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La cafetería estaba a rebosar de estudiantes. El día anterior no lo podría haber dicho, ya que tuve que rellenar demasiados formularios en la  hora de la comida.
Tampoco había tenido mucho tiempo para conocer a mis compañeros, aparte de Koyuki y Mahiru, que resultó ser bastante simpático, por cierto.
Salí de la interminable cola de alumnos con la bandeja entre las manos, mientras buscaba con la mirada alguna asiento libre, los cuáles no abundaban precisamente.

—¡Ruchia!—escuché una voz conocida de hacía muy poco. Koyuki serpenteaba entre las mesas, acercándose hacia mí—¿te quieres sentar con nosotros?

Aquella invitación me soprendió un poco, ya había sido muy agradable conmigo. Tal vez resultaba que si que había encontrado amigos.

—¿No os importa?—pregunté yo, sin querer abusar de su hospitalidad.

Él me dedicó una sonrisa y negó con la cabeza, justo antes de indicarme el camino.
Poco después llegamos a la mesa, dónde, como de costumbre, se encontraban Mahiru y su otro amigo rubio, que resultó llamarse Ryusei.
Éste último se quejaba sobre las mismas quejas de Mahiru, centradas en la ceremonia de apertura y de todo el trabajo que tendría que hacer.

Yo, realmente no había dicho nada desde que me había sentado—aparte de agradecerles que me dejaran sentarme allí— y así habría sido, de no ser porque Ryusei me preguntó algo:

—¿Y esa venda?—señaló a mi muñeca—¿te duele?

Inconscientemente intenté ocultarla bajo la mesa. No quería mentirles, pero no sería nada bueno que descubrieran que bajo ella estaba la marca de mi lead. Tsubaki me había dicho que no podía deshacerme de ella por mucho que quisiese, aunque taparla podría servirme de algo.
Y, por mala suerte, lo único que había encontrado por hacerlo era aquella tira de venda.

—Ah, esto... no, no es nada—mentí—es sólo que me hice daño haciendo las tareas de casa.

Aquello pareció servirles ya que no preguntaron nada más, y aproveché la ocasión para preguntarle a Mahiru sobre la muñequera a rayas que siempre llevaba.

—¿Dónde la compraste?

El no me respondió enseguida, estaba distraído mirando su mochila sobre sus rodillas. Cuándo notó que todos le estábamos mirando, levantó la vista.

—Eh...perdona, ¿que has dicho?¿Dónde me compré el qué?—tartamudeó.

—La muñequera—repetí.

Mahiru la miró y se llevo su otra mano a la tela negra con una raya blanca central.

—Hay una tienda cerca de mi casa—respondió él, luego su mirada detonó que había pensado en algo—si quieres, después te acompaño a mirar algunas.

—¡Eso seria genial!—exclamé, agradeciendo otra vez su ayuda.

•  •  •

Resulta que la casa de Mahiru estaba justo delante del apartamento donde había estado viviendo hasta esos últimos días. Uno de los pisos sobre el restaurante de ramen dónde fui aquella peculiar noche. Hice memoria, sólo para recordar que los únicos clientes que hubieron eran un adolescente y un adulto. Tal vez ese adolescente era Mahiru.

—Eh, Mahiru, ¿vives cerca del restaurante?—pregunté yo, mirándolo.

—Si, ¿cómo lo has sabido?—se sorprendió él.

—Soy adivina—respondí riendome, luego, luego dije—. No, lo digo porque mi antigua casa estaba ahí—la señalé—y me parece que te vi un día.

—¿En serio? Qué coincidencia—sonrió—¿Y ahora?¿Dónde vives?

Aquella pregunta resultó cómo una jarra de agua fría. No podía contarle la verdad.

—Me mudé hace unos días con mi padre, más o menos a la otra punta de la ciudad—exageré yo, para quitarle importancia al tema.

Entramos riendo a la tienda, haciendo tintinear la campanilla de la puerta. Recorrí el establecimiento con la mirada, allí había de todo.

Literalmente. Estaba a rebosar, había libros antiguos, libros nuevos, joyas, gafas de sol, incluso dulces, a juzgar por el olor a vainilla.

Me resultó un lugar muy acogedor.

—Por aquí—me guió Mahiru entre los estantes.

Una extensión de muñequeras y pulseras se abrió ante mis ojos, había de todas las telas y colores. Dudaba entre cual elegir, cuando de repente la campanilla de la tienda volvió a sonar.

Un chico bajito vestido de morado y uno enorme de pelo rubio entraron por la puerta, aunque juraría que discutían.

—¡Mahiru!—dijo el más alto cuando vio al nombrado.

¿Se conocían?

Cuando nos quisimos dar cuenta, ambos estaban frente a nosotros. Un detalle extraño fue que el chico de morado tenía una mariposa del mismo color sobre la cabeza.

No pude reprimir una leve risita. El chico pareció saber a qué me refería, y juraría que se sonrojó un poco  antes de sacudirse el insecto de su pelo.

—¿Chicos, que hacéis aquí?—preguntó Mahiru, luego hizo una pausa—Ruchia, estos son Misono y Tetsu.

MY MELANCHOLY ─ SERVAMP。Donde viven las historias. Descúbrelo ahora