VII

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Sentí como algo en mí moría muy lentamente. En un instante, un suspiro muy prolongado me dejó con una expresión de congoja en mi rostro. Sentía como toda la paz espiritual que alguna vez había tenido se esfumaba de mi, como se iba haciendo cada vez más grande un vacío en mi pecho, como un agujero negro que absorbe toda la materia que encuentra cerca, sentía como se desvanecía mi esencia, mis sentimientos, mi alma.

- Mi muy estimado Gabriel, acaba usted de convertir en realidad el mejor trato de su vida. Ahora todo lo que usted pida, se hará realidad, sin mediar condiciones o requisitos. Adelante, estrene su nuevo poder y pida algo. Lo que usted quiera.

- Si por mi fuera Satán, no le pediría nada, pero en vista de que igual mi alma irá al infierno, quisiera que todos los problemas económicos que aquejan a mi familia sean solucionados.

- Eso es tan sencillo. Yo soy el emperador del dinero Gabriel. Usted no se alarme, al llegar a casa con su familia luego de la fiesta, llegará a sus vidas la solución a sus problemas -la seguridad con la que el diablo me hablaba era sin duda, la garantía que necesitaba para saber si había o no acertado en el trato- ahora, es mejor que regrese a la fiesta. Elizabeth ya notó su ausencia.

- Espere Satán, ¿Cómo podre invocarlo cuando necesite algo? -pregunté-.

- Simple Gabriel, tome entre sus manos la estrella nocturna y diga: "necesito tu ayuda, señor de la luna oscura" y apareceré de inmediato. Bueno es todo, buenas noches. Ah no. Un momento. Toma esto, es para Elizabeth.

Y me entregó una pequeña caja color roja, de fino terciopelo, con un lazo negro que lo envolvía, y luego se esfumó, dejando un olor a azufre y cenizas que se disiparon con la neblina de la noche. Al abrirla noté la presencia de una exquisita joya que allí reposaba. Era un anillo con una media luna de oro, con dos pequeñas perlas en las puntas de las lunas, y una E grabada al centro. Mi asombro fue muy grande, y agradecí al diablo por el "Detalle" que había tenido conmigo, aunque pensé luego que bien valía mi alma eso y mucho más. Guardé el paquetito y regresé al salón.

Habían transcurrido sólo 40 minutos desde que salí al jardín a pensar en la "estrella nocturna" que Elizabeth me había obsequiado y el incidente del diablo había sucedido. No podía aún creer todo lo que me había pasado.

Me dirigí al interior de la casa, hacia el gran salón, pero me topé con Elizabeth en la puerta de la cocina.

- Gabriel, ¿dónde estabas?Te estuve buscando por toda la casa. ¿Te sucede algo? Te ves pálido. Gabriel, ¿todo está bien? Dime algo.

- To...todo está bien Elizabeth –le respondí mirándole a los ojos, con temor, con vergüenza– había salido a respirar un poco y a disfrutar de la noche. Y también para ofrecerte esto. Toma, es para ti. Te amo.

- Gabriel, amor, es muy hermoso, no debiste molestarte. Es precioso amor. Te amo. Vayamos al salón, mi madre pregunta por ti, quiere bailar o algo así.

La sonrisa de Elizabeth al ver el preciado objeto que inmediatamente se puso en el anular derecho, y que segundos antes me había entregado el diablo, me hizo pensar en lo interesante que sería sacar el máximo de provecho de aquella infernal transacción, la misma que me había desposeído de mi alma, pero que me prometía tener en mis manos, absolutamente todo lo que deseara.

Decidimos, luego de las explicaciones a mis padres por haber 'desaparecido' de la fiesta por casi una hora, y de las disculpas que ofrecí por 'haber preocupado sobremanera' a mi madre; retirarnos a casa, primero por lo avanzado de la noche, y segundo, por la apariencia "descompensada" que tenía en esos momentos.

No pude sino hasta tocar la almohada sentir otra vez pleno mi deseo de aferrarme a una vida sin maldad, sin daños, sin envidias, sin rencores, sin todo aquello que significaba estar del lado del demonio; y me sentí nuevamente "yo" cuando me quedé dormido. Grandioso sería decir que el sueño que concilié casi de inmediato, por lo cansado que estaba de aquella extraña noche, fue estupendo ya que el olor a azufre ardiendo y el calor que sentía aquella madrugada, me hacía despertar sobresaltado y con mucho miedo.

Quería dormir, pero no quería en realidad. No sabía con certeza que camino iba a tomar mi vida desde aquella noche. No hasta que creí necesario pensar seriamente las cosas y tomar una decisión. Así me di cuenta que tenía seguridad a penas de dos cosas: la primera que, nadie, absolutamente nadie, debía enterarse de aquel diabólico pacto; y lo segundo, que llamaría al diablo al día siguiente, siempre quise un deportivo rojo en el garaje de mi casa...

MI ALMA EN TUS MANOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora