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Tras haberme despedido de Kenn, un sentimiento de angustia recorrió mi cuerpo de abajo a arriba. No me sentía sola en mi propia casa, sentía que alguien me vigilaba más allá de lo existente y visible. Miré por todos lados como una psicópata, aunque no lograba ver nada del otro mundo, ni siquiera llegué a ver mi propia sombra.

Di unos cuantos suspiros, y en un segundo me quedé helada al visualizar que a través de la ventana, se encontraba aquel chico que me miraba fuera de la universidad. Tenía una mirada que atravesaba mis ojos como cuchillos y mis piernas comenzaron a temblar. Eran negros, como una noche sin estrellas. Llevaba unos vaqueros, una camisa que casi no se le notaba por su atractiva chaqueta de cuero.

Estaba parado con los brazos cruzados al otro lado de la calle y ni me sonrió. Esto no es como los libros de literatura, me dije a mí misma, mientras no paraba de pensar que qué hacía en aquellas altas horas un completamente extraño mirándome directamente a los ojos.

Tragué saliva amarga. Por un momento pensé marcar al 911 para reportar que alguien estaba fuera de mi casa esperando por mí, pero luego pensé que quizás fue pura coincidencia, quizás él esperaba a alguien más y se le hizo inevitable no voltear a mirarme.

Poco a poco, me acerqué a las ventanas para cerrar los cortinas.

—¡Listo! —Exclamé, aún teniendo el sentimiento de curiosidad.

Pasados unos minutos, entreabrí la cortina para mirar si aún seguía allí, pero simplemente ya no estaba. Sólo los árboles se mecían con brutalidad, en señal de aproximación de una tormenta. O un huracán, según lo que había visto en el noticiero de las 10pm.

Ya estando en cama, me dispuse a leer un poco.  Mientras allá, fuera, los estruendos azotaban las calles; en mi habitación me azotaba mi mente de una forma cruel. Por más líneas, párrafos o páginas que leía, mi mente seguía en aquel chico. Era realmente atractivo, no era guapo ni feo, poseía un tipo de belleza diferente. Supongo que todos poseemos nuestro propio concepto de belleza, pues él tenía el mío, lo abordaba de pies a cabeza. Aunque jamás saldría con alguien como él, no sé, no es por sus tatuajes ni nada por el estilo, dado que llevo como bandera la libertad. Quizás su informalidad, su rebeldía y su mirada cruel y a la vez sexy, me transmitía cierto gramo de miedo.

Después de un rato, todo fue oscuridad.

Al día siguiente, tras una noche eterna de lluvia y relámpagos, tenía a primera hora la clase de Derecho Civil. Todo pasó con normalidad y como era de esperarse, la licenciada no paraba de hablar ni por un minuto, todos atentos y las miradas en ella, aunque logré persuadir que algunos estaban disimulando estar en clase, pero estaban en sus móviles. No tengo la costumbre de hacerlo, es más, detesto que vibre porque me deja prestar atención. Y sonó el timbré que anunciaba la salida.

Kenn se sentó conmigo a la hora de comida, la cafetería estaba hecha un desastre. A veces no lograba escuchar lo que él me intentaba decir acerca del reciente rompimiento que tuvo con su novia, con la cual había estado cerca de tres años y medio.

—¿Cómo puede ser posible que de un rato a otro se haya roto nuestro lazo? —Decía triste, alzando la vista con la esperanza de encontrarla entre la multitud.

—Ya ves —dije mirándolo a los ojos, descifrando cuánto dolor tenía en su mirada—. Las cosas cambian de un día para otro, a veces cambian en un instante.

—La quiero tanto —se resistía en hablar de ella en tiempo pasado—. No dejas de querer a alguien con quien has estado mucho tiempo de un día para otro. Lo nuestro ya estaba roto desde hace mucho —se contestó él mismo.

—¡Hombre! —dije alentándolo, sabiendo que no lograría motivarlo—: no dejes que el amor te destruya, mejor destrúyelo tú primero. Deshazte de todos sus recuerdos, borra los mensajes y también borra tu número.

—Lo intentaré. —Me dijo, regalándome media sonrisa.

Le di unas cuantas mordidas a la hamburguesa que se derretía en mis manos. El ambiente, de pronto, se tranquilizó, sólo se escuchaban murmuros y unas cuantas carcajadas a lo lejos. Kenn seguía comiendo mientras yo alzaba la vista arriba de su hombro.

No puede ser.

—Allí está otra vez. —Dije inconscientemente

Kenn un poco confundido volteó a ver para luego redirigirse a mí.

—¿Quién? —Me preguntó con un poco de curiosidad

¿Qué demonios hace aquí? ¿Acaso era un estudiante? Si era así, entonces ¿por qué nunca logré ver su rostro? "Elizabeth, no eres muy sociable que digamos. Los únicos amigos que tienes son los libros y las leyes", me dije.

—Él —dije, señalándolo con la mirada, intentando que no me sorprendiera viéndolo.

—¿Acaso estás loca? —Respondió sorprendido, mientras volteaba a verlo por segunda vez, al parecer no le importaba que se diera cuenta y le diera un puñetazo en la cara—. Toda la universidad huye de él y tratan de evadirlo en lo posible.

Bajé la mirada y me dediqué única y exclusivamente a contemplar la bandeja de comida, disimulando jamás haberlo visto antes.

—¿Cuál es su nombre? —Pregunté, quizás él podría darme información de él

—Se llama Ángel. —Dejó salir con una voz fulminante, que en el fondo escondía cierto misterio.

—¿Qué más sabes de él? —En busca de más datos personales

—Siento mucho decepcionarte, pero solamente eso sé de él —dijo—. Y que tiene mucho dinero. —Concluyó.

Su mirada conectó con la mía, traté de apartarla lo más rápido posible. Un sentimiento de confusión me invadió al preguntarme por qué había estado la noche anterior cerca de mi casa. Pensé que lo correcto sería contárselo a Kenn y tal vez él me ayudase a aclarar la situación.

—¿Sabes? —me acerqué un poco para que los demás no escucharan—. La noche anterior, justo cuando te acababas de ir, me percaté que él estaba fuera de mi casa.

Kenn se sorprendió muchísimo, por un leve momento su boca cogió forma de o.

—¿Y qué pasó? —Me preguntó tras un suspiro que edificaba temor.

—Nada —o quizás todo—: se me quedó viendo con una mirada fría y sin consideración. Nuestras miradas se entrelazaron, mientras él quizás tenía placer del miedo que me había inyectado, yo quizás estuviese en una de las momentos más intranquilos de mi vida —comenté al recordar lo que me había dicho antes sobre Aaron.

—Debes tener cuidado —sugirió—, no todos en el mundo son tan buenos ni tampoco son tan malos, pero él es una clase diferente: no sabes qué esperar de él. Al menos se ha corrido como pólvora por estos pasillos que es difícil de tratar, tiene una personalidad que no encaja con cualquiera. Es más, podría jurar.

Kenn terminó de comer lo que estaba en su bandeja, mientras yo podría jurar que la dejé intacta. Ya solamente me faltaba el último curso que era el de Forense, que era el más difícil desde mi punto de vista: no podría ver sangre en vivo y a todo color, porque en ese preciso momento me da maneros y me desmayo.

El tiempo pasaba mientras la profesora indicaba los rasgos que tiene una mujer al presentar signos de violación: como moretones tras forcejeo o golpes, huellas dactilares muy profundas en el cuello. Y así transcurría el curso, mientras no dejaba de pensar que en la salida me lo volvería a encontrar. Y así fue.

Regálame un amanecerDove le storie prendono vita. Scoprilo ora