Morgan

3.2K 244 55
                                    

MORGAN

Al día siguiente, tal y como sospechó, encontró a su padre aún enfundado en el disfraz de superman preparando un café que parecía estar bastante cargado. Morgan ocupó su habitual lugar frente a él, mirándolo con una ceja arqueada.

—¿Acabas de llegar? —acunó la taza caliente entre sus manos.

—Hace unos minutos, sí.

Su padre hizo una mueca de dolor, ocultando su rostro entre sus brazos con la frente apoyada en la mesa de caoba. Morgan era capaz de oír sus gruñidos ante el insoportable martilleo de su cabeza.

—¿Y te divertiste? —su padre murmuró algo poco entendible—. Hum, ¿conociste a alguien? —preguntó un poco incómoda, aunque de acuerdo con que su padre ampliara su vida a otra persona.

—A la persona más interesante que conocí fue a un borracho de piel morena vestido de la Reina de Corazones —Morgan puso una mano sobre su boca para no soltar una carcajada, sabiendo que lo escandalosa de éstas podrían a su padre de mal humor debido al dolor de cabeza.

—Es bueno saber que aún estás en el juego —masculló con unas cuantas risitas saliendo de sus labios.

—Cualquier padre te castigaría durante un mes por irrespetar a los adultos —hizo notar, levantando la cabeza con fatiga y alzando sus cejas en el gesto de interrogación que Morgan había adoptado—. De todos modos, Morgan. Creí que irías a la casa de Briana o que saldrían juntas anoche. ¿No dejé el dinero sobre la encimera? —Morgan asintió—. No me gusta mucho, pero no sueles pasar tiempo con tus amigas y pensé que sería una buena oportunidad.

—No me agrada salir con mis amigas —se sinceró, jugando con su taza de café.

—Antes sí.

—No todos han pasado por lo que nosotros —devolvió.

—Lo sé —mordió su labio incómodo—. ¿Y tu novio? ¿Cuándo lo traerás a cenar?

—Técnicamente ya no estamos juntos —se encogió sobre sí misma.

—¿Qué? —interrogó con un tono más enojado. Morgan tardó mucho tiempo en que su padre aceptara la idea de que tuviera novio, y le había hablado tanto de Adam que no se sentía segura en admitir que, al final, su padre volvía a tener la razón—. ¿Desde cuándo?

—Desde la semana pasada —respondió. Sin dejar tiempo a continuar las preguntas de su confundido padre, Morgan tomó los platos que usó y los acomodó en el fregadero, dándole una mirada al reloj cucú que colgaba de la pared tras ella—. Debo apurarme.

Morgan tuvo que pasar un tiempo para decidirse sobre qué usar. Su padre no estaba de acuerdo con que usara pantalones (¡y eso que las prendas llevaban unos veinte años siendo usadas por las mujeres!); siempre que los usaba era en las protestas a las que acudía sin que él se enterara. La última vez que Morgan trató de ponerse uno frente a él, terminó en una discusión de casi media hora sobre que no era apto para una chica. Con un suspiro desganado y malhumorado, agarró de mala gana una de las faldas que su padre le compraba para que dejara de tener «ideas ridículas de rebeldía». Hasta que se fijó en una en particular, sonriendo.

—Esta tarde tendré una reunión, necesito que... —su padre, que hasta ese momento leía el periódico con una taza de café que le pidió hacer, apartó la vista de las noticias hasta ella, con una gran expresión de enojo—. ¡Morgan!

—¿Qué? —sonrió—. Dijiste: «no pantalones».

Morgan se marchó de su departamento emprendiendo una carrera hacia el vestíbulo, apretando los labios para no reír al saber que su padre había quedado con la reprimenda en la punta de la lengua por su minifalda. Le daría un beso en la mejilla a Briana de ser necesario por haberla convencido de comprarla a escondidas de su padre. Le había ido de mil maravillas.

La Protegida de ArtemisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora