2.Él...

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Enero
Viernes 12

-Bastarda. Bastarda. ¡Bastarda!

Esa palabra no paraba de salír de su boca. La oía una y otra y otra vez.

Estaba tan alta, tan grande, tan temible...

Mientras que yo frente a ella estaba firme, callada e inexpresiva; escuchando, poniendo atención a sus palabras, sin embargo, mi mente estaba vacía, entregada a la nada.

-Tú no eres mi hija -las palabras comenzaron a salír acompañadas de sollozos-. Mi hijo está... -por unos segundos quedó absorta en sus pensamientos- está muerto, es-está mu-muerto. Tú. Tú. ¡Bastarda! ¡Lo mataste! ¡Está muerto por tu culpa! -Al compás de sus gritos mi pequeño y débil cuerpo era sacudido bruscamente por los hombros. A pesar de su brusco toque permanecía impasible; creía que ella lo necesitaba, que era lo correcto, que tenía que sufrir un poco más para que mi madre se recuperara y volviera a quererme de nuevo, que debía dejar que se desahogara  conmigo para después poder tener su consuelo y desahogarme yo.

-¡Era mi hijo! -Entre lágrimas seguían los gritos-. ¡Era mi hijo y tú me lo quitaste! -Las sacudidas pasaron a débiles puños-. ¡Mi niño! -Cada vez eran más fuertes-. ¡Tú deberías estar muerta y no él! -Los golpes llegaban tan rápido que lo único que sentía eran repetidos toques que luego dejaban un rastro caliente por donde pasaran. No sentía dolor. No me permitía sentirlo cuando tenía la esperanza de que después mi madre se sentiría mejor y me diría "Te quiero" como tantas veces lo hizo.

Pero nunca pasó.

Para ese entonces ya había atravesado las puertas del infierno, ahora sólo lo estaba viviendo.

Desperté como nunca antes lo había hecho: en calma; a pesar del recuerdo hecho pesadilla, ni los gritos ni las lágrimas hicieron acto de presencia. Y así permanecí por unos minutos, quizá media hora, pensando y divagando por mis memorias, sonriendo y lamentando.

Tenía ocho años, era tan sólo una cría, y aún así me dejé golpear por amor.

Finalmente me obligué a salír de mi caja de pandora y entré a la ducha.

Llevé mi cabello al lado izquierdo de mi clavícula, dejando la lluvia de agua tibia caer sobre mi espalda, sirviendo como relajante. Comencé a tallar mi cuerpo con el jabón, impregnandolo con su olor agridulce, llegó el momento en que pasé mis dedos por mi abdomen sintiendo aquella marca de desgracia que siempre me recordaría otro tipo de dolor, no muy común pero sí desvastador.

Una vez cambiada bajé al comedor donde ya me esperaban para el desayuno.

Mon petit! -saludó mi padre al verme llegar.

Estaba a punto de desearles los buenos días para cuando mi mirada cayó en Marcus y no pude evitar soltar una leve carcajada.

-¿Marcus? -Respondió con un gruñido-. Vaya, sabía que te gustaba verte bien pero ¿no crees que, quizá, exageraste un poco... con el cabello rosa? -Mordió un pedazo de tostada y me miró de mala gana.

Sí, mi padre y él ya son un par de hombres bien formados y encargados de un gran imperio, pero eso no quiere decir que dejaron a un lado sus bromas, en realidad son mucho peor que los chicos y yo.

La Bastarda De La Mafia                            (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora