—¿También tiene cita con el señor Brackwell? —preguntó el guardia.

—Sí — respondió Gary, cerrando la puerta del coche y estirándose para aliviar la rigidez de su espalda—. ¿Ha llegado alguien más? —se interesó, aunque no supo por qué dudó de que el resto acudiera a la cita.

—Sí, dos chicos. Espere aquí, por favor —indicó el hombre y contactó con alguien a través de su teléfono móvil.

Gary asintió, no pudiendo ocultar una leve sonrisa al pensar en el reencuentro con sus hermanos.

Minutos después, Sam, la misma mujer que había recibido a los mellizos, se presentó ante él.

—Soy Gary —dijo, extendiendo la mano.

—Sam —contestó ella.

Al estrechar su mano, Gary notó la suavidad y el calor de la piel de Sam. No era un bronceado artificial; dedujo que no había nacido allí.

—¿Perú? —preguntó él, intentando adivinar su origen.

Sam pareció sorprendida por la pregunta. No le gustaba hablar de su pasado ni revelar detalles sobre su procedencia. Gary percibió su reticencia y, aunque captó entre sus pensamientos la respuesta correcta, esperó a que ella hablara.

—No. Chile —dijo.

—Dicen que es muy bonito. Y que su gente es cercana y amable.

—Supongo que depende de la zona —respondió ella y zanjó la conversación—. Sígueme, por favor.

Al entrar en el edificio y ver a los mellizos, Gary se quedó paralizado. Mark, siempre formal pero ahora con una seriedad más marcada, y Robbie con su estilo desenfadado, se levantaron de golpe al oír acercarse a alguien.

Gary se quitó las gafas que ocultaban el color de sus ojos y en su rostro se dibujó una amplia sonrisa.

—Si no os tuviera enfrente, no me lo creería —dijo.

Los mellizos reconocieron enseguida esa mirada donde siempre parecía librarse una batalla entre el hielo y el fuego. Se acercaron a Gary y, a pesar de la carga emocional de años de separación, el trío se fundió en un abrazo que llevaban demasiado tiempo esperando.

Mark y Robbie se sentaron en el mismo lugar, mientras Gary se acomodaba en el sofá frente a ellos. A pesar de haberlos reconocido al instante, los mellizos se veían diferentes. Mark, siempre algo reservado, ahora emanaba una frialdad cortante que Gary no esperaba, reemplazando la dulzura que recordaba de su infancia. Robbie, por otro lado, mostraba una mirada seria y desafiante que escondía la rebeldía de su juventud. Gary no podía culparlos; él tampoco era el mismo.

—¿Qué tal estáis? ¿Cómo... os han ido las cosas? —intentó iniciar una conversación Gary.

—Bien... Supongo —respondió Mark con brevedad, su mirada fija en Gary, como si aún dudara de la realidad de su presencia.

Mark nunca había sido de muchas palabras. Aún conservaba la fama de calladito que lo caracterizaba cuando era niño, pero la distancia que ahora imponía era desconcertante. La calidez del reencuentro se había esfumado en lo que habían tardado en sentarse.

Gary soltó un suspiro. El reencuentro no estaba siendo como lo había imaginado.

—Intenté buscaros, pero no lo conseguí. Me alegro de que Jay lo haya logrado. Menuda carta, ¿eh? Siempre ha sabido cómo llamar nuestra atención. —Buscó en Robbie un gesto de complicidad.

—Sí... —respondió él con una sonrisa, rompiendo la tensión—. El rey del drama.

Gary se sintió aliviado por la respuesta. Había intentado reunir a la familia durante el primer año, pero cada intento había sido como chocarse contra una pared. Se culpaba por no haber hecho más, como si intentar seguir adelante significase dejar atrás a su verdadera familia. Tal vez sus hermanos se sentían igual.

Los Guardianes (I): OcasoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora