III

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Habían transcurrido ya seis meses desde aquella maravillosa noche de Julio, y nuestra relación se veía fortalecida en todos los aspectos, a tal punto que una Boda hubiera puesto broche de oro a nuestra joven historia de amor.

La noche de nuestro primer aniversario, durante la fiesta de año nuevo, decidimos salir a recibirlo afuera, como en el año anterior, disfrutando de los fuegos artificiales que destellaban en el cielo y de la compañía de la infaltable luna de verano, que siempre se mostraba en lo alto del cielo para nuestras fechas importantes, en clara complicidad con nuestro romance.

Al tocar las doce campanadas y escuchar a todos en el salón estrecharse en un abrazo de felicitaciones y buenos deseos, Elizabeth me abrazó fuertemente, y me dio un beso.

- Feliz aniversario mi vida. Te amo.

- Feliz aniversario amor mío. Eres lo más grande que hay en mi vida –le respondí mirándole a los ojos.

- Toma, esto es para ti –me dijo sacando de su bolso una pequeña estatuilla dorada, que tenía una silueta extraña y antropomorfa- la encontré en aquel cerro, al que fuimos en Julio, la noche en la que nos entregamos el uno al otro, le puse una cadena, es para ti.

- Mi vida, es, vaya, muy especial. Muy hermoso. En serio muchas gracias. Yo, yo también tengo algo para ti, pero es mejor que te lo de un poco más tarde.

- No amor, no es necesario, tan solo dime que me amas.

- No necesitas pedírmelo amor, sabes que te amo.

Fue una mentira piadosa.

Hacía mucho que Elizabeth me sorprendía con uno que otro obsequio. Sin embargo, el problema por el que atravesaba mi familia era económico. Mi padre formaba parte de una compañía exportadora de químicos, y por dificultades internas, habían despedido a personal. Por suerte para papá no estaba en la lista de nuevos desempleados, pero su salario se había convertido a casi la mitad de lo que antes ganaba. Mamá era profesora, pero con su sueldo pagaba sus estudios de post-grado y la alimentación de todos en casa. Papá se ocupaba del pago de mis estudios universitarios, además de los gastos del hogar, pagar los servicios básicos y cualquier otra eventualidad que se presentase. Con el recorte, mi vida se había convertido en una mutilación, del Gabriel de antes, y el nuevo Gabriel, que formaba parte -sin quererlo- de una población desprotegida, que se encontraba a miles de kilómetros de casa, era parte de los afectados por la temida crisis europea (para ser metafóricamente trágicos). Las nuevas circunstancias no me convertían en el afortunado joven que era poseedor de todo: una linda familia, una linda novia, una buena vida... Ahora todo era diferente.

Había considerado contarle a Elizabeth la situación, pero hacerlo se tornaba algo incómodo tanto para mi, como para –según suponía- nuestra relación. Por ello me había abstenido de entregarle obsequios con la tonta excusa de que no necesitábamos nada material y que tan solo me bastaba escucharle decir: TE AMO.

Mi insistente búsqueda mental por ayudar a mis padres a solucionar el problema me hizo considerar trabajar. Honestamente, no se hacer nada, pero pretendía aprender. Pese a ello, mamá me regañó en una ocasión, cuando me encontró con el diario dominical buscando oportunidades de empleo. Hablamos al respecto y quedé advertido de que sólo debía concentrarme en estudiar.
El nuevo regalo que Elizabeth me había entregado me hizo pensar nuevamente en lo que debía hacer para poder entregarle algo a mi novia, y para ayudar a solucionar el problema de mi familia.

Estaba meditando al respecto, cuando decidí retirarme del salón principal al jardín posterior de la hermosa casa de los señores Prado, colegas de papá, que habían ofrecido la fiesta aquella noche de año nuevo.

Sin querer caminé hasta casi la puerta falsa de aquella gran casa, que era sin duda muy enorme. En el jardín de la entrada se alzaba una pequeña pileta, con diseños de ángeles, muy elegante, y un par de rosales a los extremos. Sin embargo, en la parte posterior había una pequeña palmera de casi dos metros de alto, y algunas plantas ornamentales. Me senté al pie de aquella palmera, pensando en que obsequiar a mi dulce novia, que se había tomado la molestia de guardarme tan precioso y exquisito objeto de, que duda cabe, gran valor histórico y económico.

Observé fijamente aquella extraña joya. La figura antropomorfa que se dibujaba en ella me causaba cierta extrañeza. Parecía ser un pequeño hombrecito, de no más de tres centímetros de largo, tenía un bastón en su mano derecha, y la izquierda señalaba hacia arriba. Su cabeza era extraña, pues no tenía ni ojos, ni boca, pero si se notaba claramente que estaba mirando hacia el extremo derecho, pues tenía una especie de lengua que apuntaba hacia abajo y unas pequeñas puntas como cabello. Los miembros inferiores eran supuestamente normales, aunque parecía tener un tercer miembro hacia un extremo. Sonreí mientras pensaba lo difícil que pudo haber sido elaborar tan peculiar artefacto, y pensaba el las ciento y una posibilidades de obtener algo con él.
- Que estoy pensando. No me atrevería a venderlo. Si Elizabeth se fija que no lo tengo, vaya que se molestará muchísimo. Pero puedo empeñarlo, le podría comprar algo. ¡Que estoy diciendo! No, ¡no puede ser que esté pasando esto! Necesito dinero, ¡Por un demonio! Prometo que haría cualquier cosa por conseguirlo. ¡Cualquier cosa!

- ¿Que sucede amigo mío? ¿Ofuscado por dinero? –me respondió una voz grave, con un sonido muy peculiar.

Yo me encontraba meditando mirando al suelo, y cuando levanté la mirada para observar a quien había prestado atención a mis pensamientos convertidos en palabras, un viento helado recorrió mi cuerpo

.- Tenga usted muy buenas noches mi estimado Gabriel. Es un placer verdadero acudir a su llamado involuntario. Por lo general nadie es tan explícito sin querer serlo cuando me invocan, pero ante todo soy un caballero, y si me solicitan de una manera tan urgente en un lugar, pues voy de inmediato.

- Disculpe usted, pero ni le he llamado ni le conozco. Puede presentarse por favor.

- Oh vaya, le ofrezco una disculpa ¿Que sucede con mis modales? Lamento lo sucedido, pero supuse que usted ya sabía quien soy. Tal parece que me equivoqué. Pues, mucho gusto en conocerle Gabriel, yo soy, el Diablo.

MI ALMA EN TUS MANOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora