Capítulo VIII

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—¿Qué joyería? —preguntó Rosa.

Hablábamos desde hace quince minutos y aún no entendía lo que quería decirle.

—Tengo la dirección, ¿podemos ir mañana? —Me recosté en el sofá.

Si quería descubrir más acerca del collar, el brazalete y la extraña situación que estaba viviendo tenía que ir e investigar. Admito que esto de leer mentes es un poco útil pero no quiero hacer esto para siempre o me volveré loca.

—¿Paso por ti a las diez? Tengo que arreglar algunas cosas antes.

—Está bien. Después de eso podemos ir a comprar o comer, yo invito —Un grito de emoción se escuchó. Sonreí.

—¡De acuerdo! Adiós —Colgó.

Conecté los audífonos y puse una canción cualquiera. Después de que Rodrigo se había ido, mi mamá comenzó a cuestionarme sin control preguntando cosas como: ¿dónde vive él? ¿Conozco a su familia? ¿Tiene tu edad? Y al final se levantó y se fue así de rápido como llegó. Supongo que a dormir.

Cuando me aburrí de ver televisión me subí a mi habitación a dormir. Era tarde, casi las doce, y yo no tenía sueño, tendría que obligarme a dormir para despertar temprano. Mañana sería domingo, pero aun así tenía una misión con Rosa.

Pasé junto a la puerta entreabierta del cuarto de mis papás, cuando escuché un timbre, era el de mi celular. Sonaba muy bajo pero lo suficientemente alto para que yo lo escuchara.

Analicé la situación. Si Rosa me estuviese llamando lo haría al teléfono de casa porque sabe que estoy castigada y si fuera Rodrigo también lo haría. Entonces, ¿quién era?

Empujé la puerta de manera lenta y cuidadosa mientras entraba. Mi papá roncaba plácidamente y mi mamá tenía la almohada tapando sus oídos. Era casi imposible que escucharan el celular.

Abrí el pequeño cajón, saqué el celular y salí corriendo a mi habitación. Una vez ahí, abrí el registro de llamadas pero solo era un número desconocido. Mi valiente acto fue un desperdicio total.

Cuando me acosté en mi cama, decidí revisar mis mensajes. Tenía algunos del grupo que teníamos en mi salón y otros de Rosa de hace dos días.

Iba a bloquear el celular cuando recibí una video llamada de Rodrigo. Dudé un poco en aceptarla pero al final lo hice.

El rostro de Rodrigo, bello pero un poco cansado se veía a través de la pantalla. Lo vi sonreír.

—¿Por qué tienes la luz apagada? —me pregunta. Yo me río y entonces prendo la lámpara de lectura que tengo. Es suficiente luz para que mi rostro se vea.

—Son las doce, ¿esperabas que estuviera despierta con la luz encendida esperando tu video llamada?

—Me conformo con que la hayas aceptado.

—¿Qué pasa? Te ves afligido... —Me senté cruzando mis piernas y puse mi celular sobre una almohada.

—Discutí un poco con mis papás —Se llevó su mano a su cabello, despeinándolo un poco más —. Quieren que haga trámites para entrar a una universidad extranjera.

Juro que escuché como mi corazón se derrumbaba de golpe.

—Pero tú no quieres, ¿cierto? —dije, rogando que su respuesta fuera no.

—Claro que no, aquí tengo todo lo que quiero. Incluyéndote. —Acomodé mi cabello, un poco incómoda. Pero lo último que dijo me hizo volver —. Pero ellos insisten en que es mejor para mí, que puedo conseguir una beca deportiva y blablabla. Yo nunca contemplé irme a otro país a estudiar.

Deseo... deseoWhere stories live. Discover now