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Me quedé sin palabras, luego sonó el móvil.

—Buenas noches, futura abogada. —Ángel al otro lado de la línea—. Sé que te robarás el baile.

Me dirigí a la cocina, aun con el vestido en las manos.

—No puedo aceptarlo —dije.

—¿Por qué? Si fue el que te gustó, ¿no?

—Es muy caro, Ángel. —Le hice saber con una pequeña y leve mueca en mi boca.

—Me sentiré mal si no lo aceptas, además, esto para mí es tan sólo un pequeño detalle. Nada del otro mundo. —Como si gastar 150.000 dólares en una prenda fuese algo común, me sentía como la reina de un imperio a la cual se le consentía en todo lo que quería.

—Aun sabiendo que tienes millones de dólares, no me aprovecharía de tu situación financiera. —Hice hincapié en que no me interesaba su dinero, sino en realidad comenzaba a interesarme su persona.

—No insistas, no hay devoluciones. —Aunque no podía verlo cara a cara, podía sentir que al otro lado del teléfono sonreía.
Luego colgó.

Sabía que si aceptaba un regalo, o un “pequeño detalle” como él decía, iba a involucrarme cada vez más en su vida.

Elizabeth, sigue las coordenadas.
Elizabeth, son tus decisiones.
Elizabeth, sólo baila en la pista de la vida.

No había sido tan amable la última vez que llamó, por lo que decidí escribirle un mensaje agradeciéndole por el pequeño detalle.

Había comenzado a jugar el juego de Ángel Wright, sin duda, ya no era una atracción física la que me llevaba siempre a estar con él, sino una atracción más fuerte, una invisible, una irrompible, indeleble; algo así como una atracción mental. Quería saber cada vez más lo que pensaba, lo que sentía cuando estaba conmigo, sus gustos y deseos, si sonreía cuando me pensaba, si sus ojeras llevaban mi nombre.

Esta noche la pasaría sola, en mi cama, leyendo algún libro de literatura en el que dos se construyen la vida, escuchando de fondo alguna canción de fondo, echando de menos su cuerpo sobre el mío, necesitando que estuviese dentro de mí, que me susurrara cosas cerca del oído, que me abrazara como la última vez que lo hizo. Quería sentirme protegida en sus brazos, maldita sea, ¿tan difícil es que esté cuando lo necesito?
Me enamoré de un hombre que jamás logrará enamorase de mí. Es divertido cuando menos te lo esperas y te saca una risa cuando tu día estuvo fatal. Al final de día, sólo quiero estar con él, hablar con él, contarle mis problemas, llorar con él, reír con él. Todo se resume en un constante junto a él.

—Esta noche te echaré de menos. —Escribí un mensaje, el cual jamás envié. A veces pienso que las cosas más importantes de mi vida se encuentran en los borradores, en esas simples palabras que escribo llorando o sonriendo y que luego no tengo la valentía de enviarlas a los posibles receptores. No sé, a veces mi vida pende de un hilo. Y ese hilo ahora ya tiene nombre.

—Te echaré de menos también. —Recibí un mensaje de Ángel, minutos después. ¿Cómo lo sabía si jamás lo envié?
Revisé la bandeja de enviados y ¡sorpresa!, por estar pensando tanto, lo envié sin querer.
¡Demonios! Ahora sí pensará que estoy enamorada. Justo lo que menos quería que pasara, pasó sin siquiera darme cuenta. Me hace hacer cosas sin prestar atención.
Admito que sonreí al instante que leí el mensaje, porque muy en el fondo sabía que entonces él también empezaba a sentir cosas bonitas por mí. Y eso fue lo hizo mi noche.

Al día siguiente, en la universidad me reuní con Lana para hablarle sobre lo que estaba sintiendo.

—No te estanques, Elizabeth. —Me aconsejó Lana—. Deja que todo fluya como debería fluir un río.

—Pero ese río al final siempre va a dar al océano. —Medité por unos segundos.

—Y ese océano es el punto final. Es decir, no importa lo que hagas o intentes evadir, esa corriente siempre llegará a él a toda costa.
Sabía que lo que estaba sintiendo no tenía vuelta atrás. A veces ignorar solamente te lleva a querer mucho más.

—No sabes muchas cosas de él, y aún así piensas que es buena persona. —Comentó. Recordé cuando Kenn había dicho que el amor es ciego—. Date una oportunidad, dale una oportunidad.

Le comenté lo que me había sucedido la noche anterior.

—¡¿QUÉ?! —Gritó, unas personas que estaban alrededor nuestro, se voltearon a vernos.

—Sí, pero a mí no me interesan los detalles monetarios. Me gusta mucho más cuando me pone el pelo tras la oreja cuando se me cae en la cara, cuando me abraza y siento que me protege de un mundo en guerra, cuando me susurra cosas bonitas cerca del oído, cuando me toma de la mano sin querer y luego al darse cuenta lo que ha hecho la aparta, cuando me lleva en su Harley a ver las estrellas —Comenté—. No me enamoré del millonario, sino del detallista.

Kenn se veía a lo lejos caminando hacia nosotras. Cambié rápidamente el tema.

—Ya pronto nos graduaremos. —Recordé con una sonrisa de extremo a extremo.

—¿Sabes? Mi padre me ha conseguido un trabajo en un bufet de abogados en el estado de Georgia.
Sentía mucha felicidad por ella, aunque no podía dejar a un lado la tristeza que me invadía al darme cuenta de que no la volvería a ver muy seguido.

Kenn llegó y nos saludó con un beso en la mejilla. Puso su mochila a un lado y fue a la cafetería a comprar algunas chucherías y un sandwich de pollo.

—Te visitaré como pueda. —Me dijo Lana, en sus ojos también se veía tristeza.

—Esos ojitos quiero verlos brillar, no nos hemos matado en la universidad para ignorar la primera oportunidad que se nos presente. —Recomendé y la aconsejé con un abrazo.

—¿Y tú, Kenn? ¿Qué tienes pensado hacer al graduarte?

—Sinceramente, por el momento, no tengo una meta en específico; sin embargo, algunas agencias de investigación quieren contratarme —Dijo mientras le daba un sorbo a la gaseosa—. No es por nada, pero tengo muy buenas recomendaciones de las antiguas agencias en las que trabajé.
—¡Oh, qué bien! —dijimos ambas al unísono—. ¿Y tú, Elizabeth?

—En eso estoy, colegas. En busca de una oportunidad en el ámbito laboral.

—Sería un error que te dejaran en visto. No es un secreto que eres la única que se graduará con honores de Stanford.

Sonreí y agradecí por el cumplido.
Sonó el timbre que anunciaba el próximo curso, pero nosotros ya no teníamos cursos a los que asistir, llegábamos a la universidad para arreglar el papeleo final tras nuestra graduación en cuatro días. Era bastante cansado y agotador dar el montón de vueltas que eran necesarias para organizar esos asuntos. A veces se le oía gruñar al licenciado Smith cuando perdía la paciencia, en cambio yo tenía que soportarlo cuando le llevaba la contraria, porque jamás fui la que le llevó la corriente. Él proponía A y yo proponía Z.

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⏰ Last updated: Nov 13, 2016 ⏰

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