Capítulo 4 - Nadie dijo que sería fácil

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- Eres supersticioso, ¿eh?- añadió Isis señalando a la estrella de David que colgaba de su cuello. Sonreímos a la misma vez y dimos un lento y entretenido paseo por las calles cercanas, mientras él nos hacía reír.

-Hace bastante tiempo que este sitio no recibe visitantes, y mucho menos de donde venís vosotras, de tan de lejos.

-¿Y eso por qué? Es un sitio bonito para los que estén acostumbrados a tener los zapatos llenos de barro y a pincharte con las zarzamoras. - todos éramos de campo así que nos reímos ante mi broma.

-A las afueras de este pueblo hay un conjunto de casas tan viejas y destrozadas que actualmente no las usamos por miedo al derrumbamiento, pero eso no impide que algunas personas vivan ahí.

- ¿Habiendo casas seguras por qué iría la gente a vivir allí?

- De este sitio me creería cualquier cosa.- comentó curiosa Isis, alzando una ceja. Genial, ella también sabía hacerlo. Odiaba cuando alguien hacía eso, porque yo no podía y me sentía un poco impotente. Una tontería para mi edad, pero me acuerdo que cuando era muy pequeña mi hermano y yo hacíamos gestos infantiles y teatrales para hacer reír al otro y que perdiera. Jordan solía molestarme haciendo ese gesto que tan fácil era para él.

- No todo el mundo es apto o bienvenido para estar entre los demás, aquí hay gente indeseable; si con indeseable te refieres a locos que se creen pioneros y hacen rituales de todo tipo con los muertos y lo que encuentran por ahí.

- Ésa época ya la pasamos hace tiempo, ¿Enserio siguen creyendo eso?

- Te sorprendería la respuesta.

- ¿Pero qué es lo que hacen exactamente?-a Isis parecía agradarle el tono que estaba tomando la conversación: miraba atenta con ojos fijos y curiosos a los labios del muchacho, como si pudiera descifrar el significado oculto detrás de cada palabra, adivinar lo que iba a decir antes de hacerlo.

- Al lado del bosque están los mausoleos, creo que podrás imaginar que están vacíos. La gente está subiéndose por las paredes, ¿Qué pensarías de un grupo de psicóticos que desentierra a tus familiares y amigos para dios sabe qué?

 - Esto es peor de lo que creía.

-Isis -susurré- esta puede ser la razón por la que mi hermano quería investigar, puede que fueran ellos.

-No podemos fiarnos de él todavía -dijo ella señalándole con la cabeza- tenemos que sacarle más. -asentimos y volvimos a la conversación, desde donde Jezebel miraba a la lejanía con los ojos entrecerrados, intentando ver algo por encima de nuestros hombros, en dirección al otro lado de la calle, a lo desconocido.

Nubes negras relampagueaban por encima de nosotros, hacía mucho viento y yo apenas podía abrir los ojos. Corrimos a buscar un refugio rápido de la tormenta, que se había formado tan repentinamente en la zona. Nos precipitamos entrando en una cueva lóbrega, en la cual no se oía nada más que nuestra respiración y las gotas fortuitas que caían del techumbre. Instintivamente, el joven echó mano de la mochila que portaba, encendiendo con un golpe rápido, una de las linternas que poseía, provocando que la luz cegadora del aparato dañara nuestros ojos, ya acostumbrados a su ausencia.

Cuando abrí los ojos, a duras penas pude apreciar que me encontraba tumbada en uno de los sillones de una estancia con un hedor a alcohol insoportable. Me sentía pegajosa, inmóvil y sucia en ese sitio.

Con un agudo mareo, noté músculos robustos debajo de mi cabeza, y, mirando hacia arriba, me fijé en que era Jezebel el que me sujetaba en su regazo, provocando que su cuerpo fuera sospechosamente acogedor. Isis me hablaba, intentando hacerme entrar en razón, pero no podía oír más que murmullos; susurros que venían de todas partes y me incitaban a hacer cosas que no quería.

Estas extrañas visiones me ocurrían cada vez más a menudo: Iban a conseguir volverme loca.

-¿Qué le ha pasado? – preguntó preocupado el chico, mientras me apartaba el cabello del rostro delicadamente. Isis, clavando sus ojos dorados en él y ayudándome a incorporarme, no le dirigió palabra alguna. Estando allí dentro, era difícil respirar, y si lo hacías, se hacía imposible evitar las ganas de vomitar, así que, tras recuperarme y comer un poco, nos fuimos del aquel antro.

Mientras nos seguía explicando las costumbres y demás aspectos interesantes del condado, esta vez con un poco de picardía, noté algo extraño. Una sensación muy común, la de sentir que alguien te observa o te sigue y luego estar equivocado, pero nunca me había pasado antes. El chico también estaba incómodo e incluso un tanto inseguro, al igual que yo: también lo sentía, aunque Isis estaba muy tranquila, ¿Esto sería cosa de él? Podría habernos engañado, sabía que no me podía fiar de nadie, teníamos que despistarlo.

-Jezebel, tenemos que comprar algo, si quieres puedes esperarnos sentado en aquel banco de allí.

-¿Qué vais a comprar, souvenirs? Vale, os esperaré allí, no tardéis.-dijo él, inseguro.

Agarré a mi amiga de la mano con fuerza y caminamos ligeras hacia una esquina de la calle, en la que al doblar, eché a correr, arrastrándola a ella también. En medio de la escapada, noté que me quedaba sin aire, se me entumecieron las piernas y caí de rodillas, con las manos en los ardientes ojos. Cuando dirigí mi mirada hacia Isis, ésta estaba paralizada y con la mirada perdida aunque, con la poca conciencia que poseía en ese momento, pude advertir que Jezebel corría veloz hacia nosotras: había sido un mal plan.

Un rato después, ella no había despertado del trance en el que se encontraba.

-¡Rápido, sígueme! Tenemos que llevarla a que la vean- dijo el joven, preocupado.

-Pero, ¿Qué ocurre? ¿A dónde la llevamos?, ¡Contéstame!- le grité mientras tiraba de su brazo con violencia. Sus ojos impactaron en mí fríamente, brillantes  aunque inexpresivos,  cosa que me hizo estremecer. Ella era mi mejor amiga, la única que me quedaba ya, no podía perder a más seres queridos, sabía que algo había detrás de todo.

Se la echó al hombro y corrimos todo lo que pudimos, atravesando callejones interminables, llenos de sombras y voces silenciosas. El cansancio me podía, pero no sabía a dónde nos dirigíamos, así que tuve que atender y estar al ritmo del joven para no perderme.

Al fin, los callejones interminables cesaron, para dar paso a una casucha vieja en medio de la nada, masacrada por el tiempo. El lugar era recóndito, ni siquiera sabía cómo habíamos llegado y tampoco sabía lo que iba a hacer con mi amiga, ¿Pretendía dejarla tirada en aquella casa siniestra?

Eiders ♥Donde viven las historias. Descúbrelo ahora