VIII

32 1 3
                                    



Vine a esta ciudad porque me dijeron que aquí vivía Thomas Hart. No entiendo por qué decidió mudarse a este sitio, pudo haberse quedado en Rusia, o regresar a su querida Inglaterra. Me pregunto qué diría Frank sobre todo esto. En parte también es su descubrimiento, aunque no haya podido verlo. No hay tiempo que perder, debo apresurarme a encontrar a Thomas, confío en que sabrá guardar el secreto, al menos hasta que todo se haya calmado.





Eran las seis de la mañana, Michel había salido a correr como de costumbre. Llevaba unos audífonos para escuchar música que lo animara a seguir ejercitándose. Tenía un físico digno de un atleta, sus ejercicios matutinos lo mantenían en buena forma, quien fuera lo viera pensaría que se trataba de un deportista preparándose para su siguiente gran evento. Michel estaba orgulloso de tener un cuerpo bien tonificado. Sin embargo, más que ejercitarse en las mañanas para seguir teniendo un buen físico, él solía hacerlo porque creía lo ayudaba a concentrarse. Después de correr durante diez minutos, Michel se detuvo y se puso a pensar en lo que sería su siguiente movimiento, debía ser cuidadoso, Patrick podría saber que andaba pisándole los talones, y entonces volvería a desaparecer. "No es mi primera vez en esto, niño", solía decirle a Michel siempre que intentaba espiarlo. A pesar de todo, había sido un buen hijo, aprendió todo cuanto pudo de él, y estaba seguro que no pasaría mucho tiempo para que el alumno superase al maestro.

Por otro lado, ahora tenía el asunto de Kenia. ¿En realidad le importaba? Michel no sabía contestarse. Ambos seguían siendo jóvenes, aunque no por mucho tiempo. Kenia tenía treinta y dos años, mientras, él apenas estaba llegando a los treinta. A partir de esa edad los años parecen evaporarse, en un abrir y cerrar de ojos se alcanza la vejez. «Tal vez ―pensó―, ya que todo esto pase, sería buena idea sentar cabeza con ella». Kenia, a pesar de los muchos años que habían dejado de verse, seguía sintiendo un gran cariño hacia Michel. «Si no la quieres, ya estando juntos aprenderás a hacerlo», pensó. Sabía muy bien que no habría alguien más que quisiera compartir su vida con él, ni la misma Carolina estuvo dispuesta una vez le contó la verdad.

Cuando llegó al parque, descansó un momento en una banca. Otras personas comenzaban a llegar para ejercitarse. Observó con atención cada rostro, tenía la ligera esperanza de que Patrick anduviese ahí, pero la fortuna no le sonreía.

Con el sol calentando más a cada minuto, decidió que era hora de volver a su apartamento, ya ahí seguiría buscando el rastro de Patrick. Se levantó de la banca y rodeó el parque, aún aguantaba un rato más de ejercicio. Trotó hasta llegar al estanque y se detuvo para ver a los patos. Se quedó viéndolos, recordando como en su infancia veía a Patrick coleccionar patos de madera.

―Eras un hombre extraño, pero eras un buen hombre ―dijo evocando su recuerdo.

Caminó de regreso a su apartamento, mientras lo hacía repasaba en su mente los motivos que pudieron orillar a Patrick a huir. Sabía de sobra que él no era de los que hacían eso, por lo que su motivo tuvo que ser algo muy importante. Hizo memoria para tratar de recordar esas historias que le contaba sobre lo que él denominaba sus "misiones". «¿Cuál es la más importante? ¿Cuál fue la última?» Esas preguntas eran sencillas, la más importante había sido en la misma Inglaterra, cuando descubrieron una libreta con supuestos apuntes de Isaac Newton, una de las muchas que se dice se perdieron para siempre. La última, fue cuando encontraron un pergamino con símbolos extraños, Michel había sido parte de ese descubrimiento. Pero esas preguntas no reflejaban nada importante sobre el paradero de Patrick. «Todo está en los detalles ―imaginó la voz de Patrick alentándolo―. Vamos, piensa, ¿hay algo en común en esos eventos?»

Sin poder dar con una solución clara, llegó al apartamento, Kenia lo esperaba aún dormida. Sonrió al verla, en realidad podría ser una buena vida la que tendría con ella.

―Irónico ―se dijo en voz baja―, no crees en la amistad, incluso piensas que el amor no es más que una profunda dependencia mutua, y ahora empiezas a sentir amor por ella.

Amistad, al decir esa palabra, algo hizo clic en la mente de Michel. Fue a su computadora y repasó las notas que había reunido sobre su padre. Era claro, Patrick sí confiaba en la amistad, en más de una ocasión le había dicho a Michel que en ocasiones los amigos podían sacar de apuros. «¿Qué amistad podrías haber venido a buscar aquí?», se preguntaba mientras repasaba la lista de las amistades de Patrick. Sabía de antemano que Frank era su mejor amigo, pero ya estaba muerto, fuera de él no conocía a alguien que fuese demasiado cercano a su padre.

Se llevó casi dos horas revisando una gran base datos, pero había reducido la lista a un posible objetivo. Conocía a la persona, lo había visto hace años, era parte del grupo que se entrometió cuando encontraron el pergamino. «¿Cómo diablos trabaste amistad con él?». Habría que buscarlo, con suerte le diría todo lo que quería saber. Aunque también, y lo sabía muy bien, si en todo este tiempo se había vuelto muy amigo de Patrick, poco le podría sacar, incluso torturándolo.





Bruno quería creer que estaba muerto, pero solo estaba inconsciente. Cuando empezó a inhalar el agua, su cuerpo se retorció tratando de salir a la superficie, él no lo permitió y siguió sacudiéndose en el fondo del estanque. Poco a poco su cuerpo dejó de luchar. Lo que llegase a pasar después, le traía sin cuidado.





Un vagabundo que llegaba al parque para dormir, se encontró con la ropa que Bruno había dejado tirada. La tomó sin más, le sería útil, no siempre podía darse el lujo de estrenar ropa. Sin vergüenza alguna, ahí mismo se cambió, le gustaba su nuevo aspecto. Arrojó al estanque su ropa vieja y vio cómo se hundía de a poco. Mientras observaba, notó que el agua empezaba a agitarse de manera extraña. Observó con más detalle, la agitación provenía de dentro del mismo estanque. «Los patos no se agitarían tan bruscamente», pensó. Analizando la situación, llegó a la conclusión de que tal vez alguna persona había caído al agua y que ahora se estaba ahogando. Con esto en mente, se lanzó al rescate, era un vagabundo, pero eso no lo exentaba de hacer buenas obras.

El agua era turbia, por lo que solo tuvo su sentido del tacto para hallar a la persona. No pasó mucho tiempo para que lo encontrara. Al hacerlo, vio que la persona ya estaba casi quieta, lo que significaba que habría que actuar aún más deprisa. Haciendo un gran esfuerzo, lo sacó del agua. Recordando lo que le habían enseñado, empezó a darle los primeros auxilios a la vez que gritaba para que alguien llamara a los médicos.

Cuando la ayuda llegó, Chava se sintió tranquilo, había auxiliado a una persona, ahora todo quedaba en manos de los médicos. Se subió a un árbol, se quitó la ropa y la colgó para que se secase. «Has hecho muy bien hoy», se dijo. Después se quedó dormido pensando en su buena acción.

NihilismoWhere stories live. Discover now