Bailando en el espejo. Cantando en la ducha

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Mayor parte del viaje nos la pasamos diciendo los peores piropos que hemos escuchado a lo largo de nuestra corta vida. Debo decir, Oliver sabía unos malísimos que hasta sentí lástima por esa pobre alma que se le ocurrió dedicárselos.

Oliver me llevó a un pequeño restaurante enfrente de un gran parque a las afueras del centro. Nunca me había percatado de ese bonito lugar. Tenía un aire vintage y aposté mentalmente a que todos los empleados usarían lentes y corbatas de moño.

—Este es uno de mis lugares favoritos —me anunció Oliver bajando del auto— espero que te guste tanto como a mí.

Asentí con la cabeza, de momento a otro sintiéndome muy nervioso. Quizá y tenía amigos que trabajaban aquí, o por ser un cliente regular sería bastante obvio que lo conocieran. Me di cuenta que un chico vestido de negro y rojo, llamaría bastante la atención en un lugar tan pastel como este. Dejando mi nerviosismo de lado, seguí a Oliver a la entrada del lugar, caballerosamente me abrió la puerta y sonreí dándole las gracias.

Una linda mesera nos acomodó en una mesa delicadamente decorada con un mantel blanco con encajes de flores rosadas en los bordes. Estábamos junto a la ventana y se podía admirar el bello parque que estaba cruzando la calle.

—Después de comer podemos ir un rato si quieres— me dijo Oliver sacándome de mis pensamientos.

Un poco avergonzado, regresé mi atención a la mesa. Instintivamente comencé a morderme las uñas. Estaba muy nervioso, y toda la energía que había usado para los comentarios elocuentes se había esfumado.

Tenía que hablarle de algo, odiaba comer en silencio, pero algo en Oliver hacía que mi mente quedara en blanco. Creo que se debe a todos esos raros efectos secundarios que tiene el amor sobre ti. Además, tenía que ser realista, apenas ayer nos dimos nuestro primer beso en la oscuridad de un parque y ahora aparentamos ser una pareja que se conoce de años. Debo darle créditos a este muchacho que no nos llevó a encerrarnos a un cine o algo corto como un café. Tengo que poner de mi parte si quiero que esta cita funcione.

—Dime... ¿Cómo descubriste este lugar? —pregunté en voz baja rompiendo el silencio.

El restaurante no estaba muy lleno, pero había la cantidad cómoda de personas como para que nuestra conversación no se distinguiera de ninguna otra.

Supe que había hecho algo bien cuando noté la mirada de Oliver iluminarse por mi comentario. Mis teorías apuntaban a que a él le gustaba hablar mucho. Espero tener la misma suerte cuando le proponga jugar "20 preguntas".

—Pues verás, uno de esos días en los que fui secuestrado por mis queridas amigas...—Oliver se aclaró la garganta y comenzó a relatar su historia apoyando su barbilla en una de sus manos, inclinándose levemente sobre la mesa.

Yo escuchaba con interés. La historia de Oliver me decía que tiene una relación muy estrecha con sus amigos y que es alérgico a la vainilla, ¿Quién lo diría? Algo para tener en cuenta más adelante cuando piense en regalarle un postre. Sentí calor en mi cara al pensar algo así. ¿Qué tanto sería 'más adelante? Yo tengo en plan de ser el novio de Oliver por un largo tiempo, además, esa imagen en mi cerebro de mí, regalándole un pastel a Oliver y su linda cara cubierta de betún, no tenía precio.

La amable mesera que nos había atendido cuando llegamos regresó a nuestra mesa a dejarnos los menús y pedimos unas bebidas, los nombres de las cosas tenían nombres muy extraños, así que confié en Oliver, y él ordenó dos "volcanes" iguales. Solo espero no terminar bebiendo algo asqueroso. Suerte para mí que no soy alérgico a ninguna comida.

Historia de un AdolescenteWhere stories live. Discover now