, no quería que Thomas tuviera tiempo para mirarla, pues podría reconocerla―. ¿Me permitiría entrar a hacerle unas preguntas?

Thomas dudó, pero nada perdía con dejarlo pasar. Estaba viejo, pero aun sabía cuidarse solo. Esperaría a ver qué pasaba, ya después actuaría de ser necesario.

Al entrar, Michel se dio cuenta de que no sería tan fácil como hubiera esperado. Había algo en Thomas que le hacía desconfiar. Tomó asiento y esperó a que Thomas también lo hiciese.

―Dígame investigador ―dijo Thomas con un tono serio―, ¿cómo se llama la niña que ha desaparecido?

―Laura. Es una pena, tenía tan solo quince años.

NihilismoWhere stories live. Discover now