1. La Dehesa

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"Es hora de salir de esta vieja ciudad en blanco y negro
Aprovechemos el día, huyamos
No dejes que los colores se vuelvan grises"

El 10 de octubre estaba lloviendo cuando mi tío fue a recogerme a la parada de autobuses, debo admitir que fui el último pasajero en bajar, pero no por los nervios de ver a mi único pariente vivo, si no porque debía quitarme el rastro de las lágrimas que se habían secado en mis mejillas y esas feas lagañas por dormir.
Al bajar del autobús no me esforcé en acomodar mi pelo ahora desarreglado por el viento, al contrario, deje que esa helada ventisca me diera de lleno en la cara, un olor a madera y a tierra mojada me dio la bienvenida y me di cuenta que son esos olores que te recuerdan a algo, o a alguien, esos olores que son capaces de transportarte a través del tiempo para brindarte un recuerdo neutro, ni tan feliz, pero ni tan triste.
A pesar de la lluvia fina que caía y la fría bienvenida que me dio ese lugar, la sentí más cálida que la de mi propio tío, era como si el ambiente quisiera que empezara a sentir algo de empatía por el lugar

— No me digas que ahora tú también sigues esas modas góticas, tienes una pinta horrible Harry

Espere en vano el levantamiento de cejas y la mueca burlona como cualquier persona debería hacer en este tipo de conversaciones, pero no llegó.
Tarde un momento en darme cuenta que mi tío Alexander no bromeaba, pero algo de razón tenía en esa confesión cruda: mi aspecto era horrible, hacía días sentía que mi estómago no necesitaba ingerir alimentos y que para lo único que mi cuerpo servia actualmente era para llorar.
Pero la idea de alojarme en ese pueblucho no fue mía, yo no la decidí, no tenía otra opción. Tras la muerte de mi abuela, un mes después del suicidio de mi madre, yo estaba solo en el mundo, me sentía como mi primer día en el jardín de infantes, con ese miedo de quedarme solo alrededor de personas desconocidas, pero trágicamente así fue, a mis 17 años yo no tenía a donde ir y ciertamente me encontraba alrededor de no sólo personas desconocidas, si no también de un lugar desconocido
Muertos todos mis parientes en Barcelona, un asistente social se comunicó conmigo y solo encontró a un familiar vivo ubicado en un pueblo llamado Colmenar en las afueras de Londres, esa era toda la información que había obtenido, con mi tío nos unía un lazo sanguíneo, claro que si, pero el lazo emotivo nunca existió, apenas y sabía su nombre, pero dada mi situación, debía vivir con él hasta que pudiera cumplir mis 18 años, 365 días para intentar crear un lazo fraternal que no hemos creado a lo largo de 17 años.
Por el semblante malhumorado que tenía entendí que no estaba muy conforme con mi llegada, es que en realidad, algo de razón tenía, yo no era nada más que un imprevisto en medio de su vida, solo imaginen que tu esposa ya difunta, tenga una hermana y que esa hermana se haya suicidado y el único pariente de su hijo seas tú, si lo ves de esa forma es un cuadro tragico y que interrumpe todos tus planes, pero por milésima vez: yo no decidí esto
«solo será un año» me venía repitiendo desde que me dieron la noticia, pero ciertamente es que no sabía que sería de mí al terminar el año y ser libre de esto. El piso que rentaba junto a mi abuela ya había sido devuelvo a su actual dueño, era un piso bellísimo y amplio, ubicado en medio del gran y frío Londres, ciertamente me dio mucha nostalgia despedirme de él y tener que dejar todos los recuerdos de mi infancia que quedarán guardados entre esas paredes.
Mudarme a un pueblo de unos 200 habitantes en parte era bueno y malo, siendo un adolescente estaba acostumbrado al bullicio de la cuidad, ver por la ventana los autos cada minuto y pecar de chismoso escuchando discusiones de las personas, pero por otra parte la idea de aislarme de todo y todos, en el fondo, me atraía, al menos en ese lugar sería como comenzar de 0, y no tendría que aguantarme las miradas de "oh, pobre chico, acaba de fallecer su madre y ahora su abuela" que me darían las personas del instituto. Aunque no los culpo, perder a dos seres queridos, que han sido tus pilares, en tan poco tiempo y una tras la otra, le tocaría el corazón a cualquiera
En las seis horas que duró el viaje, intente hacer memoria de los veranos que pase junto a mí madre en su pequeño y viejo pueblo, ella vivía en todas esas imágenes, claro que esas mismas ahora son imprecisas y borrosas, yo era muy pequeño en aquel entonces y lo único que recuerdo es ese neutro olor a madera y tierra mojada y unos cuantos árboles, también trate de imaginar cómo se vería Colmenar en la actualidad, hace 10 años que no visitaba sus calles apedreadas y sus bosques verdes.
Desde que el autobús dejo la autopista de Londres para entrar a otra que me llevaría a Colmenar me sentí extrañamente reconfortante, ya que unos altísimos pinos bordeaban el estrecho camino.
Y de alguna manera, note la presencia de mi madre en aquel frío paisaje, porque así era ella, silenciosa, nunca terminabas de conocerla bien, y fría, por supuesta que ella era como el frío, como una lluvia junto a un viento helado, para algunas personas les parecerá aburrido y sin importancia, pero luego estarán esas personas que sabrán apreciar el arte de un día así, de una persona así, poder sentarte cerca de una ventana mientras ves caer la lluvia y ese frío no solo te hará congelar los huesos, si no también te congelara tu mente, tus recuerdos, y te los hará revivir solo observando un paisaje, y sonreirás, disfrutaras y admiraras. Así era mi madre, como un día de invierno, donde podrías apreciarla en su plenitud, donde ella te hacía congelar tus recuerdos para que los conservarás toda tu vida, éramos pocos los afortunados que podíamos verla como realmente era.
Y a medida que me acercaba más al pueblo, era como si su alma estuviera allí para recibirme, y sin pensarlo evoqué su dulce sonrisa, aquella que aún conservaba algo de calidez antes que la enfermedad se la arrebatara, y el asiento vacío a mi lado solo me hizo comprender lo solo que estaba. ¡Me hubiera gustado tanto que me acompañará en ese viaje! me hubiera encantando que me retara por quedarme dormido y no apreciar el arte de viajar, o que me agarrara hambre en medio del viaje solo para que ella me de esos bocadillos que siempre tenía guardados para mí, claro que me hubiera gustado sentirla, cuidarla y amarla más
Y como un acto reflejo mis dedos jugueteaban con el collar que conservaba de ella: una cadena con una diminuta llave de plata, recordé el momento en que ella me lo había regalado y habíamos reído tanto porque ninguno de los dos sabía cómo abrocharlo debido a mis rizos que se mezclaban, por supuesto que no me lo había quitado desde entonces.
Al llegar, tuve la impresión de haber hecho un viaje en el tiempo, Colmenar parecía haberse quedado estancado en la Edad Media, las casas de piedras grises con tejados rojos y chimeneas, era todo lo contrario a la imagen que había dejado hace un par de horas de la gran ciudad que Londres era, y al levantar la vista pude observar las montañas verdes con sus puntas nevadas y pensé que era un cuadro hermoso, esos que debían ser recordados.
Alexander me esperaba sentado en un banco, junto a la parada de autobuses, supe al instante que era el, no había nadie más en esa plaza porque al parecer todas las personas de ese pueblo eran frías. Luego de su amarga bienvenida agarro mi equipaje y me hizo un gesto con la cabeza para que lo siguiera.
Di por hecho que iríamos a su casa, en el pueblo, así que me sorprendió que se parara al lado de un Land Rover para guardar mi equipaje, aún así entre al coche sin rechistar, no sabía dónde íbamos y tampoco es como si me importara demasiado.
Salimos del pueblo por un camino sin asfaltar, a las afueras observe un letrero que indicaba un lugar de producción apicola, sabía por mi abuela que la miel se producía hace años por los lugareños, mi propio tío tenía colmenas en propiedad y se dedicaba al suministro de miel y mermeladas ecológicas a varios puntos de la comarca.
A medida que ganamos altura, el paisaje se tornó más exuberante, se podía observar un extenso bosque de helechos y pinos que se unían en ocasiones a pequeños robles llenos de hojas color amarillo, ocre y naranja que adornaban con un tono otoñal todo, y recordé las historias que me contaban cuando era niño, incluso dude por unos segundos si no saldría un hada o un elfo de esos bosques.
Aparte la mirada del paisaje para enfocarla en mi acompañante: mi tío no se veía nada relajado, conducía con una mueca en la boca y su ceño fruncido, traía una camisa de cuadros rojos y negros junto a un pantalón de jean, no pasaba de los 35 años, pero su semblante tan serio lo hacía ver cómo todo un anciano.
Aquel silencio incómodo me obligó a decir algo amable. El cielo se había vuelto negro

El bosque de los corazones dormidos l.sWhere stories live. Discover now