Capítulo 1 - Consecuencias

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Conozco tres motivos por los que un hombre querría esconderse: porque ha hecho algo que no debía, porque ha hecho algo de lo que se avergüenza, o porque su vida pende de un hilo. De alguna manera, he conseguido cumplir esas tres condiciones y mentiría si dijera que es la primera vez que me encuentro en una situación parecida.

El problema es hallar dónde ocultarte cuando dos reinos en disputa te consideran un traidor. Soy consciente de que a estas alturas ambos bandos habrán puesto precio a mi cabeza, cada día que permanezca dentro de sus territorios me estaré arriesgando a que me encuentren. Y, dado que tengo en alta estima mi vida, mi prioridad es distanciarme lo suficiente y asegurarme de que mis posibles perseguidores me buscan en el lugar equivocado.

Pero hasta ahora, salir de Caribdia me ha resultado imposible. Cuando el ejército de Celiras tomó las capitales, tras varios meses de asedio, la ciudad se convirtió en un maldito caos y no se podían dar dos pasos sin tropezar con soldados de uno u otro bando. Desde entonces, las fuerzas de Shador han ofrecido resistencia en un vano intento por recuperar lo que consideraban suyo. Hasta que, hace un par de días, su último reducto cayó. Ahora que los celirianos tienen el completo control, las barreras que rodean Caribdia no tardarán en abrirse. Y yo podré largarme de aquí.

Solo los dioses saben cuánto tiempo he estado esperando este momento. No podía arriesgarme a que me cogieran, así que no me ha quedado más remedio que ocultarme en los túneles que discurren bajo la ciudad. Son oscuros, húmedos y angostos, excavados en piedra caliza tan pulida por la acción del agua que al más mínimo descuido te puedes romper la cabeza por escoger mal dónde pisas. Pero son una vía de escape ideal para delincuentes y fugitivos, con la ventaja añadida de que nadie excepto yo conoce su existencia.

He permanecido aquí incontables jornadas, sin saber si era de día o de noche, mientras los acontecimientos se amontonaban en mi cabeza en una mezcla confusa de realidad y delirio que podría achacarse a la falta de sueño. Mis breves visitas a la superficie me han servido para estar al corriente de la situación y han resultado muy útiles para planificar la huida que estoy a punto de poner en marcha.

Para asegurarme de que nadie me reconoce, me he dejado crecer la barba y he oscurecido mi cabello con una mezcla de barro y polvo de hierro. La cicatriz de mi mejilla derecha es demasiado visible para pasar desapercibida, de modo que intento disimularla con un ungüento de albayalde. Con suerte, los guardias no se darán cuenta del engaño.

En cuanto oscurece, me asomo al exterior. La ciudad de Caribdia, antaño hermosa y llena de vida, no es más que una sombra de lo que fue. Sus edificios derruidos se asemejan a un bosque de escombros devorados por las llamas, cuyo olor a quemado todavía está presente en el aire. Camino por sus calles arruinadas sin cruzarme apenas con nadie. En el lado norte han ido amontonando los cadáveres que aún no han sido reclamados, los cuales se cuentan por cientos. Es mi oportunidad para procurarme ropajes más austeros que los que llevo puestos. Encuentro un jubón de lana y una capa raída que me serán de gran utilidad.

Con mi nueva indumentaria me siento bastante más seguro. Continuó mi exploración hasta llegar a una vieja taberna que todavía permanece abierta; por las voces y cánticos que salen de su interior, deduzco que está atestada de soldados celirianos en estado de embriaguez. Fuera hay varios caballos amarrados a palenques, sin ningún guardia a la vista que los vigile. No creo que pueda contar con una oportunidad mejor que esta. Como necesitaré una buena montura, escojo un robusto percherón de aspecto saludable.

—¡Alto! ¿Quién va? —oigo gritar a un hombre al que no había visto.

Saco de inmediato uno de mis cuchillos arrojadizos y lo lanzo sin comprobar siquiera la identidad del individuo. Le doy de lleno en el pecho. Mientras él se queda mirando embobado la herida, me acerco y le secciono el cuello antes de que se le pase por la cabeza volver a alzar la voz. Va vestido con un uniforme celiriano, es probable que forme parte del grupo que está en la taberna. Por fortuna, sus compañeros no han llegado a oírlo. Arrastro el cuerpo hasta una esquina próxima y lo oculto tras unos escombros, para que tarden en encontrarlo.

La sombra del cuervo rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora