Capítulo 4

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Alex

La mañana estaba ideal para una ducha tibia, de esas que son duraderas y te dejan los dedos como pasitas.

Era fin de semana. La entrada de septiembre se podía sentir por el calor que llegaba por eso de las dos de la tarde, que mantenía a la población en una histeria colectiva, pero que sus mañanas y tardes eran tan frías como debían serlo en pleno invierno —como era el caso—. La primavera aún estaba a unas dos semanas de llegar y bendecir la vida de Alex; era su temporada favorita del año.

Su madre le había dicho que pasaría ese fin de semana en juntas fuera de la región, por lo que le depositó dinero para que se comprara algo de comer, con la orden exacta de avisar donde se encontraba cada vez que saliera. Si no, tendría que ponerle una niñera.

Esas amenazas no servían de mucho con el joven rubio, resulta ser que era un chico tranquilo; ni siquiera disfrutaba de estar afuera, prefería el espacio tranquilo de su habitación. Nadie le molestaría ahí.

De igual forma, Alex tampoco disfrutaba de la comida rápida, prefería cocinar por su cuenta, así podía regular todas sus mañas, desde la cantidad de sal, hasta que cosas podrían darle la textura deseada a su comida. No le agradaba toparse con ingredientes no mencionados en la preparación, a veces lo descompensaban.

Lamentablemente, su refrigerador era el espacio ideal para el vacío del universo. Al abrirlo pudo notarlo, en un rincón había un limón seco. En el congelador, una hielera vacía. No contaba con tiempo de hacer las compras por su horario de estudios, así que se dio una vuelta a la despensa, donde había enseres básicos, como harina, azúcar y sal. Tendría que salir y dar un paseo por el supermercado.

Con las manos en la cintura, analizó la situación. Después miró hacia la sala de estar, que tenía una fina capa de polvo cubriendo todo. Su casa no destacaba por la cantidad de muebles, y varios de ellos llevaban años pegados a las paredes. Nunca comprendió la necesidad de su madre de anclar los muebles a las paredes, de modo que estos no se pudiesen sacar por ningún motivo. Pensó en cuánto tardaría en limpiar la casa.

Agradeció el despertar temprano ese sábado, tal vez le tomaría todo el día tener la casa presentable. Pensó en la tareas y trabajos del liceo, pero los descartó, de todas formas no le importaban lo suficiente, y sus notas se mantenían en el margen de lo decente, podía vivir con ello.

Antes de salir le envió el aviso de su salida a su madre, para evitarse problemas. Sería un día muy largo.

***

Estando en el supermercado más cercano a su casa, se encontró con una de sus vecinas, la señora Anita, que tenía tres gatos y cuatro perros. La mujer mayor era un poco simpática y un tanto sínica, la mayor parte del tiempo recibía quejas por el ruido que hacían sus animales, pero ella podía darles más razones a sus perros de ladrar y a sus gatos de ir a hacer sus necesidades a casas vecinas.

Volviendo a la señora, que estaba antes que Alex en la fila, ésta se había dado la vuelta para hablarle de como todas las cosas en el pasaje se complicaban cada vez que había peleas en la casa del rubio. Alex no respondía del todo, sabía que los gritos de su madre —hace casi un mes— pudieron llamar la atención, pero no pensó que fuese algo tan interesante como para tener a la señora Anita quejándose de ello. El carro de la mujer solo tenía alcohol, y una que otra chuchería para sus mascotas.

—La pelea de esa noche nos dejó muy asustados a todos. Pensamos que habían parado, pero si vuelven los temblores, tendrán a los carabineros en su puerta de nuevo.

Alex miraba para cualquier lado, no entendía a que se refería Anita, pero si sabía que quería irse a su casa. Por cómo estaba siendo sometido a esta tortura, juraba y perjuraba nunca más gritarle a su mamá.

No me digasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora