Vigésimo sexto acto

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XXVI.

No creía que habría tanta gente desde temprano. Eran aproximadamente las siete de la mañana y la playa ya empezaba a llenarse. Logan se había tenido que levantarse a las cinco y media de la mañana para que Leah pasara por él a las seis.

Se apresuró a ayudarle a bajar la tabla del techo de la camioneta. Durante el camino Leah le había explicado que había diferentes tipos de tablas y que cada una se ajustaba mejor a una complexión y altura de cada cuerpo, y cómo al principio había tenido bastantes problemas en aprender porque la tabla que utilizaba no era la correcta. La tabla de Leah a ojos de Logan era muy bonita. Era pintada a mano, de color celeste, pero tenía flores azules y rojas. Con cierta dificultad logró bajarla y se la tendió a la chica.

—¿Estás bien? —preguntó Logan cuando su mano rozó con los dedos de Leah los cuales temblaban un poco.

—Sí. Solo estoy un poco nerviosa...

—Lo harás bien —le aseguró Logan.

Leah asintió mientras tomaba la tabla y le indicaba a Logan que lo siguiese. No se atrevía a decirle que en realidad estaba nerviosa porque él estaba allí. No creía que su amigo se pudiese levantar para verla competir. Sabía que no era tan mala surfeando. Llevaba un par de años haciéndolo ya, no con la constancia que le gustaría, pero nunca se había animado a entrar a una competencia a pesar que varios con los que surfeaba siempre le decía que debería intentarlo. Llegaron hasta los cambiadores y le pidió que aguardase unos minutos.

Logan tomó la tabla de la chica y esperó afuera como le pidió. La marea estaba alta y Logan por primera vez le ponía atención a la altura que llegaban alcanzar algunas olas. Un escalofrío le recorrió cuando vio una ola particularmente alta. Debía de medir unos tres o cuatro metros. La sola idea de ver a Leah en una de esas olas le aterraba. Su mente le estaba mostrando diferentes y cada vez más aterradores escenarios cuando la chica salió.

Llevaba su cabello recogido en una cola alta y ya llevaba puesto su traje para surfear. A pesar que iba literalmente cubierta desde el cuello hasta los tobillos, Logan no pudo evitar observarla. Leah siempre usaba ropa floja, por lo que verla usar ese traje de neopreno con el cual se marcaba cada una de las curvas que jamás esperó ver en la chica le hizo sentirse un poco extraño.

—Listo. Lamento la demora. Siempre me tardo un mundo en ponerme esta cosa —exclamó la chica con una sonrisa—. Anda, ven necesito recoger mi número y ver unas cosas antes que empecemos.

Logan se dejó guiar por la chica. Luego que hablase con unas cuantas personas y se le asignara su número lo guio hasta bajo unas palmeras—Tenemos suerte —dijo Leah con una sonrisa—. Este es el mejor lugar en la playa. Si bien está un poco lejos de todos, pero de aquí se ve perfectamente toda la playa y está en la sombra.

—Sueles surfear aquí verdad —exclamó Logan mientras reconocía el lugar donde estaban por las ocasionales fotos que la chica solía enviarle.

—Sí. Y bueno, es la primera vez que hacen el campeonato en este lugar, así que eso terminó de animarme. Quizás tenga alguna ventaja conociendo las aguas —le explicó.

Las siguientes dos horas se dedicaron a ver a las surfistas de categoría junior. Leah concursaría en el Open femenino, y después concursarían las categorías Máster Femenino y Longboard Femenino. La chica le explicó que el torneo nacional tenía ciertas diferencias con los parámetros mundiales de las competiciones, por eso la competencia se desarrollaba en dos fines de semana y no en uno solo como se acostumbraba.

Logan escuchaba todo lo que la chica tenía para decirle. Pocas veces la veía así de animada. La sonrisa que tenía era contagiosa y aunque Logan no podía comprender ni la mitad de cosas que le decía o cuando intentaba explicarle las diferentes olas o los diferentes movimientos que hacían las surfistas no podía evitar sentirse feliz de compartir un poco de ese mundo al que claramente pertenecía Leah. Se había quedado ido solo viéndola, contemplándola. Estaba feliz de estar allí, con ella, de sentirse importante porque había sido el único al que había invitado. Quería apoyarla como nunca antes, demostrarle que no se había equivocado en haberlo invitado. La vio ponerse de pie y tardó unos segundos en comprender que pronto sería el turno de la chica.

Los títeres rebeldesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora