Extra #1

229 18 31
                                    

--¿Ma-mamá?-- susurre asustado, observando su cuerpo, colgando del techo --¡MAMÁ!

En menos de unos minutos, escuche las pisadas de mi padre, Héctor, quien se adentró a la habitación junto con mi tío Fernando y mi tío Carlos --¡Oh dios mío! ¡Margaret!-- corrió hasta mi madre, para sacudir su cuerpo tratando de que reaccionase --¡LLÉVENSE A ÁLVARO DE AQUÍ!

Sentí como era cargado por Carlos, sacándome de la habitación. Llegamos a su habitación, donde dos de mis tías cuidaban a la recién nacida de Lana, y en el suelo se hallaba jugando Alejandro con unos animales de madera.

--¿Qué ha pasado?--cuestionó la madre de la bebé.

--Margaret se ha suicidado.-- ambas mujeres cubrieron sus bocas horrorizadas. La madre de Samuel salió del cuarto para informar a los demás, y yo fui dejado al lado del pelinegro.

Le observe con los ojos llorosos, no comprendía que había sucedido con mi madre. No entendía esa palabra. Pero supuse que jamás la volvería a ver, ella me había dicho varias veces el odio que sentía por vivir con Los Fantasmas y la había visto llorar extrañando a su familia.

Secuestrada, tampoco comprendía esa palabra pero mi madre siempre me decía que ella lo estaba y que escaparía conmigo. Me mintió.

Un golpe en mi cabeza me hizo elevar la vista, Frank se hallaba parado en la puerta con una resortera en mano, riendo divertido. Yo era el mayor de todos estos niños, y era frustrante verles jugar y reír por todo, mientras yo no tenía a nadie.

Mis ojos se llenaron de lágrimas y me aparte de los demás, dejando que siguieran en sus cosas. Lloré, por que mi madre no me llevo con ella a donde fuera que planeaba llevarme.

*****

Es sencillo crecer rodeado de odio y rencor. Solo había que recordar el daño hecho y revivirlo en tu mente.

Jamás perdonaría que mi padre se deshiciese del cadáver de mi madre como si fuera un costal de basura, tirándolo en el desierto. Mientras que a mis tíos, padres de Alejandro, les enterró con honores.

Aún al tener menos de diez años había comprendido tantas cosas, y odiado la mayoría. Comprendí lo que significaba suicidio y secuestro, y por supuesto, comprendí lo que era estar solo.

Aún al estar rodeado de niños de mi edad, jugando a las pistolas y correteándose entre ellos, me sentía solo.

Samuel y Frank se escondían tras una banca del comedor, mientras que Lana estaba sobre una mesa con la resortera de Alejandro, quien a su lado le entregaba municiones para seguir disparando. Las risas no paraban --¡Juega Álvaro!-- mire indiferente a Lana, quien sonreía ampliamente.

--Dejadlo, si no quiere jugar lo entendemos-- Frank me sonrió, y por un momento me sentí comprendido --¡Entendemos que sea un tonto!

Gritó para luego reír con fuerzas, dejándome con un nudo en el estomago  --¡Lana es más ruda que tú!-- Samuel y los demás se acercaron lentamente a mi, sonriendo divertidos.

--Ya, dejadme solo.-- pedí tratando de no verme angustiado.

--¿Vais a llorar?-- se burló Frank, empujándome por los hombros para que cayera al suelo --Vamos, llamad a vuestros padres, oh. Que vuestra madre murió y vuestro padre no les importáis.

Por mis ojos se asomaron las lágrimas, por el miedo de ver a los cuatro tan intimidantes frente a mi y por que sabía que tenían razón.

8 Pistolas    6 DisparosWhere stories live. Discover now