Ven tal como eres

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Cuatrocientos kilómetros, poco más de cuatro horas en coche, y una frontera, separaban a Mark y Robbie de su hermano mayor. Durante la última parte del trayecto reinó el silencio, solo interrumpido por la lista de grandes éxitos de Elvis Presley que llegaba a su fin. Mark seleccionó en la aplicación de su móvil el álbum «Nevermind» de Nirvana, «Smell Like Teen Spirit» comenzó a sonar. Robbie, al volante del todoterreno, subió el volumen, dejando que la música llenara el espacio.

—Bienvenidos a Aberdeen —leyó Mark en voz alta al avistar el cartel de bienvenida a la ciudad—. Cuna del gran Kurt Cobain.

—Sí... «Ven tal como eres» —citó Robbie, refiriéndose a la frase en el mismo cartel que coincidía con una canción del cantante.

El GPS los guio por una carretera bien asfaltada, flanqueada por un paisaje de hayas y abetos cuyo olor a humedad les resultaba familiar. Un muro de ladrillo rojo delineaba el perímetro de la propiedad, y una puerta de hierro, aparentemente nueva, daba acceso al recinto. A un lado, una placa metálica anunciaba el nombre del lugar: Wayback. Habían llegado.

El hombre de seguridad que se encontraba en la caseta junto a la entrada les dio paso. Por lo poco que habían podido saber del sitio, Wayback parecía ser una institución privada de naturaleza desconocida, con una estructura que no encajaba en el sistema educativo tradicional. Caminos de grava rosada llevaban a los distintos edificios: el «Área de Descanso» a la izquierda, el «Área Educativa» a la derecha, el «Área de Atención» frente a ellos y, detrás de este, el «Área Médica». Un edificio adicional estaba en construcción.

—¿Qué narices es este sitio? —preguntó Robbie mientras contemplaba el lugar con asombro.

Antes de que Mark pudiera responder, el hombre de seguridad se acercó a ellos:

—¿Tienen cita?

—Sí. Con John... Brackwell —respondió Mark.

John Brackwell, el padre adoptivo de Jimmy, le había informado sobre la llegada de cinco visitantes importantes a lo largo del día. Justo una semana después de que cada uno de ellos recibiera la carta.

—Bienvenidos a Wayback. Soy Samantha, pero podéis llamarme Sam —les dijo una mujer que se acercó a ellos con una sonrisa acogedora—. Por aquí, por favor.

La chica, apenas un poco mayor que los mellizos, transmitía una calma y seguridad contagiosas. Su pelo castaño anaranjado caía en suaves ondas sobre sus hombros, y su presencia desprendía una fragancia a lavanda que atrajo la atención de los mellizos.

La entrada del edificio central era elegante y austera, con un porche conectado por una breve escalinata y una gran puerta de madera blanca a juego con los marcos de las ventanas. En el interior, el recibidor reflejaba una sobriedad clásica, con sillones oscuros, mesas cuadradas y decoración minimalista. A pesar de su tamaño, el lugar estaba vacío, como si alguien lo hubiera dispuesto así.

—¿Crees que ha sido buena idea venir? —preguntó Mark, una vez solos.

—Claro que sí —respondió su hermano con un tono lleno de energía y optimismo—. Si no, ¿para qué habríamos venido?

—Lo sé, pero ha pasado mucho tiempo —confesó Mark, que no podía evitar sentir una cierta inquietud. Su mirada se perdía en los detalles de la planta abierta y en la peculiar disposición del piso superior, visible desde abajo—. Es extraño.

—No debería serlo —contestó Robbie con voz más suave—. Al fin y al cabo, somos familia.

Mientras «Remember the Time» de Michael Jackson sonaba de fondo, Gary bajó el volumen y detuvo el coche, esperando a que el hombre saliera de la caseta de seguridad. La vista del lugar le trajo recuerdos del campus de Harvard, aunque la presencia de un Área Médica le hacía pensar que aquello era algo más que una institución educativa. Exhausto tras más de cuarenta horas conduciendo y durmiendo en dos estados diferentes, esperaba que su viaje no hubiera sido en vano.

Los Guardianes (I): OcasoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora