Recuerdo que muchas veces cuando era pequeño, escuchaba a mis abuelos narrarme historias sobre la vida, el amor, los fracasos, las derrotas, el bien, el mal... Resultaban ser verdaderas novelas que me apasionaban a tal punto que no tenía muchos amigos en el barrio con quienes jugar, pues me pasaba casi toda la tarde en el regazo de mi abuelo o en las faldas de mi abuela, prestando atención a sus cuentos, hasta casi memorizar todos...

Y así pasó el tiempo, vivía y había crecido con el hábito de leer y escribir, empezaba a redactar mis propias historias, mis propios cuentos; pensaba hacer lo que mis abuelos conmigo: tener hijos y nietos a quienes hacer partícipes de la misma tradición. Jamás se me hubiera ocurrido mezclar los temas de aquellas historias, si algo que contar era bueno, pues era buena la historia, si caso contrario, la lección era sobre maldad, escribía con maldad...pero no fue hasta que tuve 20 años, que no sólo me di con la sorpresa de que se iban a juntar en una todos los temas de mi infancia en un relato, sino que resulté siendo protagonista de una de las historias más grandes de toda la historia.

Tenía, como dije antes, tan solo 20 años y estaba disfrutando de la vida, como otros jóvenes de mi edad lo hacían: salía a fiestas, bebía lo necesario, pasaba el día en la universidad, o durmiendo, o caminando; me conectaba a internet, chateaba en alguna que otra red social (por no decir en todas); cuando estaba estresado leía un buen libro de novelas, otras veces escribía; procuraba que todo marchara tranquilo y sereno, que todo fluyera como agua entre los dedos, que transcurra mi vida sin prisas, sin apuros..

Hasta que la conocí.
No puedo decir que era bella, porque aprendí que la belleza es indescriptible. No puedo decir que era inteligente, pues cometió el error de enamorarse de mi tanto como yo de ella. No puedo afirmar nada sobre ella, porque el solo hacerlo la delataría; solo puedo decir que se llamaba Elizabeth, que vivía cerca del cielo (si no había vivido antes allí, literalmente) que era apasionada a las letras, a las artes, a la vida, al amor, y por último y muchísimo más importante, que era la mujer que el destino había enviado para que viva conmigo hasta el final de mis días.
Cuando la conocí no tuve ni la más mínima intención de hablarle, acercarme, conocerle. Se chocó conmigo cuando subía las escaleras al segundo nivel del cine buscando una habitación de servicios higiénicos, le ofrecí disculpas y nuestras miradas chocaron, ella las aceptó y se excusó sonriendo, y apelando a su falta de cuidado; sonreí también y la escolté hasta que terminó de subir y le indiqué donde era su destino. No la volví a ver hasta la primavera del siguiente año, cuando me enteré que se había matriculado en la misma universidad donde yo estudiaba.
Debo aceptar que agradecí este dato importante a un querido amigo mío de nombre Esteban, que prácticamente era como mi hermano.

Al final de aquel incidente del cine, él alcanzó a ver lo que había sucedido. Inmediatamente me contó que había conocido a aquella muchacha en la fiesta de uno de sus primos, era la hermana menor de su cuñada y había llegado a la ciudad solamente de visita, pues radicaba en la capital. En estos tiempos es más sencillo conocer a las personas, simplemente pides su dirección de correo electrónico y puedes chatear con ella, o averiguar sus nombres completos y buscarla en alguna red social a la que de hecho, se encontrará como cliente. Decidí no hacer ninguna de las dos cosas, supuse que no más iba a volver a ver a aquella muchacha y hacer amistad con alguien a quien no verás más que por la pantalla de un computador, considero no es mi estilo.

Cuando Esteban me dijo que su amigo le había comentado que Elizabeth venía a residir a Trujillo actuó de la manera más prudente posible, esperó hasta confirmar con sus propios ojos que aquello era cierto, y se informó sobre lo que haría al venir: donde y que iba a estudiar, direcciones, teléfonos, accesos, cuentas de correo, redes sociales, todo, absolutamente todo lo que me hubiera costado cierto tiempo en conseguir, él lo logró en un par de semanas y luego fue a contármelo.

No cabía duda de lo hábil que era este gran amigo, teníamos 4 años de habernos conocido y hacernos los mejores amigos de la galaxia en solo un día, era el perfecto antagónico a mi personalidad, pero encajábamos muy bien. Con los datos que me pasó, sin duda que se había ganado un lugar en cielo, o tal vez a aquel otro a donde no teníamos ni idea de que íbamos a parar...

El primer día de clases, fui hasta donde –según la información de Esteban– ella tenía clases. No pretendía portarme como un galán, un conquistador o enamorador, sólo pretendía ser caballero, y mostrarme como un amigo, uno que ella necesitaba, ya que no conocía a casi nadie de su edad.Logré divisarla a lo lejos. Llegaba con un escueto pero muy recatado vestido con flores, clara muestra de juventud y primavera de la que muy bien podía ser representante, un par de zapatos con taco mediano color crema y un cuaderno azul, mi color favorito, al cual se aferraba con cierta ternura y sensualidad.
No podía creer que allí, frente a mis ojos, estaba la chica que casi atropellé en aquel cine diez meses antes. Supongo que al verme dudó un poco, pero pudo reconocerme y me correspondió la mirada, la misma que le había dirigido desde que le vi y a la que, estoy seguro, sintió miedo.
- Hola, me recuerdas?
- Uhm, no estoy segura...¿Tú no eres aquel chico del cine, al que casi atropellé en las escaleras?- Y me brindó una linda sonrisa, que inmediatamente correspondí-
- Es increíble, veo que además de linda, tienes una excelente memoria. Soy Gabriel, mucho gusto. -Le dije extendiéndole la mano cortésmente-.
- Soy Elizabeth, me da gusto conocerte también. -Y me correspondió el saludo, pero se acercó y me besó la mejilla.- ahora voy a clases, llegaré algo tarde. Nos vemos otro día.
Y entró al aula.
Desde aquel día, no había día de la semana en la que no me cruzara (a propósito) con Elizabeth.
A la tercera semana me dio una copia de su horario, pidiéndome que,de poder, vaya a buscarla al final de sus clases para que la acompañe de vuelta a casa. Así cimentamos durante todo el ciclo nuestra amistad. En navidad invitamos a su familia a cenar con nosotros y le ofrecí un oso de peluche como obsequio.
Todo entre la tierna Elizabeth y yo marchaba de viento en popa, claro, luego de nuestro primer beso la noche de año nuevo. A nadie le pareció sorpresa que regresáramos de la mano luego de haber salido, casi corriendo y mirándonos intensamente, a presenciar los fuegos artificiales que se ofrecían al llegar la media noche.

Hacíamos todo juntos, almorzábamos en el mismo restaurant a la misma hora, casi los mismos potajes; cenábamos algo ligero y casi al mismo tiempo se nos ocurría la loca idea de salir a cenar al jardín de la casa donde ella vivía (en un barrio de clase media-alta) cuando la luna llena o nueva se alzaba sobre lo alto del cielo.

Para nuestro primer mes de relación, decidimos no hablarnos en todo el día, y esperar hasta el día siguiente para cenar en el jardín, pues según el calendario, una hermosa luna llena se encontraría iluminando aquel cielo de verano. Todo era felicidad plena y no esperaba menos: creí desde siempre que era la mujer de mi vida.

MI ALMA EN TUS MANOSWhere stories live. Discover now