CAPITULO 40: EL FINAL

20.7K 332 15
                                    

Entramos en la casa, estaba tal y como la habíamos dejado. El silencio que reinaba era absoluto. Todas las persianas estaban bajadas. Dejamos las maletas en el suelo y nos dispusimos abrirlas. En el momento que abrí la primera, pude ya vislumbrar a Eduardo. Estaba sentado en una silla. Nada más vernos se encendió un cigarro. Parecía muy tranquilo.

            - No os esperaba tan pronto, estaba dispuesto y concienciado a una larga espera. ¿Que tal os lo habéis pasado?- nos preguntó en un tono tranquilo.

            Yo miraba a Jaime que se acerco a mí. Me cogió fuertemente por la cintura y nos quedamos los dos frente a Eduardo. Notaba sus brazos tensos. Estaba muerta de miedo.

            - Mira Eduardo- comencé a hablar con él, tenía que hacerle entrar en razón- lo siento mucho- le dije suplicante- nos hemos enamorado y las cosas han salido así, no es mi intención hacer daño a nadie, pero...

            - Primero, no me llames Eduardo, para ti pequeña zorra, soy Señor Galván- su mirada era muy dura- ¡No me digáis!, llego de vacaciones para descansar y que me encuentro a mi mano derecha y a la furcia de mi novia liados. ! Qué bonito!- su voz empezaba a tener un toque de locura- y ahora llego y me dicen que están enamorados. ¡Qué romántico!- tenía voz de loco- Te dije que cuidaras de ella Jaime pero eso no incluía follarsela! – dijo mirándole duramente, al segundo cambió su tono de voz- aunque la verdad es que si merece la pena probar manjar tan exquisito…

            - Tienes que entenderlo, a veces las cosas en la vida no surgen como uno quisiera. Yo no lo he buscado- dije a la desesperada.

            - ¡Cállate, zorra!- me miró con odio.

            - ¡Cuidado Eduardo!- dijo Jaime con furia.

            - jajaja- comenzó a reírse Eduardo. Jaime… no te enfrentes a mí, que tu eres un producto mío, así que te conozco a la perfección.

Se quedó callado unos segundos que a mí me parecieron una eternidad y de nuevo se dirigió a nosotros.

-          No se sinceramente que hacer con vosotros, no he tenido tiempo suficiente para reflexionar sobre  cómo voy a castigaros por ser unos chicos malos, pero se me están ocurriendo bastantes ideas antes de mataros, por ejemplo- dijo tranquilamente. Yo estaba temblando.

            Dicho esto, sacó una de sus manos que permanecía medio escondida y llevaba una pistola. Me aferré a Jaime y una sensación de terror recorrió todo mi cuerpo y empecé a temblar. La sensación de que vas a morir es horrible. Empiezan a pasar por tu cabeza todo tipo de pensamientos, unos con recuerdos acerca de tu vida y por otra parte empiezas a pensar en lo que te vas a perder si mueres y el dolor que sentirás cuando esa bala atraviese tu cuerpo. Sentía un miedo difícil de describir, miedo por mí, por Jaime, por mis padres cuando se enteraran, por mis amigas…

            - No lo vas a hacer, sabes perfectamente que la policía te vigila estrechamente y que sería tu ruina- le dijo Jaime convencido. Yo sabía que él tenía que estar asustado pero no lo demostraba.

            - ¡Si yo no lo voy a hacer!- contestó riendo, una risa de demente- lo vais a hacer vosotros, os vais a matar el uno al otro.

Volvió a reírse con una risa espeluznante y continuó:

-          Dos amantes arrepentidos de su impuro amor se matan. No sé que es mejor, creo que será que tú la mates a ella y luego te suicides, no creo que ella tenga luego coraje suficiente para matarse.

            Cuando lo pensaba, el pánico me iba inundando cada vez más. Luchaba por mantener la calma, por parecer coherente, pero estaba tan nerviosa que pensé que me iba a desmayar.

            - No creo que estés haciendo esto Eduardo- dije entre lágrimas.

            - ¡Ni yo que te tires a mi hombre de confianza!- me gritó, y al segundo calmó su voz. Estaba completamente loco y ahora lo veía claro-  No me lo puedo creer. Y tu que parecías una mosca muerta. Aunque he de reconocer que carácter nunca te ha faltado.

            - No te vas a salir con la tuya, no puedes… - no podía parar de llorar.

            No sabía qué hacer para conseguir alargar aquella situación sin evitar que Eduardo perdiera los nervios. Miraba de reojo a Jaime que tampoco sabía qué hacer. De pronto aparecieron dos de sus hombres. Ya no teníamos nada que hacer, todo estaba perdido.

Me acerque más a Jaime y me así a él. Podía notar su nerviosismo al estar tan cerca, pero de puertas a fuera él no lo dejaba notar. Los hombres iban armados. No sabía que pensar, me veía envuelta en una historia irreal, como si aquello no me tuviera que pasar a mí y se hubieran equivocado de protagonista, estaba aterrada. Eduardo interrumpió mis pensamientos.

            - Bueno ya me he cansado de haceros sufrir y de jugar con vosotros a juegos de niños, ahora vamos con los juegos de mayores- dijo Eduardo acercándose a Jaime  - ya empieza a hartarme estar aquí viendo como os miráis con caras de corderos degollados.

            Uno de los hombres me cogió a mí y me separo de él. Eduardo cogió la pistola y se la acerco a las manos a Jaime. El tercero encañonó su pistola contra la cabeza de Jaime a la altura de los ojos.

            - Vamos querido Jaime, mátala, al fin y al cabo el una vulgar furcia.

            En ese instante sonó un tiro seco y el hombre que apuntaba a Jaime a la cabeza cayó desplomado en el suelo. Eduardo desvió la vista y Jaime consiguió, en un movimiento breve y certero, desasirle de la pistola. Yo no podía quitarme al otro hombre de encima. No sabía que estaba pasando, y ni siquiera si todavía iba a morir, o, si quizás las otras personas que habían matado a aquel hombre serían peores.

En cuestión de segundos, empezaron a entrar agentes de policía que llenaron la sala en un abrir y cerrar de ojos. La sala empezó a iluminarse cada vez más, por la apertura de puertas y ventanas y pude vislumbrar todo con mucha más claridad. Jaime tenía la cara desencajada. El hombre que me tenía agarrada, quizás por el asombro, o por ver que ya no tenía nada más que hacer me soltó, para gran alivio mío, y no sé donde se volvió a meter, porque a partir de ese momento solo tuve ojos para Eduardo, el cual sacó un pequeño revolver que tenía guardado, no sé dónde, y allí delante de todos nosotros se voló la cabeza, dejando en toda aquella sala un profundo silencio, el más grande que yo haya presenciado nunca, un silencio sordo...

FIN 

JUGANDO A JUEGOS DE MAYORESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora