VIII: Encadenado a una estrella (parte 2)

Începe de la început
                                    

El artista permaneció mudo mientras el visitante curioseaba entre sus aparatos, impresionante con los ropajes negros que le conferían el porte de un ángel caído. La mirada incrédula que le lanzó al descubrir el ornitóptero, como si pretendieran burlarse de él con esas alas artificiales, no tuvo precio.

—No eres un hombre ordinario, tienes dones, pero no alas, y fabricas estas puñeteras imitaciones. —Verorrosso sí que poseía matices ordinarios, al menos con el lenguaje. Se le acercó y lo examinó de cerca—. Eres un artista raro. Y no envejeces, igual que nuestro supervisor. Engañas a todos con tu apariencia de viejo cuando, en realidad, eres mucho más joven. ¿O me estás engañando a mí ahora?

—No soy tan viejo, tengo cuarenta y seis años. En cualquier caso no, no envejezco, si bien lo aparento para no levantar sospechas.

—¿Cómo?

—Con el mismo sistema que te permite a ti ocultarte a la vista, burlando a los sentidos.

—Y dices que no eres un elegido ni un habitante de la pirámide. No entiendo, entonces, de dónde salen esos talentos tuyos. Ni por qué has de esconderlos de ellos y de los otros elegidos.

Leonardo giró el rostro para encararlo. Si deseaba que confiara en él, debía contarle una historia creíble, evitando usar mentiras para cubrir la verdad. Inhaló profundamente y sirvió un par de copas de vino.

—Cuando era un muchacho, alguien desconocido me atacó en una cueva aislada y me hizo diferente a los otros. No llegué a verlo; lo que sé es que, al cabo de los años, adquirí estas... habilidades que me permiten conservar la juventud, disfrazarme y observar lo que la gente no observa. Vi vuestra pirámide. Os vi a vosotros. Aprendí que luchabais unos con otros y que, tal vez, lo que hay en mi sangre y lo que hay en la vuestra proceda de una sola fuente. No sé mucho más, Verorrosso, excepto que no soy parte de vuestra contienda ni deseo serlo. Si me delatases, bien sabes que intentarían capturarme o matarme, y yo no lo permitiría. Me desvanecería, como hice ante ti, no volveríamos a tener contacto. ¿Es eso lo que quieres? Eres el primer nacido en la Tierra ante quien siento que puedo mostrarme tal cual soy. Déjame aprender de ti, para que alcance a conocerme mejor a mí mismo. A cambio, tendrás en mí a un aliado. —Se produjo un largo silencio tenso. Era evidente que Verorrosso no daría su brazo a torcer tan rápido—. Por lo poco que he visto y oído, tienes un grupo de personas que dependen de tu liderazgo. La soledad del líder... Sé que no me equivoqué cuando te hablé del peso que compartimos.

—Puede que seas una maldita treta del enemigo, o una... prueba de nuestros señores. —Vació su copa de un trago y volvió a llenarla—. Puede que no deba fiarme de tus palabras, hacer lo que me gritan las tripas.

—¿Y qué es? —Lo miró a los ojos y sonrió con melancolía—. Tienes razón en eso, has de actuar según lo que te dictan tus instintos. No puedo forzarte a que confíes en mí, solo... pedirte que me des tiempo.

De nuevo calló el pelirrojo y de nuevo buscó consejo en el alcohol. Sabiendo que su juventud jugaba a su favor, Leonardo no intentó presionarlo. A su avanzada edad, ya había aprendido a domar el caballo de la paciencia.

—Si eres capaz de ocultarte ante mí, ¿por qué te dejaste ver la otra noche, durante la pelea?

—Me tomaste por sorpresa. Estaba distraído, estudiando el firmamento.

—¿Por qué no darte a conocer a mi gente? Son leales. Si dices que aprecias a Irene...

—No son ellos quienes me preocupan, sino los de arriba. Mi capacidad para pasar desapercibido es muy limitada, únicamente puedo mostrarme sin peligro ante ti.

—Estupideces... ¿Por qué yo? ¿Qué sacarás de hablar conmigo? ¿Qué sacaré yo?

—Un amigo.

Con la vista al cieloUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum