CAPITULO 12

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Eduardo como estaba previsto me llamó el domingo. No hizo alusión al tema del sábado, ni de mi mal humor o depresión, como se quiera llamar, cosa que agradecí profundamente. La verdad es que no me gustaba que pensase, a los dos días de conocerme, que era una inestable con depresiones, pero tampoco me moleste en aclararle nada sobre el asunto.

Quedamos el domingo y me invito a cenar a su casa. Quedamos en que me pasaría a buscar a las nueve y media aproximadamente, ya que le expliqué donde estaba mi casa, pero no era demasiado fácil llegar hasta ella. La verdad es que estar junto a Eduardo era una sensación extraña. Ciertamente no era enamoramiento, no sabría describir la impresión, era como una mezcla de alivio, de seguridad, era como sentirme segura, también, de mi misma. En el fondo yo no sabía si quería estar con alguien, ya que yo siempre me había considerado bastante independiente. Otra cosa que me hacía dudar era mi resistencia hacia las relaciones serias. No era exactamente odio a los hombres, pero la vida me había enseñado que eran poco fiables, que no merecían la pena porque al final siempre se acaba sufriendo. También comprendí que el amor de verdad no existe, es algo irreal, imaginario, inventado por la sociedad, como se pudo inventar la televisión. El amor para mí era una sensación ficticia, aunque he de reconocer que esa sensación es algo fuera de lo normal, pero es tan efímera que cuando se pierde, como todavía no te ha dado tiempo a disfrutarlo plenamente, la sensación es tan amarga que a la larga no sé si merece la pena gozarla para que luego se vaya, desaparezca, dejando un gran vacío en ti.

            A las nueve y media estaba exactamente en la puerta de mi casa. Espero que no se me notase la cara que se me puso cuando le vi en aquel coche. Apareció en un BMW, azul marino oscuro, con tapicería de cuero, y todo tipo de detalles en él. Era una maravilla ir en ese coche. Fuimos a su casa, vivía en el barrio Salamanca, cerca de Velázquez. Entramos en portal de casa antigua, pero impecablemente nueva. Cuando abrió la puerta de su casa yo me quedé alucinada por completo. Era un dúplex, y era enorme. El salón tenía tres niveles y una preciosa vista de Madrid antiguo. La decoración era moderna, pero con mucha clase. Tenía una gran pantalla de televisión, que fue lo primero que me llamo la atención. Había también en el salón un bar, cosa que particularmente me encantaba como parte de decoración de cualquier casa. Me dijo que me sirviese lo que quisiera que iba a terminar de preparar la cena. Me quedé en aquel enorme salón, admirando minuciosamente todo, me fui y me serví un whisky mermado con coca cola y me senté en una banqueta. Me sentía perdida en aquel inmenso y lujoso lugar, me sentía fuera de sitio, quien me iba a decir que con el paso del tiempo aquella seria casi como mi casa, y que hasta tendría la llave.

            He de reconocer que estaba un poco nerviosa, ya que al fin y al cabo, había conocido a Eduardo hacia tan solo dos días. Era un perfecto desconocido para mí. Son en ese tipo de situaciones en las que piensas que estás loca y que como se te ocurre aceptar una primera invitación en casa de un hombre que apenas conoces, que podría ser perfectamente un sádico. Me empecé a reír bajito, como para mí misma, y como en muchas otras ocasiones, empecé a decirme a mí misma "Alejandra, estás loca". También estaba nerviosa en cierto modo, porque no sabía bien si quería acostarme con él, y como sabía perfectamente que un tío no te lleva a su casa tan solo para invitarte a cenar y mirarte la cara y decirte lo mona que eres, pues tenía mis miedos. No es que no quisiera, pero la verdad es que prefería esperar un poco, a que mi vida se regularizase un poco.

            Cenamos en una mesa perfectamente preparada y una cena exquisita. Eduardo me observaba atentamente cuando le hablaba, interesado por cada cosa que decía, por cada gesto de mi cara y de mis manos.

            - Te tengo que reconocer Alejandra que me tienes absolutamente encandilado.

            - Muchas gracias, pero te tengo que advertir que por regla general no creo ni una sola palabra de los hombres. Os considero demasiado mentirosos por naturaleza.

JUGANDO A JUEGOS DE MAYORESWhere stories live. Discover now