Llevaba todo el día nerviosa por el reencuentro con su hermana. Había estado odiando los días que pasaban sin su gemela con toda su alma; la noticia de que se iba a otro continente no le sentó demasiado bien, y mucho menos verla únicamente en Navidades. Esta vez volvía, y volvía para quedarse.

A pesar de haber escogido caminos diferentes, su hermana era una apasionada de la fotografía y lo suyo siempre había sido el cuerpo humano, concretamente el femenino; iban a compartir residencia e iban a verse todos los días. La carrera de fisioterapia le ayudaba siempre con sus ligues, no era que lo necesitase, pero era un complemento que potenciaba sus habilidades ya adquiridas por la experiencia.

Elevó su rostro cuando escuchó por los altavoces el anuncio de la llegada del tren, y paró todos los movimientos.

-Ni se te ocurra dejarme a medias -dijo la chica, agitada, sujetando su cara con ambas manos para que la mirase, y Alexa sonrió de lado.

-Nunca dejo a una bella dama sin correrse.

Se agachó frente a ella, bajando sus pantalones y enterrando su cara en esa intimidad palpitante dispuesta a terminar su trabajo en ese baño, saboreando a aquella desconocida que sabía tan bien.

Eso de ir de flor en flor disfrutando del sexo no tenía muy claro de dónde le venía, posiblemente de ningún lado. En su época de instituto sí que estuvo con alguna que otra chica, pero cuando esas relaciones acababan rompiéndose por cualquier estúpida razón decidió no atarse hasta que su cuerpo y mente no lo necesitase. Además, así se estaba muy bien: sin complicaciones y sin dramas.

Se limpió un poco bajo la mirada pícara de aquella chica, que subía su pantalón satisfecha. Lo de limpiarse solo era por no recibir a su hermana oliendo a sexo, no iba a ser de su agrado posiblemente, pero no se pudo resistir cuando se encontró a tal mujer.

-¿De verdad no puedo devolverte el favor? -habló abrazándola desde atrás y lamiendo su cuello.

-No sabes lo que me apetece, de verdad, pero tengo que irme.

-Y no eres de las que das tu número, ¿verdad? -rio.

-No, pero voy a rezar por volver a verte -se dio la vuelta para mirarla de frente y hablar en un susurro-. Estás deliciosa -y la besó en los labios en profundidad.

Se despidió de la chica y salió corriendo hacia las vías del tren, viéndolo partir nada más llegó.

-Veo que sigues llegando tarde a los sitios -escuchó detrás de ella, y se giró para ver a su hermana con dos grandes maletas y sus gafas de pasta negras sobre su nariz.

-Te prometo que llevo aquí media hora esperando -dijo, yendo hacia a ella y abrazándola con fuerza.

Alexandra rio entre dientes cuando su hermana la alzó, haciéndola volar por los aires, como si fuese una niña pequeña y no una chica de veintiún años.

-Deja de hacer tanto jaleo, anda -le reclamó, y cuando Alexa la puso en el suelo ambas sonrieron felices.

-De jaleo nada, que te he echado mucho de menos, bebé.

-Alexa... no me llames así -le dijo intentando sonar ofendida, pero en secreto adoraba que su hermana la llamara así.

-Mírate, qué blanca estás, por favor... ¿es que no hay nunca sol allí o qué?

-Pues la verdad es que no demasiado -rio-. Tú estás super morenita, qué envidia.

-Tres días tomando el sol antes de que acabe el buen tiempo y me coges el color seguro –ofreció antes de mirarla con ojos de cachorro abandonado-. Aún no entiendo porque quisiste irte allí en lugar de quedarte aquí conmigo.

Las dos caras del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora