Capítulo 2

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El despertador sonó con estridencia. Eva lo apagó y se arrebujó entre las sábanas, cerrando los ojos y sumiéndose de nuevo en un profundo sueño. Sin embargo, no duró demasiado.

-- ¡Primer día! ¡Despierta! -- gritó su hermano pequeño, aterrizando de un brinco sobre su cama.

-- ¡Aparta, Santi! Quiero dormir -- gruñó ella.

-- No puedes. Dice mamá que te levantes de una vez -- respondió el niño, saltando al suelo y saliendo de la habitación entre carcajadas.

La chica se desperezó con un suspiro y cogió su teléfono móvil, que estaba junto a la cama, en la mesilla de noche. Eran solo las siete de la mañana, ¿qué clase de persona era capaz de levantarse con energía a esa hora?

Tenía un mensaje de Marina.

¿Ya te has despertado? Suerte con el primer día :) 

Respondió rápidamente y se dirigió a la ducha. Mientras se arreglaba, pensó en Marina con algo de preocupación. A ella le encantaban los primeras días de clase, pero a Marina nunca le sentaban bien. Deseó por enésima vez que su amiga fuera al instituto con ella y con Cris, pero sus padres jamás la sacarían de aquella escuela privada a la que iba, por mucho que les costara mantenerla allí. Decían que el potencial de su hija no podía desperdiciarse, y lo cierto era que tenían razón. Marina era muy inteligente, aunque no quisiera creérselo.

Alcanzando su armario, la chica rebuscó en su interior algo que ponerse, y escogió un vestido corto y estampado con una cazadora vaquera, porque el día era tan caluroso que parecía que estuvieran a mediados de agosto. Se cepilló su corto cabello castaño, que no alcanzaba siquiera sus hombros, agradeciendo la frescura que eso le proporcionaba. Pasó por la cocina, cogió una manzana y se despidió de su hermano antes de salir corriendo del piso.

Por suerte, el instituto no quedaba lejos: atravesó su calle, casi vacía a esas horas, y pasó ante el bloque de apartamentos de Marina, que vivía a unas puertas de ella. Se desvió por Las Ramblas, más tranquilas que de costumbre por la mañana. El sol iluminaba toda la calle, y una brisa fresca se enredaba en el pelo de Eva mientras ella avanzaba con calma, disfrutando de la tranquilidad y el silencio, que solo rompían los dueños de los establecimientos de la calle, subiendo las verjas y abriendo las sombrillas de los bares.

Tras llegar al final de la calle y cruzar Plaza Cataluña, llegó a su instituto. Los adolescentes se amontonaban ante la puerta, tratando de entrar y saludando a gritos a sus amigos. Eva recordó la primera vez que llegó allí, con solo doce años: entonces toda aquella gente desconocida la había puesto un poco nerviosa, pero por suerte Cris, su mejor amiga, iba a clase con ella. Y cinco años después, en el último curso que iban a pasar allí, ambas seguían juntas.

-- ¡Eva! -- gritó Cris, abalanzándose sobre ella --. Este año estamos en el último piso, en esa aula tan grande que tenían el curso pasado los de segundo B. Dios mío, ¿has visto a los de primero de secundaria? Parecen ratones asustados.

-- ¿No recuerdas cómo estabas tú el primer día de instituto? -- se rió Eva.

Cris resopló, negando con la cabeza.

-- No, no me parecía a ellos. Definitivamente no.

-- Claro que sí. Con tus trencitas y tus aparatos, y aquella mochila rosa con un dibujo de...

-- Vale, vale -- cortó ella --. Quizá me parecía un poco. Ahora vamos a clase.

Entraron en el edificio de piedra gris y se abrieron paso hasta su aula, en la que ya se encontraban muchos de sus compañeros. Eva les saludaba con animación, preguntándoles por sus vacaciones e interesándose por lo que habían hecho. En las expresiones de todos aquellos con los que hablaba se notaba el aprecio general que le tenían.

Con Cris fue diferente: a pesar de su estrecha amistad con Eva, la opinión de la mayoría sobre ella era muy distinta. No le faltaban amigos, en absoluto; la diferencia estaba en que tampoco faltaba gente que la detestara.

Mientras Eva preparaba el libro de inglés, la primera asignatura del día, alguien le dio unos golpecitos en la espalda. Al darse la vuelta, soltó una exclamación de alegría.

-- ¡Marc! -- dijo, abrazando al chico desgarbado y sonriente que se encontraba ante ella --. ¿Qué haces aquí?

-- Mi madre decidió adelantar el vuelo de vuelta, y aquí estoy -- respondió él.

Marc era uno de los mejores amigos que tenía Eva. Había pasado todo el verano en INglaterra, así que no se habían visto desde junio.

-- Tenemos que ponernos al día -- dijo la chica, sentándose en su pupitre.

Marc se sentó en el pupitre contiguo.

-- ¿Haces algo esta tarde? -- preguntó.

En ese momento, el profesor de inglés entró en el aula, y los alumnos empezaron a sacar los libros y dejar sus conversaciones sobre el verano.

-- Voy a merendar con Marina y Cris -- explicó Eva, en un susurro --. Pero puedes venir con nosotras.

-- Silencio, por favor -- pidió el profesor.

No venía solo; le acompañaba un adolescente alto y rubio, que observaba a la clase con aire distraído. Poco a poco, las miradas se centraron en él.

-- Chicos, éste es Alex -- explicó el maestro --. Es nuevo, y va a ir a vuestra clase. Álex, puedes sentarte en ese pupitre de allí.

El chico asintió y atravesó la clase, colocando sus libros en una mesa de la última fila, detrás de Eva. Mientras la clase daba comienzo, ella se giró para saludar al nuevo. Sabía lo solitario que podía ser el primer día.

-- Hola -- murmuró con una sonrisa --. Soy Eva.

Era bastante guapo, pensó: nada del otro mundo, pero tenía algo. Llevaba el pelo corto y rubio, sus ojos eran de un azul verdoso y su piel, morena. Parecía simpático.

Al menos, hasta que abrió la boca.

-- Perdona -- respondió él con un deje irónico --. Intento atender a la clase.

-- Ah... Lo siento -- se disculpó ella, confusa.

Volvió a mirar al frente, sintiendo algo de contrariedad. Solo había pretendido ser amable. ¿Qué demonios le pasaba a ese chico?

Seventeen Sucks.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora