Capítulo 1

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Alex

Las mañanas en la quinta casa a la derecha del pasaje los Lirios, eran tranquilamente agitadas, especialmente si sólo vivían dos personas con un desconocimiento real del tiempo.

Alex Roldán se debatía entre si levantarse para ir a clases o quedarse a dormir unos minutos más, para así sentirse más descansado —aunque era una flagrante mentira—. Estuvo toda la noche despierto, dando vueltas entre aplicaciones. La luz de su aparato móvil le tenía irritada las pupilas, porque cualquier cosa parecía más interesante que dormir. Se tapó la cabeza, mirando la envolvente oscuridad de sus sábanas, tal vez así podría pensar mejor y más rápido. Escuchaba el ruido detrás de la puerta de madera, su madre debía de estar muy apresurada en estar lista para el trabajo, a donde siempre llegaba con la hora justa.

Ni más ni menos, siempre justa, como todo en su vida.

—Alex, arriba. No aceptaré más citaciones sobre tu comportamiento ni de cómo llegas tarde a clases, cuando yo te dejo levantado.

El sonido de su puerta abriéndose se escuchó fuerte en aquel vacío espacio que era su cuarto. Su habitación era grande. Una cama, un escritorio y un clóset era todo lo que podría suprimir el eco.

El rubio gruñó, ya sabía que había colmado la paciencia de su madre con la última citación por sus retrasos al llegar a clases. Simplemente no podía levantarse temprano, solo quería dormir después de una noche de desvelo. Pero qué importaba ahora, debía levantarse para ir a clases, por el bien de la relación familiar con su madre, que era bastante endeble hasta ese momento.

Volvió a bajar las sábanas que le cubrían el rostro. Miró la puerta abierta de su habitación, que daba a un pasillo decorado con el cuadro de un caballo horrendo de color rojizo. Si su puerta quedaba abierta era porque no había paso a discusiones, debía de levantarse y empezar el día. Seguía escuchando el ruido de su mamá en su propia habitación, que quedaba al otro lado de la casa.

El lugar era tan silencioso y vacío, se podía escuchar todo de un extremo al otro. Era realmente incómodo, la pintura agrietada parecía estremecerse ante la falta de vida.

—¡Alex! ¿Estás en pie?

El moreno se sobresaltó por el grito de su madre. Se puso en pie de golpe, acomodando sus pantuflas con nerviosismo.

—¡Sí!¡Ya me levanté! —respondió Alex.

—Bien, porque me estoy yendo.

La mujer de cabello castaño y de tez morena, volvió a la habitación de su hijo. Sostenía en sus manos un par de zapatos de tacones negros, se veía elegante, aunque con una mirada agotada en el rostro. Los ojos castaño claro se veían opacos, hundidos en una cara estoica.

—¿Volverás hoy? —preguntó el rubio, mirándole esperanzado.

No solían toparse mucho en casa, el trabajo de Carolina absorbía todo el tiempo y, cuando no estaba trabajando, muy probablemente estaba en un elegante bar con algún elegante señor, tomando hasta el elegante olvido. No eran detalles que Alex manejara, sino teorías de cuando, a veces, llamaba a su madre y escuchaba ruidos de fondo. Estar tanto tiempo solo en ocasiones le pesaba, como si su mamá no quisiera pasar tiempo con él.

—No creo, tengo asuntos importantes que atender. Solo avísame cuando llegues a casa, no me quiero preocupar por no saber dónde estás.

—Sí, te avisaré —Alex asintió.

—Bien, nos vemos —se despidió Carolina.

Se fue sin cerrar la puerta. Pasaron unos minutos hasta escuchar el motor del auto alejándose. Alex suspiró, debía de estar acostumbrado a esta corta interacción pero, por alguna razón, siempre quería más.

No me digasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora