5. ¿Pueden los fantasmas traer flores?

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"Hay cosas que no puedes ver.
Estas lejos de estar cerca de mi.
Esto va a doler"



Dos semanas más tarde, había empezado a acostumbrarme a aquella presencia extraña.

Había acumulado las pruebas necesarias para admitir que algo, o alguien, me perturbaba los días.

El rostro en el cristal de aquella noche pudo haber sido solamente mi mente jugándome una broma, o tal vez el que se cambiaran las cosas de lugar habría sido yo mismo y no me había dado cuenta por ser un distraído de primera... sin embargo la cesta que se me había perdido en el bosque apareció en mi mesa y eso cambió todo.

Hubo varias pruebas más, me faltaban cosas, a la noche se podía oír cómo alguien daba pasos apurados, también desaparecia comida y eso me obligaba a ir al pueblo con más frecuencia, y cada vez que iba me encontraba con Alan, el cual me decía que dejara de vivir en La Dehesa y me fuera a la casa de mi tío, por esa razón ya no le conté lo que me pasaba en la cabaña, no quería que siguiera acumulando cosas para luego echármelas en cara, además, tenía la extraña sensación de que aquella presencia no me haría daño.

Había dejado de tenerle miedo al miedo. O, al menos. lo prefería a la profunda tristeza que había sentido en la ciudad. La sangre corría por mis venas de nuevo, aunque aveces se me helara de espanto.

Debo admitir que si, había de esas noches en donde el miedo ganaba y tenía que llorar, pero no llorar plenamente por el susto, lloraba por la soledad y el susto, lloraba por la gente que perdí en tan poco tiempo, lloraba por no tener a mi mejor amigo, lloraba porque aveces lamentaba mi decisión de quedarme solo en esa cabaña, pero luego amanecía, y el sol brillaba, y los animales aparecían, y podía sentirme eterno resguardado entre los árboles.

La mayor parte del tiempo disfrutaba mi soledad, tenía tiempo de estudiar los apuntes que Angela me enviaba y me alejaba un poco de la cabaña para apreciar más la naturaleza, y las flores, y los animales, y todo el espacio, aunque no demasiado.

Sentía que algo me unía a esa cabaña, y que algo de ahí me tenía atrapado.

Esto último pude sentirlo de manera tangible la tarde en la que por fin subí a inspeccionar el desván. Hacía días que retrasaba el momento, aquella habitación cerrada por quién sabe cuántos años me fascinaba, en su interior podrían estar los secretos de mi familia bajo el polvo y el olvido.

Antes de subir las escaleras, cogi una vela del salón y una cajita de fósforos, faltaban minutos para las seis y dudaba de que hubiera luz en aquel desván.

Gire la llave y la cerradura oxidada chirrió antes de dejarme el paso libre.

Una luz blanca penetraba escasamente por un pequeño tragaluz sin cristal y con tela de araña. El cuarto era frío pero al menos estaba bien ventilado y hacia más soportable el olor nauseabundo que lo cubría.

A pesar de eso reinaba cierto orden, de no ser por el polvo y la suciedad que estaban acumulados, aquella sala me habría parecido el bazar de un anticuario. Habían muebles antiguos y objetos dispuestos junto a las paredes. Recorrí la sala admirando algunos, eran piezas de madera en su mayoría y un viejo sillón.

Me detuve frente a un espejo de Marco dorado, era viejo y tenía mucha tierra, sin embargo contemplaba mi reflejo escaso, mis rizos un poco despeinados y el verde de mis ojos era más intenso, más distante.

Y justo cuando me disponía a salir de aquel cuarto, mi pie dio contra algo y tuve que agacharme para recogerlo. Era un cuaderno ya un tanto viejo y raspe con la llenas de mis dedos la preciosa cubierta que tenía, antes de soplarle el polvo y deshacer el lazo que lo contenía.

El bosque de los corazones dormidos l.sWhere stories live. Discover now