трина́дцать

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Dylan y yo volvimos a vernos dos semanas después, cuando apareció en el mostrador del restaurante esperando a que mi turno terminara. Por más que yo intentara evitarlo, era imposible. Dylan tenía la paciencia de un profesor de jardín de niños, así que podía lidiar con mi carácter y mi nulo interés por hablarle.

—Ya salí —respondí sin mirarlo y empecé a caminar hacia el exterior del restaurante—. ¿Qué quieres? —Dylan asió mi muñeca y me giró para encararnos.

—Sé que dije que no quería hablar, pero... Bueno, supongo que te gustaría una explicación.

—¿Explicaciones sobre tu novia hawaiana? No, no las necesito.

—Yo no tengo novias, Leigh.

—¡Bien! ¿Entonces por qué te preocupa tanto mi actitud?

Dylan tragó saliva fuertemente.

—Eres especial. ¿Puedo llevarte a casa? —Sus ojos brillaron. Se acomodó los lentes en el arco de su nariz y suspiró.

No podía negarme a esa invitación. Ya era tarde y odiaba tener que tomar el último autobús a casa.

—Gracias, sí —él asintió y volvió a girarse para caminar hacia su auto—. Y, Dylan, no me debes ninguna explicación.

Todo el camino fue silencioso. Ni siquiera había música buena en la radio así que decidimos apagarla. Jamás me había sentido tan incómoda en su presencia; nunca había querido huir de él. Quizá las cosas tampoco iban a salir bien con Dylan después de todo.

Llegamos a mi casa unos veinte minutos después. Las luces del porche estaban apagadas, así que papá tal vez ya estaba durmiendo.

—Gracias —susurré. No me bajé del auto porque no estaba segura si quedarme o irme.

Si me iba, era muy probable que Dylan no volviera a buscarme jamás, y eso en parte me dolía.

—Leigh —mencionó mi nombre con cautela, como si fuera frágil—. ¿Por que sigues esperando tanto?

—¿A qué te refieres?

—¡Nena! Eres hermosa, lista, independiente, no sé por qué no tienes un novio que te quiera de verdad. ¿No lo deseas? Porque... sé que dije que no tengo novias, pero yo sí quisiera tener una. Una novia de verdad.

—¿Qué quieres decir con una novia de verdad? —Bufé.

—Ya sabes —se removió en el asiento y se quitó el cinturón de seguridad para poder verme fijamente—: alguien para ir al cine, salir a cenar, pasar el día entero sin hacer nada en casa... sólo alguien que te dé paz con su compañía.

—Estás diciéndome que ya no quieres nada casual conmigo.

Era todo. Dylan había conocido a alguien y yo, como siempre, me quedaría esperando.

—No, ya no lo quiero —esas palabras fueron suficientes para mí, así que abrí la puerta del auto y, cuando estuve por poner un pie fuera, él me detuvo—. ¿Q-qué haces? ¿Te asusté?

—¿Asustarme? ¿Por qué? Y estoy saliendo de tu coche para entrar a mi casa...

—Estoy diciéndote cómo me siento y tú simplemente te vas, ¿qué sucede? ¿Quieres hacerme lo mismo que te hicieron en el pasado?

La última frase fue como si me hubieran tirado un balde de agua fría en una noche de invierno.
Dylan conocía todas mis historias amorosas con finales mediocres, así que podía utilizarlas en mi contra.

—Sólo estoy yéndome.

–¿Quieres una relación, Leighton? ¿Una buena relación? —Mis ojos hablaron, porque mi boca de repente se había secado y no podía articular ni una palabra—. Estoy aquí para ti. Cuando te conocí no pensé que fueras a afectar tanto mi vida... Lo que siento ahora me asusta porque, bueno, ¡eres muy menor! —Se rio.

—Y tú muy mayor.

—Pero te quiero. Piénsalo, por favor... Y no me dejes tanto tiempo esperando.

La decisión de Leigh | LIBRO IIIWhere stories live. Discover now