Marcus

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MARCUS

Marcus repasó a Morgan con el ceño fruncido. Jamás, en todo el tiempo en el que compartieron curso, se le cruzó por la cabeza que justamente ella pudiera formar parte del mundo divino.

Ambos estaban sentados en un autobús de camino a Long Island. Morgan, presa aún del shock (y bastante desconfiada ante su opción de viajar), miraba por la ventana sin querer hacer contacto visual en todo el tiempo que llevaba tratando de llamar su atención. Lo único que hacía era ver a los autos pasar.

-¿Te diagnosticaron dislexia? -interrogó. Aliviado, suspiró cuando la chica desvió sus ojos chocolates del camino para dirigirlos hacia él con una expresión confusa.

-¿Qué?

-¿Eres disléxica? -se animó a acercarse-. ¿Sufres de Trastorno Hiperactivo por Déficit de Atención?

Morgan sacudió su cabeza después de sospesar la pregunta por unos cuantos segundos de tensión. Marcus hizo que su espalda chocara de forma brusca contra el respaldo de su asiento, pensando seriamente en que había sido un error y estaba a punto de recibir el castigo de su vida por parte del señor Dionisio. No portaba las características de una semidiosa, a pesar de ese aura diferente rodeándola, como una princesa griega. Sabía que en algún momento tuvo la oportunidad de conocer a alguien con la misma aura que la chica. El problema era que no recordaba quién.

-Nos dirigimos a un lugar seguro -afirmó con un tono más suave rato después, notando el revoltijo de emociones de su acompañante. Las manos de Morgan temblaban, nada parecidas a un tiempo atrás, cuando sostenían con firmeza un arma para acabar con cualquier amenaza que se le cruzara-. Me encargué de todo, ¿está bien?

-¿Qué era eso? -las mejillas sonrosadas de Morgan aumentaron su tonalidad, una clara señal de que estaba a punto de echarse a llorar. Sin embargo, inspiró tan hondo que sus pulmones tuvieron que dolerle, y le dirigió una mirada severa-. ¿Qué se supone que era esa cosa? -exigió saber.

Marcus dudó unos segundos que fueron suficientes para sacar de quicio a Morgan, quien se aferró a su camiseta para agitarlo de lado a lado, esperando una contestación de su parte. Marcus, nervioso y algo asustado por su repentino cambio de actitud, sujetó sus manos entre las suyas para apartarla.

-Baja la voz, ¿quieres? -las personas del autobús habían girado sus cabezas sin disimulo para mirar a los causantes de tal alboroto. Marcus se mordió el labio, buscando entre todos ellos una presencia que lo alertara... pero nada. Por el momento, continuaban a salvo-. Escucha, tú confía en mí, ¿vale?

-¿Por qué tengo la impresión de que sabes más de lo que me quieres hacer creer?

«Quizá porque tienes razón» quiso responderle.

-No es seguro que te lo diga aquí. Hay que esperar hasta llegar a... -entonces, con el pequeño espacio que existía entre el hombro de Morgan y la ventana, Marcus vislumbró a una persona. Y no una cualquiera, sino aquel tipo de persona del que se estaba cuidando-. Llegaremos pronto y te prometo que sabrás todo lo quieras saber. Pero hasta entonces, sólo sígueme. ¡Ey! ¿Puede detenerse por aquí?

-¡Espera, Marcus!

Marcus no hizo caso a las quejas de la adolescente, ni siquiera a los cuchicheos que desató su repentina huida. Nada más bajar del autobús, escaneó el camino para hacer presente su buena memoria. Soltando un «shh» bastante rudo hacia Morgan, Marcus tiró de ella por las calles de la ciudad, con una ansiedad no muy propia de él. Era la semidiosa más problemática que había estado a su cuidado.

-¿Sabes conducir? -inquirió minutos después, deteniéndose de golpe al dar la vuelta a unos dos pasos de Morgan. Ella dio otro paso atrás, y sus emociones le dijeron que empezaba a asustarse-. No me mires de esa forma, ¿sabes conducir? ¿Tienes registro?

La Protegida de ArtemisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora