Aún no podía caer en cuenta que estaba a merced de aquel elegante visitante, que hace unos instantes llegaba "a mi servicio y mi ayuda" vistiendo un imponente traje tan oscuro como la noche, que ayudaba a perder su silueta en las sombras; a quien conocía sin haber querido conocer; y al que me ataba sin la menor intención del mundo.

Traté de tomar atención a Satán. Si, en definitiva, nunca me hubiera revelado su identidad, hubiera dado por hecho que se trataba de algún inversionista extranjero, o un coleccionista excentrico, en busca de alguna reliquia importante para añadirla a su museo personal. Refería que su traje negro sepulcral, impecable y sin ninguna mancha o arruga, me resultaba de cierta forma increíble. Sentía ver tan solo un maniquí, portando el mejor diseño jamás elaborado por la alta costura europea. Ocultando sus "marcas personales" en la cabeza, lucía un sobrero de copa alta y ala ondeada, con un broche en tridente (gran detalle) en el cruce de la cinta de terciopelo plomo que bordeaba la corona. Una camisa blanca, con los mismos broches del sombrero pero en el puño, armonizaban con la corbata, atada en perfecto Windsor doble. Ni que decir del calzado, charol lustrado, completaba la indumentaria de tan magno compañero.

Resolví entonces elevar la mirada y dirigirla directamente a sus ojos, pero en cuanto lo hice, perdí la noción del tiempo y del espacio. Aquellos lumbreras infernales me mostraban la inmensidad del averno. Eran rojos muy rojos, de un tono tan intenso como ríos de lava ardiendo, y sus pupilas muy negras como pozos sin fondo, aquel a donde van a parar aquellas almas de quienes vivieron su vida a imagen y semejanza de su maldad o, que como yo, tuvieron o tendrán la oportunidad de pactar una alianza con él y con lo más terrible de la tierra. Su mirada me trasladó de inmediato hacia una realidad no tan lejana a la mía, donde el llanto y el rechinar de dientes estremecía mi espíritu, claro, si es que aún lo poseía.

El tronar de sus dedos me devolvió a mi mundo.- Mi estimado Gabriel, tan sólo quiero que usted manifieste su conformidad con el pacto que he venido a proponerle y que, como recordará, es muy claro y sencillo: "los favores que usted requiera y solicite, necesite o no; y a cambio, su alma irá conmigo al finalizar su vida". Entonces, ¿tenemos un trato?

- Satanás –titubeé con justa razón al decir su nombre– puesto a que ya no tengo salida a toda esta situación, yo aceptaré su propuesta; pero quisiera estar seguro que a Elizabeth no le va a ocurrir nada, mucho menos a mi familia. ¿Está usted de acuerdo con eso?

- Claro muchacho, nadie más que usted se verá involucrado en este asunto. Seremos usted y yo quienes sellaremos con sangre nuestro acuerdo.

- ¿Con sangre? –pregunté muy asustado- ¿Cómo que con sangre?

- Efectivamente, usted pondrá unas gotas de su sangre sobre este documento, y sellaremos formalmente nuestro acuerdo. –y dicho esto, extrajo del bolsillo interior de su saco un viejo papel, muy antiguo, con algunas inscripciones que no podría explicar, pero que bien podrían ser algún extraño idioma o simbología diabólica. Me lo alcanzó y me indicó que debía hacerme un corte en el dedo índice con la esquina de ese papel– una vez hecho eso, dejarás que tu dedo gotee sangre en la parte inferior del documento. ¿Me ha entendido?

- Cre... Creo que sí. Permítame el documento.

Así, tomé el papel en mis manos y seguí las instrucciones que Satanás me había indicado. Cuatro gotas de mi espesa y muy roja sangre cayeron sobre aquel pacto infernal, y sellé con ello mi destino. Mientras caía mi sangre  en ese pergamino, un leve humo salía, como si mi sangre, gélida en ese momento, tratara de extinguir una hambrienta y devoradora llamarada cuyas entrañas yacían en lo recóndito del hogar de mi ahora socio.

Ahora, mi alma estaba en sus manos.

MI ALMA EN TUS MANOSWhere stories live. Discover now