Capítulo VII

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La primera cosa que hicieron al llegar a la cuidad fue detenerse en un restaurante de comida rápida por algo decente. Luego de un día entero de caminar a la intemperie y de comer sobras decidieron que no había nada de malo en satisfacer ese pequeño capricho, no cuando sus estómagos rugían hambrientos.

Gerard no había sospechado del hambre que realmente le invadía hasta que dio el primer mordisco a su hamburguesa. Había comido hamburguesas muchas veces, pero por alguna razón encontraba aquella particularmente deliciosa; un manjar en comparación con la comida sin sabor de Marie. Se preguntó que estaría haciendo su vieja tía en ese momento, o si para aquel entonces las autoridades le habían informado de la desaparición de sus sobrinos de la escuela. Si lo hicieron, entonces probablemente no le importaría.

Sin embargo, no se detuvieron mucho tiempo allí. Antes de partir, Gerard se dirigió al baño del lugar y trató de arreglarse lo mejor que pudo. Se enjuagó el rostro y al mirarse en el espejo vio que tenía un par de grandes ojeras oscuras bajo sus ojos junto con notorias bolsas, producto de la falta de sueño. No se veía tan mal, dejando de lado que lucía como un zombie. Salió del tocador y se encontró con una escena que de alguna manera le hizo sentir nostalgia.

En una de las mesas cercanas se encontraba una familia. Los dos niños de la pareja se divertían lanzándose papas fritas entre sí mientras que sus padres trataban de hacer que se detuvieran, pero también reían. Se veían como una gran familia feliz, del tipo que Gerard y su hermano no tenían, al menos ya no. Si tan solo sus padres estuvieran vivos... Las cosas serían muy diferentes. Un grito de Frank llamándole para que se diera prisa le sacó de sus pensamientos y Gerard se apresuró a alcanzar a los demás, quienes ya se encontraban fuera del restaurante esperando por él.

Después de la breve parada, caminaron por las numerosas calles de Brunswick. Gerard y Mikey no tenían idea de hacía donde se dirigían, en cambio, Frank parecía guiarse bastante bien, tal como si conociera la ciudad. Se detuvieron cuando llegaron a un enorme depósito. Frank le mostró algún tipo de papel al sujeto encargado del lugar y luego de intercambiar alguna que otra palabra volvió juntos a ellos y les mostró de forma victoriosa un juego de llaves en su mano. Sonrió.

— Les dije que podían confiar en mí.

En efecto, Frank si tenía un auto. Era un Impala de color café que parecía tener bastantes años y una fina capa de polvo cubría su superficie debido a la falta de uso, pero aún así se veía en buenas condiciones. Subieron al vehículo y poco después abandonaron el depósito, cuando el sol había comenzado a ocultarse en el horizonte. Acordaron que Frank los llevaría a la estación de autobús más cercana, la cual estaba a casi 4o kilómetros de distancia y luego cada quien seguiría su camino. Era un trato justo.

— Ya deja de tocar mi auto, niño —refutó Frank a Mikey en tono molesto, unos quince minutos después de haber partido— No quiero que rompas nada.

— Solo estaba viendo —se quejó su hermano desde el asiento trasero, con una mueca. Luego se cruzó de brazos— Idiota.

— Fanfarrón.

— Pitufo engreído —murmuró Mikey. Frank se disponía a decir algo en represalia, pero Gerard detuvo la guerra de insultos entre ambos.

— Ya basta, los dos. Dejen de pelear —pidió, de la forma más cordial que le fue posible.

— El comenzó —Mikey señaló a Frank, quien le fulminó con la mirada desde el espejo retrovisor.

— Y tú le sigues —suspiró Gerard, recostándose en su asiento— Solo... Paren.

— Bien, me callaré y no hablaré en todo el camino —murmuró el menor, colocándose sus audífonos y bloqueándose del mundo. Mikey odiaba que le dijeran niño, pero a veces tenía que admitir que actuaba como uno. Uno muy caprichoso. De hecho, Gerard creía que todos actuaban como niños en algunas ocasiones, era algo innato en la naturaleza del hombre.

Run Away (With me) ↠ FrerardWhere stories live. Discover now