La Protegida de Artemisa

Callie

CALLIE

Callie acompañó a Quirón y a Morgan en el recorrido por el campamento. La chica no hablaba mucho, sólo soltaba comentarios que daban la impresión de que aceptaba aquel mundo nuevo que se le presentó de repente. Era un problema menos para Callie. Una que otra vez, chicos y chicas novatos solían tener problemas para adaptarse debido a ciertas experiencias manteniéndola despierta hasta altas horas de la madrugada donde debe administrarles calmantes.

Pasaron cerca del campo de voleibol donde los chicos habían dejado el balón a un lado para señalarlos y darse codazos entre sí, rotando dinero con un disimulo que la mirada de halcón de Callie no ignoró. La mayor parte de ese dinero salía de los hijos de Hermes; es decir, Finn guiaba a sus hermanos para asaltar a los campistas y así incrementar su pequeño imperio.

Quirón requirió su presencia, pero la castaña estaba tan cabreada que por primera vez no hizo caso a la orden de su mentor, avanzando entre el gentío con rapidez y con la mandíbula apretada en una expresión nada femenina. Con su buen oído, escuchó el resoplido de cansancio del centauro al comprender la situación y eso la motivó a seguir.

—¡Finn! —vociferó la chica, apartando a un hermano del chico con un empujón de su cadera. El rubio escondió su mano derecha detrás de la espalda, sonriéndole con una inocencia impropia de su naturaleza problemática y a esa chispa de desconfianza que irradiaban sus ojos—. Dame lo que tienes ahí. Ahora.

—Pero si no tengo nada —protestó.

—¡Finn, dame el dinero que has robado a los campistas! —estalló. Los campistas a su alrededor soltaron risitas, burlándose de su amigo y hermano por haber sido descubierto por la "directora del campamento", pues eso parecía ella con la autoridad que imponía ante todos—. Ustedes deberían cerrar el pico. Encargaré una revisión a sus cabañas en un par de horas. Vigilada por mí, por supuesto. No confío en ninguno de ustedes, viles duendes. Ahora, dame el maldito dinero.

—Esa boca —bromeó el chico para ganar tiempo. Callie notó por el rabillo del ojo el movimiento sospechoso de uno de los recién llegados a la cabaña de Hermes que avanzaba con extrema lentitud hacia su líder—. Callie, no sé si te habrás dado cuenta, pero...

—El que está apunto de pasar detrás de Finn creyendo que no notaré que está jugando con la perspectiva para robar el dinero y así no tener pruebas en su contra, será mejor que se detenga en este mismo instante si no quiere que su próxima visita a la enfermería sea la última —tomó aire mientras el chico se detenía como congelado—. Tengo venenos escondidos, dulzura.

—Bien —gruñó Finn, depositando la gran bolsa en sus manos, rozándolas a propósito. Callie amarró la pequeña cuerda alrededor del agujero de la bolsa y se marchó a paso apurado, sintiendo un pequeño temblor por los nervios extendiéndose desde la palma de sus manos hacia el resto de su cuerpo. Detestaba que hiciera eso. No le importaba lo que las demás pensaran o hablaran de él, iba su propio ritmo. Y en el fondo, Callie le envidiaba un poco.

Zapateó fuerte a través del campamento hasta que sus pasos aminoraron lo suficiente para dejar atrás la ira. Se fue el ardor de enojo en sus ojos y el nudo en su garganta por querer gritarle un par de cosas a esos irresponsables hijos de Hermes, logrando apartar a Finn de sus pensamientos y así concentrarse en su siguiente turno en la enfermería.

A pesar de ser hija de Iris, Callie consiguió el puesto de jefa de la enfermería al salvar la vida de un hijo de Ares con un remedio improvisado, el cual Quirón vio con buenos ojos aceptando que su ingenio con las plantas medicinales sería de gran utilidad. El director de actividades no quería que los mestizos dependiera únicamente de medicinas mortales y divinas. Por supuesto, a los integrantes de la cabaña de Apolo no les hizo ni pizca de gracia, tomándola en su contra la mayor parte de las veces, así que Callie trataba de destacarse en lo que siempre deseó.