34 | Desayuno sin horarios

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Beatriz y yo vivimos en Los Angeles, alrededor de tres años.

Supuso una gran decisión el mudarnos y dejar toda nuestra vida atrás: amigos, escuela, familiares, conocidos... todo, incluso a nuestros padres. Sin embargo, el espíritu aventurero que heredamos de Sebastian Gallagher, lo hizo todo más fácil.

Cuanto más tiempo pasábamos en Los Angeles, más nos gustaba. La gente era cálida, divertida y a veces, bastante loca. No nos costó mucho tiempo acostumbrarnos. Hicimos amigos demasiado rápido en el instituto y, a decir verdad, fueron los mejores amigos que pudimos haber pedido.

No obstante, nada en esta vida es eterno.

Mi padre recibió una oferta de trabajo que no pudo rechazar: Asociarse a crear una nueva empresa financiera, de la cual obtendría muchos beneficios para la cadena hotelera en Inglaterra. Y ese no era el problema, porque en realidad fue una muy buena oferta, la cual no pudo darse el lujo de rechazar. El problema es que la oferta de trabajo requería la presencia de mi padre, por los menos, dos años, en Nueva York. Y él no podía permitirse estar dos años en Nueva York y descuidar la cadena hotelera.

La opción más razonable, en ese entonces, fue mi madre. Liliana Gallagher siempre fue una mujer trabajadora y al estudiar economía en la universidad, también la hizo muy inteligente. Ella y mi padre siempre fueron un gran equipo, del que Beatriz y yo formábamos parte. Así que, en apoyo a nuestros padres, y para no generarles más preocupaciones, decidimos mudarnos a Nueva York con ellos, mientras las cosas se ponían en orden.

Nuestro plan era regresar a Los Angeles en cuanto todo estuviera bien organizado y por eso nunca nos deshicimos del departamento en el que vivíamos con la esperanza de habitarlo algún día nuevamente. No obstante, Nueva York se ganó nuestro corazón en menos de lo que pensamos y no quisimos regresar. Conservamos el departamento, aun así, como destino turístico, puesto que, la zona en la que se encuentra ubicado es una maravilla. Está un tanto alejado del centro de la cuidad, sin embargo, está lo suficientemente cerca de destinos con playas hermosas como Santa Mónica, Venice Beach o Malibu. Además, el departamento es todo un sueño moderno: Es de dos pisos, con un lindo porche al frente y un garaje amplio. Las tres habitaciones con las que cuenta son realmente amplias, con ventanales enormes que tienen una vista increíble y cada una tiene su propio cuarto de baño. Tenemos un hermoso living con vista al jardín trasero, el cual tiene alberca, una cocina americana con isla incluida y un balcón precioso con hamacas para descansar por la tarde.

Como dije: todo un sueño.

—Por fin llegamos —Dice Beatriz, una vez que abro la puerta y enciendo las luces.

El departamento esta impecable. Todos los muebles están perfectamente acomodados. Todo parece recién limpiado: los pisos, las mesas, la cocina... todo. Incluso brilla de tan limpio que esta y el olor a velas aromáticas de vainilla me hace saber que, posiblemente, Louisa West haya estado aquí con anticipación y sin esperarnos.

Por mucho tiempo, Louisa, se encargó de ayudarnos con los quehaceres del hogar. Fue como una especie de ama de llaves, enviada por nuestro padre, mientras vivíamos aquí. Ella era un ángel. Cocinaba que, te hacia repetir y después de eso, te chupabas los dedos. Además, era muy buena consejera. Sabrá Dios cuantas veces ayudó a mi hermana a superar sus múltiples y fugaces conquistas. Y, sobre todo, aportaba ese calor maternal, que de vez en cuando nos hacía falta. Si bien, nunca pudo llegar a ocupar el lugar de nuestra madre, era como tener un pedacito de Liliana en Louisa.

—Louisa —Espetamos mi hermana y yo al mismo tiempo—. Papá debió haberla llamado —Continuo.

—Hay que llamarla para agradecerle —Añade mi hermana, mientras avanza hasta las escaleras con sus maletas—. Y también a papá.

End of The DayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora