Capítulo I. p3

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—Perdón ¿qué? —Su sonrisa se esfumó y se puso serio, confundido.

—Que gracias por haber venido, Zara.

Así no se juega con mis sentimientos.

—Sí. De nada. Amm te veo mañana en la escuela y pasado mañana en mi casa.

—Claro. Hasta mañana.

¿Lo abrazo, le doy la mano o lo beso? Un abrazo, sí, uno pequeño.

Me paro de puntitas y pongo mis manos en su espalda. Sonrió cuando el acaricia mi espalda, obvio que tengo muy presente que huele delicioso. Me separo lentamente de él.

—Ja —me sale una pequeña carcajada de nervios.

No controlo la rara risa que sale de mi boca, no parecía yo misma, él suelta una gran carcajada, la riego siempre.

—Ya me voy...

Me doy la vuelta y arrastro a Rosa de la manga de su suéter, no quiero pasar más vergüenza. Si solicitar buena suerte me trae mala, no vuelvo a hacerlo.

(...)

—Espero que mi madre querida comprenda que la casa está lejos —Me digo a mí misma y a Rosa, tratando de calmarme.

—Sí...

—¿Siquiera estás escuchándome?—le pregunto indignada.

—Sí te escucho pero créeme que ahora solo quiero disfrutar de la noche y de las estrellas..

OK... Ni siquiera hay estrellas porque está nublado. Esta definitivamente no era mi amiga ¿Qué le hiciste Santiago?

—¿Qué tal las cosas con Santiago?—Decido cambiar el tema para que por lo menos hablemos las dos y no sólo yo.

—Si te soy sincera, nunca he estado tan feliz como hoy. No sabes lo emocionada que estaba cuando me dijo que yo... Escucha bien, que yo le gustaba.

Hizo un raro movimiento tocándose su corazón.

—No séqué decir... Excepto que me alegro mucho por ti —respondo sinceramente.

—Gracias ¿qué tal la noche con Rodrigo?—Mueve sus cejas de arriba abajo.

—Normal. O sea, no fue como que muy mágica como esperaba. Pero me encantó que se quedara todo el tiempo conmigo, ahora sé que me gusta más que un simple amor platónico.

Llegué a mi casa a la una con cuarenta minutos de la madrugada. Me despedí de Rosa y entré.

Todas las luces estaban apagadas, sólo se escuchaba el ruido de los carros en la calle. Caminé despacio por la sala hasta que la luz se prendió de repente y salté del susto.

Mi mamá estaba sentada en el sillón con su bata puesta y sus lentes puestos. Su mirada me daba miedo, no sabía si quería matarme o torturarme primero.

¿En serio? De todos los clichés del mundo ¿este es el que me toca?

—Linda noche, ¿no?—le digo sonriendo. Sé que esto va a salir mal.

—¿Noche? Son las dos de la mañana. Te dije tres horas no cuatro. Ahora ya sé porque repruebas matemáticas.

Auch, golpe bajo. Hace mucho que no repruebo.

—No es excusa pero la casa quedaba a treinta minutos de camino.

—Eso es una excusa. Esta vez lo dejaré pasar pero a la próxima te castigo un mes por cada hora que llegues tarde.

—Está bien —acepto.

—Ahora ve a dormir.

Subí las escaleras y me encerré en mi cuarto. La verdad no tenía sueño pero mañana tendría clases así que me recosté en la cama y esperé a que el sueño llegara a mí.

(...)



Jueves 3 de noviembre

—Diez minutos más —dije cuando escuché la alarma.

La apagué y me volví a dormir, hoy no me quería levantar... Pero luego mi mamá entró abriendo todas las cortinas. Ojalá hubiese dado el efecto del sol entrando por mis ventanas pero resulta que a las seis de la mañana no hay sol, te salió mal la jugada, mamá.

—Levántate ya. Yo salgo a trabajar a las seis treinta y si quieres que te lleve debes estar lista —salió y me removí cómoda entre mis sábanas.

Cuando estuve lista eran exactamente las seis treinta. Mi mamá estaba con su bolso en el hombro y unos lentes en su pecho.

—¿Dónde está papá?

—Trabajó toda la noche, estará aquí cuando llegues de la preparatoria.

Salimos de la casa directo a la preparatoria. Me quedaba un poco lejos, cuarenta minutos caminando pero sí iba en auto llegaba en menos de cinco.

—Te quería decir que a tu madrina Marta se le ocurrió algo —dijo estacionando el carro.

—¿Qué se le ocurrió?

—Ir a los bolos mañana.

Oh no.

—¿Bolos? Creo que es...

—Vamos a ir —dijo interrumpiéndome.

—Está bien. Va a ir Rosa y otro compañero más.

—¿Otro compañero?—cuestiona asombrada. Yo no quiero explicarle quién es.

—Sí... —dije mirando por la ventana. Por un lado pasó Rosa y me saludó.

—Bueno. Que te vaya bien, adiós.

—¿Me estás corriendo?

—No. Ándalebájate ya.

—Adiós, mamá —me despido después de que me corre.

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