Capítulo 6: Te necesito, gato... A ti, Chat Noir.

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Marinette dudaba. Mientras se movía en su silla y veía que ya atardecía su cabeza daba vueltas ante las preguntas. Bien sabía ella lo mucho que estaba dudando; de sus sentimientos por Adrien, de su confianza hacia Chat Noir, de la sinceridad de Tikki al decirle que no pasaba nada con su energía; tantas partes de su vida que pensaba que la sostenían las estaba poniendo en duda su imperactiva cabeza. Pero...

Pero no.

Ella era Ladybug. Era Marinette. Y tenía que actuar como las dos.

No iba a ponerse a desgastar sus neuronas en sentimientos que ni siquiera tenía seguros, por lo que suspiró, subió las escalera, verificó que Chat Noir se hubiera ido —nunca se tenía nada seguro con ese gato tonto—, y fue hacia la pequeña gaveta donde descansaba su pequeña y adorable kwami.

—Tikki, despierta —susurró, con un poco de temor de despertarla—. Tengo que vigilar la ciudad antes de que mis padres lleguen, hoy es mi guardia...

—¡Cariño, ya llegamos! —se escuchó un grito desde la puerta de abajo.

Tikki comenzó a abrir los ojos con un gran bostezo, encontrándose con la cara de preocupación y nerviosismo de su compañera.

—¡Tu padre te compró las acuarelas que querías, cielo!

"Demasiado tarde", pensó, cerrando la gaveta de golpe ante un "¿Qué?" por parte de Tikki y mirando a los lados en busca de ideas.

—¡Sí, tú dijiste que me ibas a dibujar Marinette! —escuchó la risa de su padre junto con varios ruidos.

Corrió hacia la cama a toda velocidad, donde se lanzó y arropó entre todas las cobijas. Agarró uno de sus libros de la repisa y lo dejó abierto a su lado, mientras ponía la cara en su almohada y fingía roncar.

Escuchó la compuerta abrirse y los pasos sobre la escalera hacia su habitación.

—¿Tú qué opinas de algunas poses heroicas para el retrato, Mari...? —en cuanto vio la figura bajo las mantas, las luces prendidas y el lindo rostro de su hija babeando su libro de historia, el señor Dupain sonrió.

—¿Qué pasa, amor? ¿Marinette no está ahí? —preguntó su esposa desde abajo.

—¡Shhh! —la silenció, cerrando la pequeña puerta y bajando las escaleras—. Tenemos una hija muy estudiosa, cielo, hay que dejarla dormir.

Al llegar a sus oídos el sonido del seguro de la pequeña puerta y los pasos de sus padres hacia su propia habitación, Marinette abrió los ojos, tiró las sabanas a un lado y corrió hacia las gavetas de su mesa, abriendo la primera y encontrándose con una mirada bastante molesta de su kwami.

—¡Lo siento, Tikki! ¿Estás bien? —habló bajito, viéndola estirarse y comenzar a sonreírle.

—Tranquila, Marinette, estoy bien, solo... no lo vuelvas a hacer —le respondió, sobándose la cabeza. Ella le correspondió la sonrisa.

—No volverá a pasar, te lo prometo —dijo, abrazándola para luego apartarse y mirarla con decisión—. Pero ahora necesito darle una última vuelta a París antes de que sea más tarde. ¡Tikki, transfórmame!

Observó la cúspide de la Eiffel desde el techo de aquel edificio, pensando en todo el caos que podría disfrutar en ese momento si, como tantas veces había imaginado, cayera. El caos era divertido, para eso era que había sido creado, ¿no?

Argh, ya las estupideces estaban llenando su cabeza. Levantó su capa al viento y comenzó a correr hacia el punto donde suponía que ella iba a aparecer. Y tuvo razón.

No se espía en ventanas ajenas, Chat Noir. |MariChat|Where stories live. Discover now