Viernes 16 de septiembre// 3:47 am

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Todos hablan de libertad, de vivir sin estar atados involuntariamente a una situación, a una persona, a un trabajo... Hablan de liberarse de los prejuicios, de la violenta presión que es puesta sin piedad en nuestros hombros, de la necesidad de romper las cadenas que nos aprietan entre sus metálicos brazos para dejarse flotar en la inmensidad de las decisiones voluntarias que construyen nuestro entorno. Pero, ¿qué pasa cuando eres prisionero de tu propia mente?
¿Qué te garantiza la existencia de una salida?
No puedes pensar en cómo liberarte de tus propios pensamientos que te ahogan lentamente y nublan tu razón. No hay una diferencia marcada entre un amanecer y una puesta de Sol porque todo lo que pasa por tu cabeza son las obsesivas preguntas que te carcomen por dentro mientras te hierve la sangre y sientes el pulso en los oídos. Noche tras noche intentando recordar cómo reír o cómo soñar, perdiendo interés por las cosas que lograban quitar un poco del peso que aprieta tu pecho.
Llegan las realizaciones, el sentimiento de fracaso y el odio a sí mismo.
¿Soy suficiente?
¿Alguna vez lo seré?
¿Me encontraré a mi misma en esos ojos cafés así como alguna vez me perdí en aquellos azules?
Y las posibilidades son infinitas, los sentimientos confusos y la visión borrosa.
Entran las comparaciones, el dolor de cabeza y el mal sabor de boca que dejan las mentiras que me fuerzo a decirme a mí misma.
Porque sé que no es lo mismo, sé que jamás lo será.
El sentimiento es uno mismo y probablemente jamás volverá.
El problema es que existe una parte indivisible en mi, casi indispensable; pequeños pedazos de mis recuerdos favoritos formando una potente turbina que alimenta mi tristeza, transformándola en un monstruo que se apodera de cada rincón de mi ser.
De pronto pasan frente a mis ojos imágenes que no puedo reconocer con claridad; una canción, un libro, el sonido de casilleros, el olor a lluvia, la ventanilla de un avión, la voz de un hombre alegre, el Sol en mi piel, conversaciones con la Luna, labial de cereza y una risa perfecta. Un sentimiento cálido y familiar me toma prisionera y finalmente puedo respirar aunque un segundo después regresa en su lugar mi buena amiga la gris soledad.
Lo único que pido es que nunca se vaya esa cálida sensación; la busco cada momento del día, cada segundo que pasa.
Alguna vez me dijeron que estaba mal buscar a alguien en otras personas pero honestamente mi percepción del "bien" y el "mal" es completamente nula. Puedo esconderme en mis errores cuestionando qué de verdad está mal y porqué, logrando justificar mis actos desesperados e irreverentes.
Así que sí. Soy culpable.
Y lo admito descaradamente. Soy culpable de buscar mi felicidad en lugares donde se que no está. Soy culpable de querer encontrar sus labios en otro rostro. Soy culpable de querer sentir la intensidad de sus ojos en los míos, mezclando las tonalidades e intentando descifrar las coincidencias de sus personalidades. Porque sí, busco su humor y su inmadurez. Busco su problemática actitud y su provocativa manera de hablar.
A estas alturas ya ni siquiera me importa, lo único que pido es recuperar el sentimiento que me producía y desechar este vacío con el que cargo desde el día en que se fue.
Cualquiera que me conozca podría interpretar mis palabras e inferir de quién estoy hablando en realidad, aunque honestamente ya ni siquiera yo sé.
¿Sobre qué estoy escribiendo?
¿Sobre quién estoy escribiendo?
¿Tiene algún sentido?
No lo sé y no me interesa saber.
Lo único que se con certeza es que muero por sentir algo, lo que sea.
Estoy harta de lo ordinario, de los típicos problemas mundanos de amor adolescente, de esperar por algo que no tiene la mayor relevancia, de decir que el tiempo es la solución cuando lo único que hace es matarme lentamente.
Es cierto que fui una adicta a la sensibilidad, al romance, a la co-dependencia, pero estoy aburrida, atareada. Quiero algo nuevo, exijo algo nuevo.
Adiós a las preguntas, a las dudas y a la espera.
No me importa qué es lo que me merezco, no me importa si estoy mal. Tal vez después de todo finalmente recibí el último impulso que necesitaba para tomar la decisión de no desaprovechar la oportunidad de cambiarlo todo y dejar de conformarme con recuerdos y reemplazos.

Divagaciones de un adolescente Where stories live. Discover now