Capítulo 3

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Alex

No hubo más incidentes durante algunas semanas. Alex se sentía tranquilo, pues su madre había vuelto a la rutina de aparecer solo en las noches, a veces un poco animada por el alcohol, pero nunca ebria. Parecía querer mantenerse en sus cabales después de todo.

Contra su propio pronóstico —que no entendía por qué tenía un pronóstico de esto—, Jonathan permaneció en su vida, tanto compartiendo asiento en clases como enviándole mensajes por Instagram. No recordaba cómo fue, pero en algún momento intercambiaron números de teléfono, aunque su contacto continuaba siendo por la aplicación de fotografía.

Se había enterado por Sofía que este seguía siendo tan vago en sus mensajes como en un inicio, la chica se veía un poco frustrada por esto. Hoy en día, compartían mucho, sumándole que Sofía era alguien muy simpática, llevarse bien con ella no era un problema, por lo que Alex entendía la frustración de la mujer, ella quería recibir la misma atención que le daba al chico azabache, su amiga era insaciable.

—Tal vez deba aceptar que yo no le gusto —le comentó Sofía un día, deprimida.

Se encontraban juntos en la casa del rubio, más que nada por la privacidad que el padre de la chica dando vueltas por su hogar no le otorgaba. No era un mal padre, solo tenían prohibido cerrar la puerta cuando Alex estaba en casa, a menos que estuviesen con Nath, ahí si podían, pero la castaña siempre necesitaba su propio espacio para hablar con el rubio, y ese espacio era la solitaria casa de Alex. O al menos los días donde salían más temprano y no había riesgo de toparse con la madre del chico, a Sofía le intimidaba la mujer, Alex no la culpaba.

—No creo que debas forzarlo, lo mejor sería querer ser su amiga sin nada más. Tal vez hasta tenga pareja fuera del liceo.

—¿Tú crees? —Sofía tiró una pelota pequeña de goma que rebotaba al pegar en la pared contraria a la cama de su amigo —. Igual tienes razón, lo mejor es dejarlo ahí, me está haciendo mal.

—Sí, mejor estudia, tus notas están peor que las mías —rio Alex, borrando el dibujo que estaba haciendo. Se sobresalto al sentir la pelota de goma rebotar contra su cabeza.

—¡Tú me copiabas a mí! No puedo creer que te vaya mejor. Todo porque ahora el cerebrito se sienta a tu lado.

Esa conversación continuó para cualquier dirección, se divirtieron aquella tarde. Alex no terminó su dibujo, que no era algo importante de todas formas. El sol se puso, por lo que el rubio acompañó un tramo a su amiga hasta dejarla en un punto visible cerca de su casa, está se despidió con la mano en alto, corriendo hasta el portón de su morada, donde su padre le abrió la puerta. Alex saludó a lo lejos al señor Terán.

***

El ruido en la cancha techada, el rechinar de las zapatillas y las pelotas de fútbol rebotando de acá para allá tenían a Alex muy muy alerta. Su clase menos favorita era educación física, por el detalle de que él era especialmente malo en los deportes. Nunca había tenido buenas notas —aunque no tenía buenas notas en nada que no fuese artes— y la mayor parte del tiempo prefería no sudar. Disfrutaba más estando sentado, escuchando a alguien hablar de fondo mientras se entretenía haciendo trazos sencillos. No se consideraba bueno en el dibujo, pero le gustaba, y creía que eso era lo más importante.

Volviendo a la clase de deportes, Alex estaba junto a Jonathan, ya que se dividían en el grupo de hombres y mujeres. Antes de la llegada del azabache, podía pasarse las dos horas hablando aleatoriamente con sus compañeros, que no eran unos completos idiotas, pero aun así había un porcentaje de idiotez en ellos —no es como si el no tuviese un porcentaje de idiotez en el cerebro—. A diferencia del rubio, ellos eran pura testosterona queriendo ser puesta a prueba. Pero entonces había llegado Jonathan, que se sentaba a su lado en el piso brillante de la cancha, con un pañuelo distinto, mucho más ligero, que se quitaba cuando debía correr, para no ensuciarlo. Que se quedaba a su lado, sin mucho interés en competir con los demás. Al principio, el chico había llegado a una clase con las uñas pintadas de negro, pero después de una llamada de atención, nunca más volvió a ver sus largos dedos con algún color que no fuese el natural.

No me digasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora