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Lejana a estos sentimientos, Rhor seguía floreciendo. Así como desarrollaban su economía, también desarrollaban su sistema de administración. En éste, un Patriarca o Matriarca llevaba el peso de velar por el bien común y los intereses que originalmente llevaron a su fundación: la vida pacífica y armoniosa.

Los de Rhor sabían que la felicidad no es un derecho, es un frágil privilegio que se ganaba con paciencia y se mantenía con trabajo. También sabían que si querían una vida feliz y armoniosa debían renunciar al egoísmo y esto comenzaba a temprana edad. En las escuelas la burla era erradicada con mano firme, pues sólo producía inseguridades y rencor. Uno de sus dichos populares era: la burla sólo demuestra tu debilidad. Fomentaban el altruismo, la disciplina, la visión colectiva, la negociación limpia, el acuerdo entre partes. Con la misma firmeza se combatía la pereza, y el deseo de tenerlo todo regalado. Alentaban a sus niños a ser puntuales, a enfrentar sus miedos, ponerse metas, a trabajar en equipo para lograrlas y a ayudar a los demás a lograr las propias.

Sin entender los fundamentos matemáticos que lo demuestran, sabían que el trabajo en equipo superaba, en productividad total, a la competencia pura, y esto lo infundían desde temprana edad, con ejercicios y demostraciones prácticas para practicar el control emocional y cimentar las bases de una sociedad donde los individuos cooperan entre sí, en lugar de competir contra sí. Al reducir su exposición a la competencia continua, y aumentar su exposición al trabajo colectivo coordinado, los niños no crecían con la sensación de que todo el mundo era una amenaza. Ésta era la base de una sociedad armónica.

Les explicaban a sus niños que en la naturaleza del mundo que les tocó habitar, no se nace con derecho a nada, todo debe ganarse, y el trabajo era la media para eso. Combinado con austeridad, la prosperidad era segura. Trataban a sus niños como lo que eran, las fundaciones de las personas que serían el resto de sus vidas. Si esa fundación quedaba débil, no se podría construir sobre ella, la casa se vendría abajo.

También sabían que debían renunciar a la innecesaria necesidad de acumular todo y debían hacer sacrificios para mantener a raya cualquier comportamiento contrario.  Se permitía el libre mercado pero con un límite, no se permitía la acumulación irracional de bienes. Ya que sabían que si un pequeño grupo de personas controlaba grandes riquezas eso afectaba la estabilidad de la economía. Además, el pueblo de Rhor sabía que su bienestar económico no podía depender de su crecimiento económico simplemente porque el crecimiento indefinido es insostenible. De modo que su equilibrio socio-económico dependía de su capacidad de trabajar y aportar para ambas esferas, lo social y lo económico. El ciudadano de Rhor buscaba ser parte de una sociedad en lugar de esperar ser su dueño. Si alguien ya tenía suficiente para vivir acomodado, su deber era ayudar a alguien más a desarrollarse. Así el bien individual provenía del bien común, y no al revés. Quien recibía ayuda debía mostrarse agradecido y ayudar a otro. El gozar de un buen lugar para vivir y criar sus hijos dependía íntegramente de eso. Del desapego a las necesidades y al ego. Nadie deseaba ser el hombre o mujer más rica de Rhor, sólo deseaban un buen pasar. Aprender a prescindir, ese era uno de los refranes más comunes en Rhor.

El ciudadano de Rhor tenía tres deberes: gobernarse a sí mismo, contribuir a su sociedad y tratar a otros con respecto y dignidad. Siempre predicaba con el ejemplo, se responsabilizaba de sus errores, deseaba que todos fueran exitosos y felicitaban a otros por el buen trabajo hecho, sentía gratitud par lo buena de la vida y se auto motivaba a cambiar lo mejorable. Jamás participaba ni avivaba los chismes. Si se detectaba a alguien que no deseaba seguir ése sendero, se le trataba de ayudar a ver el camino, el ciudadano de Rhor tenía en mente que no todos tienen las mismas capacidades. Pero si ésa persona no podía vivir como miembro de una sociedad, entonces se le pedía abandonar Rhor y su armonioso equilibrio. No se permitían parásitos en el sistema y, en parte por eso, el sistema funcionaba bien. Pero es en los momentos de crisis cuando se ve la verdadera naturaleza del ser humano, ahí es cuando se comprueba de qué están hechos, y Rhor no había pasado por una verdadera crisis hasta el contraataque de las Bestias.


Cole apartó su vista del dibujo de la mujer en gafito. Malcom se había dormido en alguna parte del relato. El cansancio por fin le había vencido. Un enemigo que ningún guerrero ha podido vencer jamás, por fiero que fuese. Cole lo miró preocupado y le tiró una manta encima. Apagó la luz de la sala de estar, bajó el volumen y la luminosidad del televisor, y se retiró a su habitación para meditar sobre el joven, el Payaso y el destino de Rhor.


ENTRE BESTIAS - Parte I -  Hijo del Bermellón [COMPLETA]Where stories live. Discover now